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Ideas dispersas
Cuando se trata de dialogar sobre temas que más o menos involucren cierta profundidad en el análisis, las personas – participantes del diálogo – por lo general conocen sus propios límites. Entienden que existe un alto para dejar de hablar sobre aquello que escapa a sus posibilidades de comprensión. Saben que, sin conocimiento o experiencia, sus opiniones no serían más que un inválido palabrerío que no merecería la menor de las consideraciones. Hay asuntos que se encuentran protegidos de quienes piensan que pueden opinar sin fundamento alguno.
Sin embargo, existe un campo del conocimiento humano en el que esta regla sencillamente no existe. Cuando se trata de «economía» reina el caos en las opiniones.
La economía es una ciencia social que es víctima constante de los desinformados que dicen comprenderla y no hacen más que enredarla. El propósito de este artículo es arrojar un poco de luz sobre un asunto específico que tiene que ver con la economía y que espero sirva para despejar algunas dudas y generar otras: el mercado.
Pero, ¿qué es el mercado? ¿A qué se refiere un economista cuando habla de «mercado»? ¿Para todos significa lo mismo, es decir, es un concepto universal? ¿Qué entiende el individuo no versado en economía por «mercado»?
El mercado es una manifestación de la actividad humana. Es un proceso – tan antiguo como la humanidad misma – en el que las personas interactúan para concretar sus objetivos individuales. Llamamos mercado a la dinámica que existe entre personas que desean satisfacer sus necesidades y deseos a través del intercambio con otras personas. El mercado es cooperación y no es posible entender la economía sin la existencia del mismo, ya que éste es el componente principal de la vida en sociedad.1 Comerciar, intercambiar, comprar y vender son acciones que ocurren en el proceso de mercado; es decir, son acciones que se dan porque la gente coopera y que exista dicha cooperación es lo que diferencia a los seres humanos de los animales. Somos la única especie que es capaz de cooperar racionalmente – sin importar las diferencias – para beneficio mutuo.
Pero el mercado no suele ser entendido prima facie de esta forma, es decir como proceso, sino que se lo piensa en el sentido de lugar físico. Se acostumbra a pensar en el mercado como un sitio al cual se acude a comerciar, intercambiar, comprar y vender. Con la llegada de la tecnología – y con ella, las ventas online – se piensa que el mercado se ha readaptado y ahora ya no es un lugar físico en sentido estricto, pero sigue siendo un sitio al cual acudir, así sea a través de internet.
Al ser un lugar éste no merece mayores consideraciones ni reflexión alguna. Parece estar claro que el mercado es muy parecido a un cine, una plaza o un restaurante, en el sentido de lugar al que se acude a satisfacer ciertas necesidades y concretar objetivos.
Me parece que no pensar un poco más sobre aquel fenómeno – tan cotidiano – al que llamamos mercado nos limita en nuestros intentos por comprender la economía y además nos induce al error. Es necesario entonces, abordar algunos puntos concretos para llevar nuestro razonamiento por mejores caminos en cuanto a los procesos de mercado.
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Una bella anarquía
¿De quién es el mérito de que hoy casi todas las personas del planeta tengan en sus manos un teléfono celular? ¿O a quién corresponde agradecerle por organizar la producción y distribución diaria de pan y mantequilla para el desayuno de cientos de miles de personas en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra?
Cuando comenzamos a pensar en el mercado como un proceso, nos surgen dudas importantes, de las cuales la más profunda nos lleva a preguntarnos quién organiza todo en la sociedad, quién es el que coordina los procesos que se llevan a cabo y quién es el que decide qué producir y cuánto.
Producir y distribuir todo lo necesario para satisfacer las necesidades y deseos de las personas a diario no es tarea fácil. Resulta interesante notar que, en un día normal, no hay escasez de pan, tampoco faltará carne en los mercados, ni será difícil encontrar papas y cebollas para preparar el almuerzo. A diario, los productores del trópico envían frutas hasta Santa Cruz de la Sierra y mientras esto sucede, a 35 Km de la ciudad un joven se dispone a organizar a su equipo de trabajo para ordeñar sus vacas y enviar la leche a un pequeño establecimiento en la avenida San Martín que producirá yogurt natural con las mismas frutas que llegaron muy temprano a los mercados y que al final del día estará disponible en diferentes tiendas para que yo, Enrique, pueda disfrutarlo. Pero sólo puedo disfrutarlo porque muy temprano en el día, cobré la venta de unos electrodomésticos que fueron enviados a personas que viven en el trópico como venta a crédito… Quizá, sean los mismos productores de frutas.
Esta interacción que genera beneficio a todos los que participamos en ella no está planificada por un gestor central. No es resultado de la gestión de un administrador que coordina los esfuerzos de todos los participantes del proceso para que pueden beneficiarse. La esencia misma del proceso del mercado radica en que la cooperación existe en ausencia de planificación centralizada sin que esto represente un caos. Las personas, al identificar necesidades y problemas que requieren solución, utilizan su creatividad para sacar beneficio de ello y gracias a su acción, la sociedad se beneficia también.
La participación activa de un individuo en el proceso de mercado se da porque todos los seres humanos tienen una capacidad innata para crear. Ya sea en pequeña o gran escala, los individuos son perspicaces, son capaces de darse cuenta de los desajustes que otros individuos generan y actúan para solucionar dichos desajustes sacando un beneficio por ello. El mercado es un proceso de coordinación y descoordinación ad infinitum porque con cada acto, realizado para dar solución a algo, se generan otros desajustes o se generan nuevas necesidades que serán descubiertas por otros individuos. Es así como ocurre el progreso. Es un proceso ininterrumpido y natural de la existencia humana. Los individuos, cuando son libres de la coacción deliberada de un tercero, se arriesgan a crear.
El individuo es el protagonista del proceso de mercado y no un administrador central, pero lejos de que esta anarquía sea un caos, vemos que funciona de manera muy eficiente. El mercado, por lo tanto, contrario a ser un caótico y enmarañado proceso inentendible, es un cosmos.3
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La estructura del mercado
Lo cierto, sin embargo, es que a medida que pensamos más en esto, las dudas aumentan. ¿Qué es lo que condiciona a que las personas actúen en este proceso y confíen los unos en los otros?
El mercado, como proceso, necesita una estructura para funcionar, un marco estructural que exista a modo de reglas de juego, las cuales, si son respetadas por los participantes, harán que nos beneficiemos. Dicha estructura permite que las personas, también sin la necesidad de la mirada vigilante de un director central, ejerzan la libertad para actuar y crear.
Pensemos un poco en la estructura de un centro comercial. Algún mall de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. A él asisten cientos o miles de personas a diario para satisfacer sus necesidades. Algunos asisten a los bancos o cajeros automáticos que hay en él, otros van al patio de comidas y algunos van al cine en cita romántica. Sin duda, otros sólo irán para comprar ropa en alguna tienda y luego regresarán a sus casas y también habrá quienes asisten al lugar para simplemente caminar y disfrutar del aire acondicionado unos minutos antes de proseguir su caminata por las calles cruceñas.
Es fácil notar que, dentro del centro comercial, las personas se mueven de una manera específica… Existe una estructura que les condiciona el movimiento. La estructura física del mall la dan sus pasillos, escaleras eléctricas, elevadores y otros espacios. Si yo, como asistente, deseo ir al tercer piso no tengo otra opción que usar las escaleras o los elevadores y pasar por los pisos 1 y 2. No puedo llegar directamente al piso 3 sin seguir la estructura.
El edificio mismo y su estructura es lo que permite que podamos concretar ciertos objetivos dentro del mismo. Supongamos que eliminamos el edificio y dejamos solo el terreno vacío. Es irrelevante si dentro de ese espacio caben todas las personas que caben en el edificio, ya que lo importante es que ya ninguno podría satisfacer las necesidades iniciales. Dentro de ese espacio ya no hay cines, ni patio de comidas, ni tiendas ni mucho menos aire acondicionado.4
El mercado como proceso es algo parecido. Su estructura está compuesta por la ley, la propiedad privada, el respeto a los contratos y acuerdos. Las reglas de juego son el marco institucional en el que los individuos actúan y mientras más confiable sea, mayor será la libertad que las personas puedan permitirse con otros en dicho sistema. Sin un marco institucional confiable, las personas modifican su acción y buscan alternativas que sustituyan al marco inicial.
¿Qué puede provocar la desconfianza en la estructura vigente? Por lo general, impuestos altos, regulaciones laborales abusivas, límites a las importaciones y exportaciones, cupos de producción, cupos de ventas a sectores específicos, entre otros, son condiciones que debilitan el marco institucional porque encarecen los costos de participar en él y los individuos deben buscar alternativas menos costosas en lo inmediato.
Los mercados negros o los mercados informales son un ejemplo de ello. Sin importar si en el largo plazo los participantes no cuentan con las garantías legales que tenían en el marco institucional oficial, quienes participan en mercados informales (procesos alternativos) lo hacen por los bajos costos inmediatos y asumen los riesgos más altos que esto representa.
Los mercados informales no son libre mercado sino que son la consecuencia de la ausencia del mismo, o son la consecuencia lógica de la intervención excesiva en el proceso por parte de un organismo de coacción institucional.
Cuando se participa en el mercado se lo hace en confianza de que los intercambios que se realicen serán justos para cada participante. Pero, ¿quién define lo justo? ¿Qué es justo para mí y para los demás? ¿El precio que pago por un producto o servicio es justo para quien me lo frece? ¿El precio que me pagan por algo es justo para mí?
Antiguamente, se trató de valorar las cosas de acuerdo al trabajo que se empleaba en su producción o desarrollo, pero pronto, los economistas clásicos se dieron cuenta que esto carecía de sentido porque no era posible realizar el cálculo de cuánto vale algo si es que la cantidad de trabajo en una fábrica es diferente al de otra. Los procesos productivos no son iguales así que si en una se requiere más trabajo para producir un mismo par de zapatos que en otra fábrica, no tiene sentido cobrar precios diferentes por el mismo par de zapatos en dos tiendas distintas. Los consumidores preferirían comprar donde es más barato y la tienda cuyos costos son más elevados – y sus precios fueron determinados con base a ello – tendrían que cerrar. El cálculo económico es sumamente difícil e ineficaz si pensamos en que sería justo valorar los bienes y servicios por la cantidad de trabajo invertido en él. Como esto ya era evidente, los economistas prefirieron determinar el valor no en relación al costo sino en relación a lo que permitía ahorrarle al productor. Nuevamente esto fue problemático porque un camión para transportar mercancía no le ahorra lo mismo a un empresario que transporta agroquímicos que a uno que transporta papel higiénico. Al hablar de mercancías diferentes, con usos diferentes y preferencias diferentes, se dieron cuenta que el camino no era ese. Con el tiempo se comprendió que el valor – justo – que tiene cada producto se dará de acuerdo a las preferencias y la escasez, y la preferencia será subjetiva ya que cada individuo preferirá algo en determinadas condiciones y circunstancias. Si yo me encuentro pasando un fin de semana en las Lomas de Arena, en Santa Cruz, debido al calor y el sitio en donde estoy, una botella de agua fría me será altamente valiosa; pero no lo será tanto si me encuentro en mi oficina, trabajando sentado y con el aire acondicionado a 18°C. Quizá en esa circunstancia, yo valore más una taza de café caliente que la botella de agua fría.
Entonces, ¿quién define qué es justo? Este análisis es realizado por (1) el vendedor, por un lado, que se pregunta por cuánto estaría dispuesto a renunciar a aquello que se dispone a vender; y, (2) el consumidor, por otro lado, que se pregunta si estaría dispuesto a renunciar a la cantidad de dinero que le piden a cambio del producto o servicio ofertado. Aquí las preferencias son inversas. En un intercambio entre un celular y la cantidad de 100 unidades monetarias, el vendedor valora más el tener las 100 unidades que tener el celular; y el comprador valora más tener el celular que tener las 100 unidades monetarias en su bolsillo. Si esto no fuera así, no habría intercambio. Las personas sabemos a priori que, de un intercambio, ambos debemos salir beneficiados y no necesitamos experimentarlo para saberlo. ¡Lo sabemos de entrada!
El caso con los mercados informales es que se agregan cargas y costos extra a los productos y servicios, tanto a vendedores como compradores, pero son costos agregados por un ente externo al proceso de intercambio; es decir por un tercero. De esta forma el análisis y toma de decisiones se ven entorpecidos por estas cargas. Resulta más razonable buscar alternativas menos costosas – en lo inmediato –, a pesar del riesgo extra que también se preferiría evitar pero que asumirlo es mejor que asumir las cargas extra del marco institucional oficial.
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Caos planificado
El mercado es un proceso extremadamente eficiente en la asignación de recursos, sin embargo, no es una dinámica perfecta… Y es que aquí que conviene señalar lo que el mercado no es.
El mercado no es un conjunto de procesos separados que puedan optimizarse como tal y que, por tanto, puedan ser sujetos de acciones correctoras a nivel central. El proceso de mercado es uno y continuo. Mientras se consume, también se produce y también se distribuye, ya que la economía es un organismo vivo, es la interacción de los seres humanos y ésta no puede detenerse como tal. No es correcto pensar en el mercado como un conjunto de pasos que pueden aislarse a voluntad con el fin de redireccionar sus resultados – como si es perfectamente posible dentro de una empresa u organización con sus procesos internos –. Pensar el análisis de las dinámicas de mercado en términos de equilibrio, presupone que los individuos dejarían de actuar para que dicho análisis se concrete y así, ceteris paribus, podríamos proyectar el futuro de los diferentes procesos aislados que erróneamente se piensa que existen. El resultado final es que nada de lo presupuestado se concreta porque ni el mercado es un conjunto de pasos ni los individuos dejan de actuar.
Ni siquiera en países como la Unión Soviética, en donde intentaron sustituir el mercado y por procesos de planificación central lograron eliminar los procesos de interacción individual. De hecho, la terrible ineficiencia de la planificación central dio lugar a mercados alternativos o negros, que eran la respuesta lógica a la intervención de los procesos naturales y, sumado a esto, los planificadores soviéticos se toparon con una dificultad insuperable: la virtual ausencia de mercado impedía que se transmita la información de los precios y esto llevó a que la imposibilidad del cálculo económico se vuelva evidente.
De esta experiencia deriva el intervencionismo moderno. Ya no se busca eliminar los procesos de mercado o eliminar la propiedad privada, sino que, a través de políticas gubernamentales, se busca decirles a los individuos qué producir, a quién vender y a qué precios. El control se ejerce a través de políticas que alteran la dinámica del mercado y, ante éste resultado artificial, las personas tienden inevitablemente a la búsqueda de alternativas.5
Otra dificultad a la que se enfrentan los planificadores es la relacionada a la información. No es posible que una persona – o un grupo de personas – pueda contar con todo el volumen de información necesaria para planificar el proceso de mercado de una forma más eficiente ya que no sólo no sería posible manejar y analizar dicha información de manera oportuna de acuerdo a las preferencias de todos los individuos miembros de la sociedad sino que también hay información que aún no ha sido creada sino que será descubierta a futuro por cada individuo actor que identifica desajustes y descubre como su acción puede solucionarla y otorgarle beneficios.
La planificación central, por tanto, cae irremediablemente en caos.
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Conclusiones
Si de lo escrito hasta el momento en este artículo puede sacarse una conclusión es la siguiente: el mercado es un proceso complejo que, mientras más se lo estudia, más dudas genera, por lo que resulta necesario no darle el mismo tratamiento que se le da a otras dinámicas aisladas y concretas de la vida en sociedad, como ser, procesos productivos puntuales en una industria específica. El mercado es inherente a la naturaleza social de los seres humanos y conviene, entonces, buscar incansablemente la comprensión del mismo.
1Cf. Faustino Ballvé, Los fundamentos de la ciencia económica [Diez lecciones de economía] (Madrid: Unión Editorial, 2012), 49-60
2Tiene razón Wilhelm Röpke cuando dice: «¿Hay algo más familiar y cotidiano para todos y cada uno de nosotros que la vida económica? ¿Hay nada más natural, y más trivial, que la compra diaria del ama de casa, la venta de una ternera que efectúa un campesino, el pago del jornal de los obreros al final de la semana o la venta de acciones en la bolsa? Y, sin embargo, no es menester una reflexión profunda para advertir que todas estas trivialidades ocultan algo que requiere explicación [énfasis agregado], por no decir un verdadero enigma. Pero si llegamos a este punto hemos dado ya el primer paso en economía». Wilhelm Röpke, La teoría de la economía (Madrid: Unión Editorial, 2007), 13.
3Cf. Wilhelm Röpke, La teoría de la economía (Madrid: Unión Editorial, 2007).
4Cf. Randy Barnett, The structure of Liberty: Justice and the Rule of Law (Nueva York: Oxford University Press, 1998).
5 Mises está en lo correcto cuando menciona: «Algunos socialistas jóvenes opinan que una comunidad socialista podría resolver el problema del cálculo económico mediante la creación de un mercado artificial de los medios de producción. Creen que los viejos socialistas se equivocaron al tratar de realizar el socialismo por medio de la supresión del mercado y de la formación de los precios para los bienes de orden superior, supresión que constituye para ellos el socialismo. Si la comunidad socialista no debe degenerar en caos estúpido que devore la civilización, tiene que crear un mercado en el que se establezcan los precios para todos los bienes y trabajos como sucede en la sociedad capitalista. Gracias a estos precios, la comunidad podrá contar y calcular tal como lo hacen los jefes de empresa de dicho régimen». Ludwig von Mises, El socialismo. Análisis económico y sociológico (Madrid: Unión Editorial, 2007), 144.