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Existe un dicho que dice “Dato mata relato”. Es decir, la fuerza de un argumento con respaldo cuantitativo derribaría las ideas equivocadas. Por ejemplo, si deseo comparar el desempeño de los mejores jugadores de fútbol podría ver mundiales, goles, partidos y otros indicadores para jerarquizar y encontrar cuál podría ser el mejor objetivamente.
Aunque útil en casos sencillos, el dicho tiene un gran problema relacionado a una pregunta: ¿Qué tipo de dato? En la realidad actual llena de desinformación y de múltiples “expertos”, es difícil saber si el dato es correcto y/o pertinente.
Esto es cierto aún para preguntas más difíciles. Supongamos que deseo analizar si la educación implica mayores ingresos. Si tomamos los datos de ingresos laborales y de años de educación, resalta claramente una relación entre ambos que podría sugerir que una persona más educada tiene mayores ingresos en promedio.
Pero también podría sugerir la dirección contraria: para tener más educación se requiere más ingreso; es decir, personas más ricas (o menos pobres) son más educadas.
Como mencioné previamente, esta inquietud fue respondida por premios Nobel que hicieron un análisis de las personas que tenían casi la misma fecha de nacimiento pero se habían inscrito en cursos diferentes por cuestiones de edad. Y encontraron que más educación implica más ingreso.
Por tanto, necesitamos buscar los expertos correctos que usen los métodos adecuados con la información apropiada para que puedan aportarnos con la mejor evidencia empírica.
A la luz de esta reflexión, considero que es mejor ampliar el dicho a “evidencia mata creencia”.
La evidencia no es un dato, sino un conjunto de información y análisis que respalda o refuta una idea. Va más allá que el simple dato que puede estar descontextualizado y usado interesadamente.
Este cambio que menciono ha generado un cambio en la ciencia económica.
Un documento reciente titulado “La era de la evidencia empírica” de los académicos Brandon Brice y Hugo Montesinos usa una técnica estadística (“minería de textos”) de los 500 artículos científicos más citados desde 1950 hasta el presente en las tres mejores revistas académicas.
Encuentran que los economistas pasamos de “buscar respaldo a teorías” a la “provisión de evidencia empírica”. Es decir, antes planteábamos ideas o hipótesis para explicar los fenómenos sociales.
En la actualidad, el énfasis en la profesión económica es más bien de encontrar evidencia empírica que pueda ayudarnos a entender de mejor forma el devenir de la sociedad y sus componentes.
Hago énfasis en este cambio porque en la discusión nacional estamos llenos de presunciones teóricas o conceptuales que desafortunadamente nublan nuestra comprensión de los fenómenos sociales.
Esa sensación la tengo cuando veo la contraposición entre la narrativa oficial y su antagonista neoliberal (o lo que sea que tendría que denominarse). En ambos casos tenemos una profusión de “datos que matan relatos” de uno y otro lado. Pero nos falta la evidencia empírica que pueda resolver las ventajas y limitaciones de cada una de estas concepciones.
Por ejemplo, aunque se postula que el estatismo estuvo ausente antes de 2006, de forma objetiva se puede apreciar que la intervención estatal aún fue determinante en esos años, principalmente en la regulación e incluso producción. O en los últimos quinquenios es evidente que el mercado ha jugado un rol clave en los resultados económicos, puesto que nuestra informal Bolivia no se explica sin miles de consumidores y productores que pululan el país.
Según comprendo, no se puede entender bien Bolivia si no se toma en cuenta su alma bicéfala estatista y liberal que comenté la anterior semana.
Entonces, la evidencia sólida y firme es clave para entender bien qué sucede y, si es el caso, para tomar las medidas adecuadas. Aún más, es necesaria para corregir el rumbo de varias políticas domésticas e internacionales.
Parafraseando a una película: May the evidence be with you (que la “evidencia” esté contigo).