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Con motivo del fallecimiento de Ernesto Araníbar Quiroga, el primer ministro de Finanzas del gobierno de Hernán Siles Zuazo, la prensa ha recordado la desdolarización, una de las medidas heterodoxas del DS19250 de noviembre de 1982. La desdolarización consistía en la conversión de jure de los contratos en dólares (o con cláusula dólar) a contratos en pesos.
Los partidos políticos de oposición y los bancos combatieron acerbamente la desdolarización. Argüían, incorrectamente, que ella era la causa de la hiperinflación. Análisis detallados de la desdolarización y de la hiperinflación se encontrará, entre otros, en Morales (2012).1
El decreto de estabilización DS21060 de agosto de 1985 autorizaba, de nuevo, las operaciones en dólares, sin excepción alguna. Esta redolarización fue crucial para el éxito del programa. El DS21060 paró en seco la hiperinflación y contribuyó a la rápida reconstrucción del sistema financiero, pero contrariamente a lo que sucedió en las estabilizaciones de Alemania y de los otros países de Europa Central en la década de los años veinte del siglo pasado, no produjo una reconstitución de la demanda por dinero nacional. En este sentido, la estabilización de 1985 fue incompleta.
La recomposición de la masa monetaria se hizo más bien en dólares. A pesar de la radical caída de la inflación, la dolarización continuó. Las minidevaluaciones del Bolsín contribuían a su incremento.
Con el paso del tiempo, la dolarización se volvió problemática. Impedía contar con una política monetaria eficaz, recortando el arsenal de instrumentos monetarios para encarar coyunturas internas. Ella originaba además fragilidad financiera, porque si bien los bancos estaban obligados por la regulación financiera a calzar sus activos con pasivos en la misma moneda, con algunos márgenes, la mayor parte de los clientes tenían ingresos en moneda nacional y deudas en dólares. Por esta razón, aceleraciones de la devaluación en el Bolsín deterioraban la cartera de créditos de los bancos.
A principios de este siglo, las autoridades monetarias y el mismo FMI, llegaron al convencimiento de que la dolarización tenía que reducirse. Como desdolarización se había convertido en mala palabra, se comenzó a usar el eufemismo bolivianización.
Para reducir la dolarización, evitando que los asalariados corran a cambiar sus bolivianos por dólares tan pronto los recibían, se abrió la brecha entre el precio de compra y el precio de venta del dólar en el Banco Central. Con esta medida se esperaba también que el tipo de cambio flotara entre esos dos límites y que se desarrollara un vigoroso mercado interbancario de divisas, lo que no sucedió.
Con el gran influjo de divisas que trajo la bonanza exportadora, el boliviano se revalúo varias veces entre el 2006 y el 2011. La apuesta del público ya no era más la de que siempre se devaluaba la moneda nacional.
El tipo de cambio se congeló en noviembre 2011, con lo que, ceteris paribus, al público le daba lo mismo tener bolivianos que dólares, en la medida en que confiara en la estabilidad del tipo de cambio. Exenciones de impuestos y, sobre todo, las tasas de encaje legal muy altas para depósitos en moneda extranjera hicieron bajar las tasas pasivas de interés en dólares con relación a las tasas de interés en moneda nacional, aumentando la preferencia por bolivianos. Los bancos, comenzaron también a mercadear más créditos en bolivianos, lo que coincidía con el interés de sus prestatarios, que se protegían de esa manera de los riesgos de devaluación, por pequeños que fueran. Algunos depositantes, con más aversión al riesgo de devaluación, mantienen todavía sus depósitos en dólares. Hay una discrepancia entre el grado de bolivianización de los depósitos (85,6%) y el de los créditos (99,1 %).
Es a través de mecanismos de mercado, combinados con una regulación prudente, que se ha logrado la bolivianización y no mediante decretos inoportunos. Pero la prueba ácida de cuán sostenible en el tiempo es la bolivianización vendrá solamente con un tipo de cambio flotante.
1Morales, J.A (2012). La Política Económica Boliviana, 1982-2010. La Paz: Plural Editores
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo