Escucha la noticia
Por Manuel Sánchez González1
Con frecuencia, aparecen libros que examinan las limitaciones, reales o imaginarias, de los sistemas económicos basados en el mercado, comúnmente referidos como ‘capitalismo’. En este ámbito, una obra excepcional que trata de la democracia y su expresión económica, el capitalismo, es In Defense of Liberal Democracy (Charlesbridge, 2021) de Manuel Hinds.
Se trata de un análisis fascinante de los sistemas políticos, que combina la historia, la filosofía y la economía. El volumen parte de que, en los últimos siglos, las sociedades han sido impactadas por dos grandes transformaciones tecnológicas.
La primera fue la Revolución Industrial, que involucró la mecanización de las actividades económicas, iniciada en 1765 con la máquina de vapor, y el desarrollo de nuevas fuentes de energía, provocado a partir de 1870 con el motor de combustión interna.
La segunda es la Revolución de la Conectividad, que ha multiplicado el poder de la mente, la cual arrancó con la invención de las computadoras y la aparición del Internet a principios de la década de 1980, y ha permitido la interconexión, en tiempo real, de información y conocimiento.
La esencia de las revoluciones tecnológicas estriba en que han cambiado el rumbo del progreso, con efectos que han causado disrupciones y tensiones sociales.
En la Revolución Industrial, las máquinas se convirtieron en el principal factor de la producción y su uso masivo propició la generación de economías de escala y eficiencia. Empero, el desplazamiento de trabajadores en tareas tradicionalmente manuales engendró desempleo y brechas en el bienestar.
La Revolución de la Conectividad ha creado otro tipo de fricciones, al impulsar una creciente demanda de capital humano calificado, dejando atrás a los individuos con escasa educación.
La zozobra por estas revoluciones ha facilitado la proliferación de ataques a la democracia y, en especial, al capitalismo, atribuyéndoles una interminable lista de defectos. Con la Revolución Industrial surgieron las profecías de Marx, Engels y sus seguidores sobre la eventual muerte del capitalismo.
Con la Revolución de la Conectividad ha regresado la idea de que la democracia y el capitalismo no funcionan, con argumentos y reacciones que Hinds identifica como diez ‘fantasmas’ del pasado. Los tres primeros han revivido las tesis marxistas sobre las diferencias del ingreso y la riqueza, la inestabilidad económica y el estancamiento con desempleo.
El resto apunta a la división, el abandono del libre comercio, la fragmentación del orden mundial, el pesimismo, el desencanto con la democracia, la formación de coaliciones políticas para adjudicar los problemas sociales a las acciones de una minoría, y el surgimiento del líder autoritario resentido.
Estos fantasmas se derivan de los impactos de las revoluciones tecnológicas, no de la democracia o el capitalismo. El texto analiza, en detalle, la desigualdad en la distribución del ingreso, para señalar que, con frecuencia, es el precio para disminuir la pobreza, la cual constituye el problema de fondo. Además, su tendencia no ha sido permanente y su principal causa son los crecientes rendimientos de las habilidades.
El autor identifica dos formas en las que los países han respondido a las tensiones y la incertidumbre por estas transformaciones. Una consiste en otorgar al gobierno el poder para que cada persona reciba ciertos beneficios, independientemente de su esfuerzo. Tales sociedades son unidimensionales, en cuanto que todo depende del poder político, y carecen de cooperación y flexibilidad frente al cambio.
La otra, enfocada no a los resultados, sino a las reglas del juego, se sustenta en la certeza de los derechos individuales, como la libertad. Estas sociedades son multidimensionales, en cuanto que una institución impersonal, el mercado, distribuye los frutos del trabajo, y requiere de la cohesión social y el deseo de arreglo que permite la pluralidad.
El comunismo soviético y el Nazi-fascismo de Alemania e Italia representaron casos extremos del primer camino. Del otro lado se encuentran las democracias occidentales, cuya versión más resiliente ha sido EE.UU. La mayor parte de las naciones ha adoptado sistemas mixtos, en los que el avance social ha reflejado la adaptabilidad para corregir errores.
El autor remata el estudio recurriendo a Adam Smith para descartar que las sociedades funcionen con una sola motivación, como el interés propio. En La teoría de los sentimientos morales, el padre de la ciencia económica atribuyó la conducta humana a aspectos asociados a la naturaleza de la moralidad, como la benevolencia, o al motivo de la moralidad, como la razón. La democracia liberal y el capitalismo se basan en una amplia gama de valores sociales que deben defenderse.
1es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (Fondo de Cultura Económica, 2006).
*Este artículo fue publicado originalmente en elcato.org el 20 de julio de 2022