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Por Marcelo Duclos
La dicotomía debería haber quedado saldada desde los tiempos de Adam Smith o, a más tardar, de David Ricardo. Sin embargo, hasta el día de hoy se insiste con el debate entre el libre comercio y el proteccionismo, a pesar que los resultados de ambas políticas económicas son absolutamente claros.
Antes de ir a una pequeña reflexión técnica e ilustrativa, para ejemplificar lo que ha sucedido a lo largo de la historia con el modelo de sustitución de importaciones, vale dejar en claro dos cuestiones fundamentales. La más importante es que una economía abierta de mercado no es necesariamente sinónimo de liberalismo. Si vemos los primeros puestos del índice del Heritage Foundation, encontraremos ejemplos como China, que se ha servido del “capitalismo salvaje” para salir de la miseria y del fracaso del “comunismo económico”, pero que sigue siendo una dictadura pura y dura, y países como Australia, que durante la pandemia vimos cómo se avasallaron las libertades individuales más básicas.
La desregulación de la oferta y la demanda de los bienes y servicios es el modelo económico compatible con el liberalismo, pero no es suficiente como para decir que un país es “liberal” por implementar ese sistema. Es que, como dijimos en varias oportunidades, el mercado libre no es más que la manifestación del hombre intercambiando su producción por las cosas que le interesan y necesita, pero la libertad es mucho más amplia que eso. No hay libertades individuales más importantes que otras. Priorizar algunas sería no comprender ni siquiera la diversidad y la libertad de elección de las personas.
Por otro lado, vale recordar que no es en el “socialismo” donde se producen las ideas proteccionistas y mercantilistas. Los que financian los aranceles y las prohibiciones a las exportaciones son empresarios. Hombres de negocios que prefieren financiar políticos populistas, para que les garanticen la pesca en la pecera en lugar de tener una producción eficiente que compita.
Claro que siempre los burócratas terminan justificando el lobby con un discurso de izquierda, siempre en defensa de los trabajadores y de las fuentes laborales que se perderían con una apertura de las importaciones. En la Argentina de principios del Siglo XX, cuando el debate político tenía otro nivel, los fundadores del Partido Socialista eran los abanderados del libre comercio. Argumentaban que si el país adoptaba un modelo de proteccionismo, los que se beneficiarían serían los empresarios inescrupulosos, que perjudicarían a los trabajadores humildes de bajos recursos, obligándolos a comprar bienes caros y de mala calidad.
La crónica de una muerte anunciada
Los países desarrollados tienen en su haber largos y sostenidos procesos económicos de apertura. No hay ningún caso de un país próspero que haya progresado de la mano del proteccionismo. Lo interesante es que, como en el caso de Argentina, en lugar de observar un proteccionismo permanente vemos largos períodos de aranceles y aperturas eventuales, que luego vuelven a cerrarse. Para comprender el fenómeno detrás de esto no hay que analizar demasiado.
El momento inicial de la protección tiene una foto conveniente para el político. Supongamos que lo que se va a proteger es la industria de los clavos. Este escenario indica que el mercado internacional ofrece clavos más económicos que los que se consiguen en el mercado local. Digamos que el precio al que entraban los importados era de cincuenta centavos, mientras que producirlos en el mercado local tenían un precio de venta de un peso. Entonces llega el político populista a la fábrica con el propietario, se abraza con el personal y anuncia un arancel que llevará al precio de venta del clavo importado a 1,50.
Dentro de todo, pagar 0,50 centavos más no es tan terrible para nadie, las imágenes del acto son emotivas y la gente ve con beneplácito la ampliación de la fábrica y la contratación de más operarios. Algunos de ellos eran desempleados y otros abandonaron su trabajo para ir a abastecer la demanda local de los clavos “industria nacional”.
Entonces, el mercado comienza a abastecerse de los clavos nacionales a un peso, pero el proceso es dinámico y no termina allí. Como el mercado mundial crece permanentemente, y cada vez más personas demandan más bienes y servicios, el clavo que salía 0,50 en el mercado internacional crece en producción y pasan dos cosas: mejora su calidad y baja su precio, producto de la inversión y capital que recibe su industria. Ese proceso pasó con todos los bienes y servicios transables. Computadoras, televisores, electrodomésticos, etcétera. El mercado global, la demanda y la inversión hicieron, no solamente que dejen de ser cosas culturalmente de lujo, sino que sean de mejor calidad a un precio mucho más accesible. Por este proceso, el clavo “internacional”, no solamente se convierte en “inteligente” y mejora, sino que se empieza a comerciar a 0,4, 0,3 o 0,2 centavos la unidad.
Pero ¿qué pasa en el mercado local con el clavo “protegido”? Como la demanda es la de los peces en la pecera, no hay ningún incentivo a invertir para incrementar exponencialmente la producción. Pero como los peces no tienen alternativa, los incentivos a ofrecer un mejor producto caen, por lo que también cae la calidad del producto. Pero, esto no es todo. Como los procesos populistas de sustitución de importaciones suelen venir de la mano de procesos inflacionarios, el clavo malo pasa de un peso a dos, a tres y a cinco.
Cuando la dicotomía es entre 1 versus 0,50 somos todos nacionalistas. Sale barato. Cuando es de 1,50 versus 0,4, ya son menos los patriotas que señalan con el dedo a los que aprovechan los viajes a Miami para traerse unas cajitas de clavos. Pero cuando el ciclo llegó al momento del clavo malo a 10 pesos, contra uno de mejor calidad a 10 centavos, todos llegan a la conclusión que están siendo estafados. Entonces cambia el clima de ideas, se solicitan procesos aperturistas apresurados y, de la noche a la mañana, se abre la importación.
Claro que todos los empleados quedan en la calle, pero poco le importa a la mayor parte de la población. Pero cuando las reformas no son profundas y a fondo, al poco tiempo la izquierda se sirve del recuerdo del momento del cierre de la fábrica y el desempleo y sale a proponer el retorno al modelo de cierre de importaciones. Los empresarios prebendarios y los populistas comienzan a frotarse las manos, ya que, cuando el relato se hace carne en la sociedad, encuentran el momento para volver a hacerse de las suyas.
Los países que caen en estos ciclos son los subdesarrollados y los desdesarrollados. Si Chile no aprende de la lección argentina, correrá su misma suerte.