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Primero el empleo, después la formalidad

Iván Alonso dice que sería ideal que el mundo vuelva a la normalidad, pero hasta que eso ocurra, la prioridad es el empleo y la formalidad una consideración secundaria.

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Por Iván Alonso1

No es extraño en el Perú que lo accesorio opaque a lo principal. La noticia de que la tasa de empleo informal llegó al 76,8% en el 2021, su nivel más alto en 11 años, captó la atención de los medios, que no repararon, al parecer, que el número de personas ocupadas a nivel nacional en el último trimestre del año pasado es el más alto del que se tenga registro: 17,6 millones.

Desde que comenzó la pandemia, se han perdido cerca de 700.000 empleos formales y se han creado casi 900,000 informales. Eso explica el aumento en el total y el cambio en la composición. Esto último era prácticamente inevitable porque la gente que, de pronto, se quedó sin trabajo tenía que encontrar rápido la manera de sobrevivir. En ese momento, ¿quién iba a estar preocupándose por las formalidades que exige la ley?

Pasados dos años, cabe preguntarse por qué no se ha iniciado el tránsito a la formalidad. Un estudio de un organismo multilateral, del cual sabemos por Richard Webb, encontró que las empresas informales se van formalizando poco a poco con el transcurso del tiempo. Pero eso depende, suponemos, de la seguridad que tenga su propietario de querer permanecer en el negocio en el que acaba de incursionar. Si lo ve simplemente como algo temporal, mientras espera recuperar su antiguo trabajo, que en la mayoría de casos pagaba mejor, no tiene mucho incentivo para formalizarse. Eso parece ser lo que estamos viendo hasta ahora.

Sería sensacional que el mundo volviera a la normalidad, pero en tanto eso no ocurra la tasa de informalidad, como decíamos arriba, es una consideración secundaria; lo principal es que la gente tenga trabajo. El problema no es haber reemplazado un empleo formal por uno informal; el problema es haber reemplazado un empleo que pagaba más por otro que paga menos.

Le damos demasiada importancia a la formalidad del empleo. Claro que es deseable que la gente trabaje en condiciones adecuadas de higiene y seguridad; pero los “beneficios sociales” a los que la formalidad está asociada principalmente no son, en realidad, beneficios. No son liberalidades que se agregan a la remuneración, sino obligaciones que fuerzan al trabajador a recibir una parte de su remuneración en especie: más vacaciones de las que voluntariamente tomaría y un seguro de salud más caro que el que voluntariamente escogería, en ambos casos a cambio de una menor remuneración en efectivo. Decimos “a cambio de” porque todo tiene que salir de lo que produce el trabajador. Se le entrega de una forma o de otra, pero no se le entrega más de lo que produce. Enfrentados a esa disyuntiva o trade-off, muchos prefieren la informalidad, sobre todo los de menores ingresos porque, a menores ingresos, la preferencia por el pago en efectivo es mayor.

La tasa de informalidad debería volver a su nivel pre-pandemia a medida que los ingresos mejoren con el regreso a la normalidad y la reaparición de los puestos que desaparecieron o con el aumento gradual de la productividad las nuevas ocupaciones que se encontraron.

1obtuvo su PhD. en Economía de la Universidad de California en Los Ángeles y es miembro de la Mont Pelerin Society.

Este artículo fue publicado originalmente en elcato.org el 18 de abril de 2022.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo

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