Sri Lanka es una llamada de atención para los eco-utópicos
Chelsea Follett y Malcolm Cochran dicen que el terrible colapso económico de Sri Lanka es un aviso previo de lo que puede resultar de distorsionar las prioridades del mercado en nombre de objetivos utópicos.
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Por Chelsea Follett1 y Malcolm Cochran2
A mediados de este mes, un grupo de manifestantes de Sri Lanka se dio un refrescante chapuzón en la piscina del presidente Gotabaya Rajapaksa. Probablemente fue un bienvenido respiro del caluroso día de 25 grados en Colombo, así como de la crisis económica sin precedentes que actualmente azota al país. Durante el último año, Sri Lanka ha experimentado una tasa de inflación anual de más del 50%, con un aumento de los precios de los alimentos del 80% y un asombroso 128% en los costos de transporte. Ante las feroces protestas, el gobierno de Sri Lanka declaró el estado de emergencia y desplegó tropas por todo el país para mantener el orden.
El 14 de julio por la mañana, el New York Times publicó un episodio del podcast The Daily en el que se analizan algunas de las fuerzas detrás del colapso. Describieron cómo años de préstamos irresponsables por parte de la dinastía política Rajapaksa, combinados con el daño causado por los bloqueos de Covid a la industria turística de Sri Lanka, agotaron las reservas de divisas del país. Pronto, el país no pudo pagar su deuda ni importar bienes esenciales como alimentos y gasolina. Curiosamente, los anfitriones del podcast, que llega a más de 20 millones de oyentes mensuales, no mencionaron la infame prohibición de fertilizantes del presidente Rajapaksa ni una sola vez durante el episodio de 30 minutos.
La prohibición de los fertilizantes fue, de hecho, un factor importante en los disturbios. La agricultura es un sector económico esencial en Sri Lanka. Alrededor del 10% de la población trabaja en granjas y el 70% de los habitantes de Sri Lanka dependen directa o indirectamente de la agricultura. La producción de té es especialmente importante, consistentemente responsable de más del 10% de los ingresos por exportaciones de Sri Lanka. Para apoyar esa industria vital, el país gastó cientos de millones de dólares al año en la importación de fertilizantes sintéticos.
Durante su campaña electoral en 2019, Rajapaksa prometió alejar al país de estos fertilizantes con una transición de 10 años a la agricultura orgánica. Aceleró su plan en abril de 2021 con una prohibición repentina de fertilizantes y pesticidas sintéticos. Tenía tanta confianza en sus políticas que declaró en un artículo (que desde ese entonces se ha eliminado sigilosamente y quedó en el olvido) para el Foro Económico Mundial en 2018: “Así es como haré que mi país vuelva a ser rico para 2025”. Como escribe el autor eco-modernista Michael Shellenberger, los resultados del experimento con técnicas agrícolas primitivas fueron “impactantes”.
“Más del 90% de los agricultores de Sri Lanka habían usado fertilizantes químicos antes de que fueran prohibidos. Después de que fueron prohibidos, un asombroso 85% experimentó pérdidas de cosechas. La producción de arroz cayó un 20% y los precios se dispararon un 50% en solo 6 meses. Sri Lanka tuvo que importar $450 millones en arroz a pesar de haber sido autosuficiente solo unos meses atrás. El precio de las zanahorias y los tomates se quintuplicó … [Las exportaciones de té se desplomaron] un 18% entre noviembre de 2021 y febrero de 2022 –alcanzando su nivel más bajo en más de dos décadas”.
Por supuesto, la tonta política de Rajapaksa no le fue revelada en un sueño. Como señala Shellenberger, la prohibición se inspiró en un ecologismo cada vez más malthusiano liderado por figuras como la activista india Vandana Shiva, que aplaudió la prohibición el verano pasado. Los inversionistas extranjeros comprometidos con la misma ideología también elogiaron y recompensaron a Sri Lanka por “asumir la sostenibilidad y los temas ESG (gobierno ambiental, social y corporativo) como su máxima prioridad”. ESG representa una tendencia (o un cambio duradero, según a quién le pregunte) en las prioridades de algunos inversores. En pocas palabras, es un intento de mover capital hacia organizaciones que fomentan un conjunto de objetivos ambientales y de justicia social amorfos en lugar de hacia las empresas con más probabilidades de tener éxito y generar ganancias.
Los defensores de ESG han estado presionando para que los mandatos gubernamentales exijan que las empresas divulguen información detallada relacionada con el medio ambiente y otros objetivos sociales. Eso distorsiona y daña el buen desempeño de los mercados de capital que mantienen en funcionamiento las economías modernas y, en algunos casos, incentiva proyectos que suenan bien pero son económicamente ineficientes, como un regreso a la agricultura primitiva. “La nación de Sri Lanka tiene una calificación ESG casi perfecta de 98,1 en una escala de 100”, señala David Blackmon en Forbes, y “el gobierno que había obligado a la nación a lograr ese objetivo de señalización de virtud en los últimos años [como resultado] se derrumbó”. Sri Lanka, en otras palabras, ofrece un sombrío anticipo de lo que puede resultar de distorsionar los mercados en nombre de prioridades utópicas.
Considere una perspectiva de largo plazo. A lo largo de la mayor parte de la historia humana, los agricultores produjeron solo alimentos orgánicos –y los alimentos eran tan escasos que, a pesar de que en el pasado la población era mucho más baja, la desnutrición era generalizada. La disminución de la desnutrición global a largo plazo es uno de los logros de los que más se enorgullece la humanidad. Al carecer de un sentido de historia y dar por sentada la abundancia de alimentos, algunos ambientalistas quieren transformar el sistema alimentario mundial en un modelo orgánico. Ven la agricultura moderna como dañina para el medio ambiente y les gustaría ver una transición hacia los fertilizantes naturales que serían familiares para nuestros antepasados lejanos, como el compost y el estiércol.
Sin embargo, la agricultura convencional no solo es necesaria para producir una cantidad suficiente de alimentos para alimentar a la humanidad (un punto que no se puede enfatizar lo suficiente –como observó una vez el escritor Alfred Henry Lewis: “Hay solo nueve comidas entre la humanidad y la anarquía”), pero también es en muchos sentidos mejor para el medio ambiente. Según un meta-análisis masivo realizado por los ecologistas Michael Clark y David Tilman, los fertilizantes naturales utilizados en la agricultura orgánica en realidad generan más contaminación que los productos sintéticos convencionales. Los fertilizantes y pesticidas también nos permiten cultivar la tierra de manera más intensiva, lo que lleva a rendimientos de cultivo cada vez mayores, y esto a la vez nos permite cultivar más alimentos en menos tierra. Según Matt Ridley, miembro de la junta de Human Progress, si tratáramos de alimentar al mundo con los rendimientos orgánicos de 1960, tendríamos que cultivar el doble de tierra que hoy.
El uso global de la tierra agrícola ha alcanzado su punto máximo y ahora está en declive. Mientras los rendimientos de los cultivos continúen aumentando, más y más tierras pueden devolverse a los ecosistemas naturales, que son mucho más biodiversos que cualquier granja. La agricultura inteligente permite que la naturaleza se recupere.
En los países ricos, la agricultura convencional se está volviendo cada vez más eficiente, utilizando menos insumos para producir más alimentos. En EE.UU., a pesar de un aumento del 44% en la producción de alimentos desde 1981, el uso de fertilizantes apenas aumentó y el uso de pesticidas se redujo en un 18%. Como señaló el estimado científico ambiental de la Universidad Rockefeller, Jesse Ausubel, si los agricultores de todo el mundo adoptaran las técnicas y modernas y eficientes de los agricultores estadounidenses, “un área del tamaño de la India o de EE.UU. al este del Mississippi podría liberarse globalmente de la agricultura”.
Lo más importante, debe reiterarse, la agricultura convencional alimenta al mundo. Desde la Revolución Verde de las décadas de 1950 y 1960, la producción agrícola mundial se ha disparado, lo que provocó que el suministro mundial de alimentos llegara a casi 3.000 kcal por día en 2017, frente a poco más de 2.000 en 1961. Si bien el hambre está regresando ahora, eso se debe a la guerra, las restricciones a las exportaciones y las políticas equivocadas de líderes como Rajapaksa, no a la falta de capacidad para producir suficientes alimentos.
La prohibición de fertilizantes no fue el único factor detrás del colapso económico de Sri Lanka. Gran parte del daño también fue causado por la precipitación de la prohibición y la dificultad de obtener suficientes alternativas orgánicas. Sin embargo, la idea de que la agricultura orgánica puede producir suficientes alimentos para el mundo es una fantasía inalcanzable basada en la falacia naturalista –la noción sin fundamento de que cualquier cosa moderna, como la agricultura que incorpora componentes no naturales producidos por el ingenio del hombre, debe ser inferior al precursor totalmente natural.
Como señalan Ted Nordhaus y Saloni Shah del Breaktrough Institute, “literalmente no hay ningún ejemplo de una gran nación productora de agricultura que haya hecho una transición exitosa a una producción totalmente orgánica o agroecológica”. Nunca debemos tomar la rareza relativa de la hambruna en los tiempos modernos como un hecho, ni idealizar y tratar de regresar al pasado totalmente orgánico de la agricultura. Desafortunadamente, el engaño parece estar extendiéndose, ayudado por el cambio global hacia ESG. A principios de este mes, Narendra Modi, el primer ministro de la India, elogió la “agricultura natural” durante un discurso en Gujarat, calificándola como una forma de “servir a la madre tierra” y prometiendo que la India “avanzará por el camino de la agricultura natural”. Esperemos que no.
1es editora de HumanProgress.org, un proyecto del Instituto Cato que busca educar el público acerca del progreso humano a nivel mundial.
2Malcolm Cochran es un investigador asociado de HumanProgress.org.
*Este artículo fue publicado originalmente en elcato.org el 26 de julio de 2022
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo