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Imaginemos que un grupo de dos amigos (Carlos y Pedro) se reúnen en un restaurante para cenar. Por conveniencia, deciden dividir la cuenta entre ellos para pagar por el servicio recibido. Carlos pide un sándwich y una botella de agua valorado en $5. Sin embargo, Pedro consume el plato estrella de la carta y una botella de vino valorado en $50. Finalmente, ambos pagan $27.50. ¿Podemos afirmar que este acuerdo ha sido mutuamente beneficioso para las dos partes? Seguramente, Carlos no ha quedado muy satisfecho. Ahora, imaginemos que la mesa se amplía a 1,000 comensales y mantienen el mismo acuerdo. En ese caso, seguir la estrategia de Pedro, pidiendo una mayor cantidad, resulta mucho más ventajoso. De hecho, la decisión más racional sería maximizar el beneficio propio socializando el coste. De esta manera, todos los comensales, tarde o temprano, se verán inclinados a actuar como Pedro, lo cual termina, inevitablemente, en un resultado significativamente peor para todos. Por supuesto, nadie quiere salir perdiendo y, por lo tanto, muchos terminarán actuando por miedo a que otros consuman más a expensas de su moderación. Nos damos cuenta que los incentivos se han desalineado completamente y, en última instancia, todos han perdido. El fenómeno que acabamos de describir se conoce como la tragedia de los comunes.
La raíz del problema es que las personas recibiendo el beneficio no han internalizado el coste. O como dice Nassim Taleb, no tienen skin in the game. Sin embargo, repitamos la historia de nuestros dos amigos con un único cambio: cada uno paga lo que pide. Ambos pueden realizar cálculos económicos valorando el coste de oportunidad que supone su comanda. A lo mejor, Carlos no tenía mucha hambre y ese sándwich era todo lo que necesitaba. Al no sufrir la tragedia de los comunes, podrá emplear el dinero que no termina gastando en ir al cine, lo cual es, a su juicio, un mejor uso de sus recursos. Tampoco podemos descartar que, movido por altruismo y compasión, Carlos considere que el mejor uso de sus recursos escasos sea subsidiar a Pedro para que disfrute de la comida que no se podría permitir, alternativamente. Por el contrario, Pedro podrá lamentar tener que pagar el precio real por su comida, pero su decisión final será muy reveladora: podremos saber si realmente desea ese bien (valorado en $50, sin subsidios) por encima de usos alternativos de su dinero sin parasitar a nadie. En otras palabras, Pedro tendrá que internalizar plenamente sus costes. Por lo tanto, vemos cómo este escenario fomenta una mejor alineación de incentivos manteniendo la libertad de elección. La única diferencia es que hemos delimitado la propiedad de forma clara.
Visto este ejemplo tan ilustrativo, podemos pensar si este fenómeno se podría extender a otros espacios de dominio público como parques, carreteras o, incluso, sistemas políticos. El coste de estos servicios queda diluido entre millones de personas que deben pagar impuestos sin posibilidad de darse de baja, lo cual dificulta la cadena de transmisión de información entre demandante y oferente. Las personas que toman decisiones, raramente sufren las consecuencias. Las aportaciones de la escuela del public choice arrojan luz sobre cómo perspectivas idealistas y románticas sobre la política distan, en la práctica, de la realidad. Nada que ver con las empresas privadas cuyos accionistas pierden hasta la camisa si la empresa no se adapta a la demanda continuamente cambiante del consumidor, tienen skin in the game. Además, por interés personal, cabe esperar que se tomen decisiones sostenibles que no comprometan la supervivencia de la entidad y su capital en el corto plazo. Guiados por un sistema de pérdidas y ganancias, los empresarios destinarán los recursos de la sociedad a aquellos ámbitos que permitan maximizar la riqueza. Me gustaría animar al lector a reflexionar si reaccionaría igual ante daños en la vía pública a como lo haría ante daños equivalentes sobre su propiedad. No pretendo desprestigiar las buenas intenciones de organismos públicos, sólo resaltar los conflictos inherentes que tienen al no ser un producto del proceso de mercado. La institución de la propiedad privada pretende alinear incentivos, minimizando la tragedia de los comunes en un entorno de recursos escasos, para que las personas puedan cooperar y prosperar pacíficamente.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo