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Una reflexión sobre las recetas económicas

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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En 1949 el economista argentino Raúl Prebisch publicó “El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas”, donde indicó que los países de la región rezagaron en el desarrollo industrial y que la caída de los precios de materias primas respecto a los artículos industriales implicaba menor capacidad de compra para los habitantes de la región.

Por su parte, el economista alemán-inglés Han Singer publicó en 1950 en una de las revistas económicas más prestigiosas el artículo “La distribución de las ganancias entre los países prestamista y prestadores”, donde ratificaba similar idea.

A raíz de esos estudios y otros posteriores, Latinoamérica profundizó una estrategia denominada “Industrialización con sustitución de importaciones” (ISI). La idea es que, si se apoya a industrias importantes, se puede sustituir la importación de esos productos y fortalecer la captación de divisas para el país y, de esa forma, reducir la dependencia externa.

Esta idea tuvo consenso en varios países, incluyendo Bolivia desde la mitad del siglo pasado. Es más, los planes de desarrollo nacionales desde 1940, incluyendo el Plan Bohan, enfatizaron en la sustitución de importaciones como un pilar.

Los resultados para América Latina en general y Bolivia en particular fueron malos. Como lo señalan Eliana Cardoso y Ann Helwege en “Economía latinoamericana: Diversidad, tendencias y conflictos” (1992), implicaron menor crecimiento de las exportaciones por un tipo de cambio artificial, alta inversión en industrias a costa de otros sectores intensivos en empleo como la agricultura, e insostenibles déficits fiscales por los subsidios al desarrollo de las industrias nacientes.

En el caso específico boliviano, un libro de 1981 “Proyectos de desarrollo en Bolivia” de René González incluye propuestas ISI que, en la perspectiva histórica, han sido desafortunadas como la planta de fundición de Karachipampa o la industria azucarera en San Buenaventura.

A raíz de la crisis del esquema ISI, los países latinoamericanos se vieron forzados a implementar ajustes macroeconómicos necesarios pero costosos en términos de empleo y pobreza. Los años noventa fueron una época de múltiples reformas para reducir las distorsiones del esquema ISI.

Los mercados comenzaron a funcionar mejor y varios países tuvieron una “primavera de crecimiento”. Sin embargo, las tasas de crecimiento de la actividad estuvieron por debajo de las altas expectativas y las caídas de la pobreza fueron moderadas, lo cual llevó a la insatisfacción con la orientación de política económica reformista.

En esa línea, varios países han vuelto gradualmente a aplicar políticas de intervención directa en los mercados.

Por tanto, tenemos dos visiones distintas aplicadas en la misma región y resultados desalentadores en ambos casos. ¿Falló ISI? ¿Las reformas estructurales fueron insatisfactorias?

Creo que la respuesta a estas preguntas no puede ser general, sino específica a cada caso. Tal vez la moraleja es que la aplicación de “recetas” es desaconsejable a la luz de lo señalado. Algunas ISI fueron acertadas y otras no lo fueron tanto; lo propio con las reformas estructurales.

Un ejemplo actual de una política ISI satisfactoria es la introducción del etanol como aditivo en los combustibles por sus impactos en empleo, producción y ahorro de divisas y recursos fiscales, porque concurren de forma natural los sectores público y privado aprovechando sus ventajas competitivas.

Sin embargo, tengo suspicacia de la eficacia de la política ISI en otros sectores delineados tanto en el Plan de Desarrollo 2021-2025 como en el Presupuesto 2022 (fármacos, química básica, vidrio plano, etc). Mi cuestionamiento es estrictamente profesional porque no están disponibles públicamente los estudios técnicos que respalden estos emprendimientos.

En síntesis, cada política y programa debe evaluarse profesional y técnicamente para que luego los actores sociales tomen decisiones conociendo sus costos y beneficios.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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