Chile frente al plebiscito constitucional
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En pocos días Chile afrontará la votación que decidirá si se aprueba el texto constitucional planteado por la Convención Constituyente. Sorprendentemente, en todas las encuestas que se han publicado hasta el momento, la opción del rechazo sigue siendo mayoritaria. El texto constitucional propuesto es tan malo que muchos de quienes promovieron la convocatoria a una constituyente, están pidiendo el voto por el rechazo para poder tener otra oportunidad de redactar una nueva Constitución.
¿Qué ha pasado para que la Constitución que despertó tantas expectativas para superar el estallido social, que generó tanta violencia, con la quema de 27 estaciones del metro de Santiago, y de varias iglesias, entre otros ejemplos de la destrucción causada por los manifestantes, uno de los cuales es hoy el presidente de Chile, genere tanto rechazo? Hace poco más de un año, el referéndum para decidir la convocatoria de la Convención Constituyente ganó abrumadoramente y en la posterior elección de los constituyentes las fuerzas más radicales lograron la mayoría de la representación en la Convención.
Aunque aún no sé conoce cuál será el resultado final de la votación y existe desconfianza sobre la incidencia del oficialismo en la búsqueda de salvar la Constitución, por un camino u otro el pueblo chileno se encamina hacía una nueva frustración, pues como ya han descubierto muchos países de la región, entre ellos Bolivia, las constituciones por sí solas no solucionan los problemas ni aseguran la prosperidad de las naciones, aunque sin están mal redactadas pueden constituir camisas de fuerza que generen obstáculos permanentes para la consolidación democrática, la convivencia e integración ciudadana y el desarrollo económico y social.
Además, en el caso de Chile, los escándalos suscitados durante la realización de Convención Constituyente, las falsedades descubiertas sobre muchos de los activistas más radicales que fueron electos a raíz de su protagonismo en las protestas, y el rápido deterioro de la imagen del presidente Boric, quien vinculó estrechamente la gestión de su gobierno a la aprobación de la nueva constitución, van abriendo los ojos a millones de chilenos sobre el engaño del hechizo constitucional y del refundacionismo que constantemente fascina a los pueblos latinoamericanos.
Lo que constituye un auténtico caso de estudio, es que Chile, objetivamente y desde muchos indicadores, es el país que más había avanzado en Latinoamérica en disminuir la pobreza, consolidar las bases de una democracia constitucional y sentar las bases de un desarrollo sostenible, que había logrado gestar la clase media más amplia y con mejores condiciones de vida de la región, por lo que el nivel de violencia y de destrucción visto en las protestas del 2019, agarró de sorpresa a todo el sistema político, incluida la Concertación de partidos de izquierda que gobernó el país más de 20 de los últimos 30 años.
¿Cómo se llega a un estado tan profundo de malestar y violencia habiendo progresado tanto? Seguramente, muchas respuestas. Una de ellas, es que hay una apuesta deliberada de muchos grupos políticos radicales de izquierda que sistemáticamente exacerban el malestar, la confrontación y la polarización social para desestabilizar los gobiernos y sistemas democráticos y llegar al poder. En el caso de Chile, además no le perdonaban el éxito alcanzado por la economía de mercado para bajar la pobreza hasta el 10% de la población y encaminarse a ser el primer país en lograr el nivel de ingresos de un país desarrollado.
Sin embargo, esto no debe negar, como me explicaba en una reciente conversación Jorge Gómez, investigador senior de la Fundación para el Progreso, que el sistema político perdió la capacidad de representación porque no supo renovarse, se envejeció con los mismos candidatos durante varias décadas y no supo incorporar a las nuevas generaciones.
También, Gómez apunta a la contradicción de las nuevas generaciones, que son las principales beneficiarias de los altos niveles de progreso alcanzado y no quieren perder los grados de consumo a los que están acostumbrados y al mismo tiempo atacan y destruyen el sistema que hizo posible conseguir esta prosperidad.
Es la complejidad de los desafíos que enfrenta la democracia en una época en la que se va perdiendo la convivencia pacífica de quienes piensan diferente por la apuesta al malestar, la confrontación y la polarización.