China: cuando el pragmatismo cambia
El pragmatismo chino ha cedido a las ambiciones de Xi Jinping de liderar la construcción del eje iliberal. Pero entre la pandemia y la guerra en Ucrania, el panorama luce comprometido para China y su rol en el mundo.
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Por María Isabel Puerta Riera1
Tres aspectos de la política exterior china nos muestran algunos detalles que cambian y otros se mantienen igual. Por un lado, se conserva la estrategia de expansión como superpotencia sin sacrificar su sistema de partido único. Por el otro, cambia la táctica del soft power al sharp power para contraponer su modelo a la democracia occidental. Finalmente, la coyuntura desafía el pragmatismo: la pandemia no ha terminado y la guerra en Ucrania amenaza con alargarse.
Los principios de la política exterior china pueden encontrarse en el Tratado Panchsheel. Este documento establece los fundamentos que orientarían la relación con sus vecinos asiáticos, India y Myanmar. Los cinco principios son: respeto mutuo por la soberanía y la integridad territorial, no agresión mutua, no interferencia en los asuntos internos de los países que lo suscriben, igualdad y beneficio mutuo, y coexistencia pacífica. Estos han sido los principios a partir de los cuales China ha construido una relación de confianza con sus aliados, sirviéndole, además, para posicionarse dentro de su concepción del mundo multipolar.
Desde esta perspectiva, China aboga por un sistema donde la autonomía se vea reflejada en las decisiones soberanas de las naciones y no sometidas a las reglas de juego del mundo unipolar, en clara alusión al predominio de las democracias liberales de Occidente. Sin embargo, es importante señalar que estos desencuentros obedecen principalmente a la naturaleza de las formas democráticas que contrastan con el régimen cerrado de la nación asiática.
El camino de una superpotencia
China ha desarrollado una estrategia de crecimiento apalancada en su brazo económico que le ha permitido navegar de manera eficiente el escenario internacional en su misión de consolidarse como una superpotencia mundial. Sin sacrificar el sistema de partido único, en el que las libertades políticas están bajo la tutela del Partido Comunista Chino (PCCh), se constituye un modelo a dos vías donde coexisten la economía de mercado con un régimen político de naturaleza autoritaria.
El modelo chino tuvo que reformarse, no solamente para estar en condiciones de disputar un espacio de influencia en la arena internacional, sino, sobre todo, para posicionarse como un actor económico imprescindible.
El régimen chino no busca confrontar al mundo unipolar, al que critica por su influencia global, sino más bien aspira a que su modelo político sea visto como una alternativa plausible. Esta aspiración refleja la transición del modelo chino de la segunda revolución de Deng Xiaoping —en que el crecimiento económico era la prioridad— a la tercera revolución de Xi Jinping, respaldada por un acelerado crecimiento económico y la expansión de la diplomacia financiera. A diferencia de las moderadas aspiraciones en materia de política exterior de sus predecesores, entre la Nueva Ruta de la Seda y el expansionismo financiero en Latinoamérica, Jinping comenzó a delinear un cambio en el modelo chino.
Del soft power al sharp power
La estrategia de China no solo ha sido de expansión económica en su disputa por un espacio de influencia con Estados Unidos en igualdad de condiciones. También, y al igual que Rusia, ha desplegado sus herramientas de conquista cultural para generar un contrapeso al predominio de las democracias occidentales. Desde la diplomacia deportiva, hasta la influencia directa a través de los Institutos Confucio, considerados como herramientas del PCCh.
El argumento que ha desarrollado China es que no se trata de la adhesión al modelo liberal, sino de la ruptura con su monopolio a partir de la alternativa del modelo chino. Esto se inscribe dentro de la aspiración china de la multipolaridad a la que ha apostado con el respaldo de su poderío económico, que se expresa no solamente en su enorme aparato productivo sino, además, en su expansión económica hacia Latinoamérica.
En una suerte de neocolonialismo iliberal, China ha emprendido en las últimas dos décadas un agresivo plan de inversiones en Latinoamérica, alcanzando unos 138.000 millones de dólares de inyección directa, con Venezuela encabezando la lista de los países beneficiados. Pero en los últimos años esta estrategia ha sufrido una desaceleración debido a las condiciones particulares de la región, entre las limitaciones geográficas y las condiciones particulares de los países beneficiarios: conflictos políticos, corrupción, retraso de obras, etc. El escenario ahora no es de abandono total, sino de reconfiguración de la estrategia, ya sea a través de cooperación técnica o intercambio comercial.
Rezagos de la pandemia y la guerra
Las expectativas económicas chinas no son optimistas. A esto se suma la preocupación por su juego de equilibrio frente a la invasión rusa en Ucrania.
La aspiración de crecimiento sostenido en China tuvo un impulso significativo con el 8,1% registrado en 2021. No obstante, el nuevo incremento de casos de coronavirus ha generado preocupación en el país. Los analistas anticipan una desaceleración que podría afectar a la economía mundial justo cuando está saliendo de la crisis generada por la pandemia. Los efectos de la política de confinamiento han debilitado la actividad económica de Shanghái, epicentro financiero y comercial, lo que ha obligado a revisar la meta de crecimiento de China prevista para 2022.
En cuanto al conflicto en Ucrania, considerando la oportunidad que esta coyuntura representa para China y para las ambiciones de Jinping de construir un liderazgo alternativo, esta guerra —que amenaza con prolongarse— constituye un desafío. La alianza con una Rusia aislada compromete a China. El Gobierno de Jinping, aun cuando se ha abstenido de votar en la ONU en contra de Rusia, no ha condenado sus acciones. Por el contrario, ha aprovechado la situación para fortalecer el eje anti-Occidente con la esperanza de debilitar al bloque democrático.
Finalmente, esta crisis debería llevar al Gobierno chino a reevaluar su estrategia con respecto a Taiwán, vistas las consecuencias de la guerra en Ucrania. No solamente reconociendo los riesgos que implicaría violar las sanciones en el caso de Rusia sino, además, cualquier intento por aprovechar esta coyuntura para resolver la situación con Taiwán. China se verá forzada a considerar todos los escenarios y sus consecuencias desde la perspectiva del conflicto entre Rusia y Ucrania.
Evitar la desestabilización
Es crucial, tanto para Occidente como para China, considerando la dependencia mutua, que prevalezca una posición que evite la desestabilización, no solamente de Europa por causa de la guerra en Ucrania sino, además, de la economía mundial. Aun cuando Jinping ha tomado distancia de la naturaleza pragmática de la política exterior china, las actuales circunstancias hacen pensar que las desastrosas consecuencias de la invasión a Ucrania obligarán a China a tomar una decisión que le permita proteger su economía y, con ello, a la economía mundial de la que es parte fundamental.