Colombia, con malhadada coyunda
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Ayer Colombia realizó su primera vuelta de elecciones presidenciales y lo que se perfilaba en los últimos días, se cumplió: el 19 de junio se enfrentarán por la presidencia dos candidatos con discursos populistas, uno de izquierda dura —Gustavo Petro Urrego—, ex guerrillero, exalcalde Mayor de Bogotá y senador, y otro de derecha —Rodolfo Hernández Suárez (al que no lo denomino “conservador”, que programáticamente lo es, para no confundirlo con el partido que se ha alternado en el Poder en Colombia desde 1849) —, empresario y exalcalde de Bucaramanga (considerada por el Banco Mundial una de las ciudades más prósperas de Latinoamérica).
Esta elección se ha caracterizado por varias particularidades: porque no están compitiendo ninguno de los dos partidos que han manejado el poder en Colombia en casi dos siglos —el Conservador Colombiano y el Liberal Colombiano, éste fundado el año anterior al Conservador—; porque ambos candidatos manejan discursos populistas; porque el país ha manifestado un rechazo a la política tradicional —base del discurso de ambos contendientes y motivo que obligó a Conservadores y Liberales a abstenerse de presentarse a las presidenciales—, y porque están muy cerca las protestas de 2019: el “Paro Nacional #21N” que generó una fuerte espiral de violencia con múltiples demandas, la mayoría contra las políticas económicas, sociales y ambientales del gobierno del presidente Iván Duque Márquez, y por el manejo dado a los acuerdos de paz con las FARC-EP y los homicidios de líderes sociales campesinos e indígenas y reinsertados exguerrilleros, entre otros.
Petro Urrego —con la coalición Pacto Histórico “Colombia Puede” con más de una veintena de partidos y movimientos políticos de centroizquierda, izquierda e izquierda dura (la denominada “progresía” afín al Socialismo del Siglo 21 y al madurismo)— y Hernández Suárez —comparado con Donald Trump y arropado en la Liga de Gobernantes Anticorrupción (LIGA), un movimiento ideado como “alternativa cívica independiente a los partidos políticos tradicionales y las ideologías” y que sólo fue apoyado por el Partido Verde Oxígeno de Ingrid Betancourt Pulecio, basó su campaña contra la corrupción de la clase política tradicional, defendiendo la empresa privada, el fracking y el empleo de glifosato contra los cultivos ilegales— tendrán que enfrentar las demandas del #21N y bajar las tensiones sociales en el país, manteniendo el crecimiento económico —pronosticado superior al 5,8% este año, lo que lo convierte en uno de los más dinámicos de la región—, superando la desigualdad social —su Gini (54,2) es el segundo mayor de la Región, detrás de Brasil— y mejorando su IDH (0,767 en 2020, lugar 83 Alto). Otro reto es que ninguna de sus coaliciones tendrá capacidad significativa propia en el Congreso elegido en marzo.
Quien de ellos gobierne Colombia —miembro de la OCDE y aliado estratégico no miembro de la OTAN— tiene otro reto pendiente: terminar de pacificar el país tras más de siete décadas de guerra civil y con unos diálogos de paz que no terminaron de solucionar a cabalidad el conflicto. Esto, con la economía, es la verdadera coyunda presente y futura del país y el populismo —no importe su signo— no ha demostrado ser una buena receta latinoamericana.
Dios ayude a nuestra hermana Colombia.