Colombia y el todo puede suceder
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La tendencia aparente en América Latina o en gran parte de ella es que organizaciones de izquierda – debate aparte si lo son o no – ganen las elecciones. Ocurrió en México, Bolivia, Perú, sorpresivamente en Chile, está muy cerca de ocurrir en Colombia y es casi un hecho que Brasil seguirá el mismo rumbo. Y todo a pesar del catastrófico ejemplo venezolano y de la larga agonía cubana.
La orientación de los votos parece indicar, por lo menos, que ha terminado el ciclo de los gobiernos conservadores o de derecha en la región y que es cada vez mayor el número de personas que optan por lo que presumen podría ser una visión más sensible o distinta en la forma de gobernar.
Golpeado por la pandemia y sus secuelas, y por el efecto inflacionario global de la guerra en Ucrania, el electorado regional vuelve a buscar en los líderes y proyectos populistas una fórmula de equilibrio que acaso no les sirva para remediar todos los males, pero que puede por lo menos democratizar las oportunidades.
En sociedades empobrecidas no es difícil que prenda la semilla de plataformas que ofrecen superar las desigualdades y que se consoliden los liderazgos de personajes que han militado en las filas de una izquierda democrática e incluso radical, como el candidato colombiano Gustavo Petro.
Petro no solo tiene el aura romántica de su pasado guerrillero, sino que además es el representante de una línea que nunca antes gobernó en Colombia y, en ese sentido, como lo anotan algunos análisis, encabeza también un movimiento contra el orden establecido durante décadas en su país.
El momento ofrece oportunidad también para los denominados outsiders, aquellos que convierten su falta de experiencia política e incluso de referencia ideológica en un atributo favorable y diferenciador, sobre todo en escenarios donde el desgaste afecta por igual a los bandos tradicionales.
El candidato Rodolfo Hernández en Colombia tomó por sorpresa a todos, a los conservadores disfrazados y a una izquierda que pensaba conseguir una victoria definitiva en primera vuelta. Quiere “sacar a patadas a los políticos ladrones”, lo cual no es poco en una región donde a diario se destapan escándalos de corrupción. Es un hombre mayor que utiliza las herramientas tecnológicas más jóvenes para llegar a un mercado que busca novedad, donde las frases cortas y efectivas tienen más peso que los discursos largos.
Porqué vota como lo hace la gente en gran parte de América Latina? Cuáles fueron los errores que determinaron que una generación de políticos centristas o de derecha quedarán fuera del radar de las preferencias electorales? ¿Cómo es que de pronto irrumpen figuras que patean los tableros de la competencia habitual?
La racionalidad de unos tropieza con el instinto político de los otros y el análisis de la situación no deja de estar condicionado por las militancias. De un lado quienes creen que la izquierda es sinónimo de autoritarismo y desastre y del otro los que piensan que la derecha es el extremo de la defensa de los privilegios y las injusticias sociales. Ni lo uno, ni lo otro es del todo cierto, pero ahí vamos.
La izquierda se sostiene siempre sobre una narrativa de emociones. Nada hay racional en su discurso. No plantea soluciones a la crisis económica, el desempleo o la corrupción, sino que se limita a decir que ha llegado el momento de gobernar para los más pobres. Lo de menos es hablar del cómo. Lo importante es afirmar una posición del lado de los excluidos.
La derecha, en cambio, se dedica casi exclusivamente a infundir miedo sobre lo que podría ser un gobierno de izquierda. La comparación con Venezuela es el argumento más a mano, aunque Venezuela y cada vez menos Cuba sirvan como referencias, porque ni siquiera a un gobierno populista se le ocurriría seguir ese camino. Son símbolos, pero no ejemplos.
A diferencia de la derecha, por lo general reacia a asimilar las nuevas causas sociales y generacionales, la izquierda ha sabido adoptarlas a pesar de no estar del todo convencida y eso le ha permitido ampliar su radio de influencia público. Es más probable que un progresista sume a ecologistas, comunidad LGBTI, animalistas y movimientos de mujeres, antes que lo haga un conservador y eso marca una diferencia importante.
Las plataformas del conservadurismo se han quedado sin causas. Mantener las cosas como están o devolverlas a como estaban de ninguna manera puede ser una buena propuesta en comunidades donde prevalece la ambición por transformarlo todo.
Atrapados por un discurso envejecido y poco motivador, los líderes y caudillos de la derecha regional han perdido aceleradamente su influencia. Y es que en estos tiempos pareciera que no se puede hacer política desde el púlpito del prejuicio o desde el gabinete de la propuesta técnica desprovista de sensibilidad.
Los outsiders son los representantes del sentido común. Se limitan a decir lo que la gente quiere escuchar. No se involucran en debates profundos y son asiduos a las redes sociales para difundir mensajes sencillos y directos.
El movimiento del péndulo ideológico es cada vez más caprichoso en la región. Nada queda del todo atrás. En Brasil Lula sale de la cárcel para iniciar nuevamente la marcha hacia el Palacio de Planalto. En Colombia la militancia armada de Petro ya no es una mancha en la hoja de vida y los perfiles tipo Fujimori no habían estado del todo enterrados. En Bolivia el MAS se fue, pero volvió un año más tarde y en Chile no son pocos los que creen que la revolución interrumpida de Salvador Allende recobra fuerza décadas después con Gabriel Boric.
Ya nada sorprende porque la realidad se rebela siempre a las conclusiones prematuras y en la carrera por el poder incluso los que miran desde la tribuna tienen la oportunidad de convertirse en protagonistas en los tramos finales. Y es que vivimos un tiempo donde nada está dicho del todo y todo está siempre a punto de suceder.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo