Déjenlos volver
Gabriela Calderón de Burgos dice que el cierre de las escuelas se ha convertido en muchos lugares en el recurso fácil para que los políticos hagan postureo de que están tomando medidas drásticas frente a la pandemia.
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Por: Gabriela Calderón de Burgos
La región de América Latina y el Caribe es la que ha cerrado por más tiempo las escuelas en el mundo. El costo a largo plazo podría ser enorme en términos de crecimiento económico y bienestar general de la sociedad.
A pesar de que en esta última ola las muertes no han aumentado de manera significativa —de hecho, es casi imperceptible el aumento si se lo compara con las tres olas anteriores— y de que los hospitales no están abrumados, las autoridades han vuelto a prohibir la educación presencial. El cierre de las escuelas se ha convertido en muchos lugares en el recurso fácil para que los políticos hagan postureo de que están tomando medidas drásticas frente a la pandemia. Allí donde las autoridades y no pocos expertos de la salud continúan vendiendo la utopía de cero-COVID-19, donde los sindicatos de maestros saben que les pagan así den clases presenciales o no, y donde la sociedad civil parece no tener la educación como prioridad, esto es lo más sencillo.
Pero el cierre de las escuelas tienes costos altísimos para mitigar un riesgo bajísimo. Consideremos algunos de los costos. El Banco Mundial estima que con tan solo 13 meses de clases perdidas, 77% de los estudiantes latinoamericanos estarían debajo del nivel mínimo de desempeño para estudiantes de su edad en la OCDE, cifra que ha aumentado desde 55% en 2018. El efecto de largo plazo es que incluso si un estudiante pierde tan solo 10 meses de clases, el BM estima que el estudiante promedio podría perder $24.000 en ingresos a lo largo de su vida. El impacto es desigual: los más perjudicados serían los niños que provienen de hogares con ingresos más bajos y, dentro de estos, las niñas. Imagínese el impacto terrible para aquellos niños en la costa del Ecuador que no han asistido a clases presenciales desde enero de 2020. La educación remota es un gesto simbólico para muchos. Mientras que 95% del quintil de ingresos más altos en la región posee acceso al Internet, solo 45% del quintil más bajo lo tiene.
Encuestas realizadas a mediados de 2021 en Ghana y Senegal concluyen que si bien la tasa de abandono de estudios no aumentó en relación al promedio en tiempos normales, sí aumentó de manera significativa la tasa de repetición a través de todos los niveles escolares. Esto es, los estudiantes que deben repetir el año, cuya tasa promedio en 2018 fue de 3,5% en Ghana y subió a 10,5% en 2021. En Senegal sucedió algo similar, pasando la tasa de repetición pasó de 6,5% en 2018 a 11,4% a principios del año académico 2020-2021.
Estos costos se verían justificados si el riesgo fuese superior. Pero ese análisis de costo-beneficio las autoridades ni siquiera se han molestado en hacerlo. La revista The Economist señaló que “El COVID-19 rara vez causa enfermedad severa en los niños. En el año hasta abril [2021] la probabilidad de un estadounidense con edad de entre 5-14 años de contraer y morir del virus era alrededor de 1 en 500.000 —cerca de un décimo de la probabilidad que tiene un niño de morir en un accidente de tráfico en tiempos normales”.
Una sociedad que no le da prioridad a la formación del principal recurso en la creación de riqueza —el capital humano— mediante la educación es una sociedad que está destinada a ver su crecimiento, desarrollo y bienestar limitado.
Gabriela Calderón de Burgos es editora de ElCato.org
*Este artículo fue publicado originalmente en elcato.org el 21 de enero de 2022.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.b