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El costo de estar desconectado durante una pandemia

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Autores: Robert Taliercio O’Brien, Franz Dress-Gross, Carolina Mejia-Mantilla y Sergio Olivieri

“Baja nuestra aplicación u ordena a través de nuestro número de WhatsApp”. “Escanea el código QR y paga desde tu celular”.

Este tipo de mensajes son cada vez más comunes en los países de América Latina y el Caribe. Desde abril de 2020, cuando los gobiernos de la región comenzaron a implementar medidas para contener el Covid-19, estos mensajes han aparecido en todas partes: tiendas, avisos publicitarios, y supermercados. Su proliferación representa solo un ejemplo de cómo la conectividad digital ha ayudado a mitigar los impactos de la pandemia en el día a día.

Al conectar familiares, amigos, estudiantes y maestros, empresas y mercados, las tecnologías digitales han sido fundamentales para dar continuidad a las actividades sociales y económicas.  Además de permitir que millones de personas se sintieran acompañadas durante cuarentenas y cierres, dicha conectividad sigue siendo fundamental para aliviar los complejos desafíos socioeconómicos que conlleva la pandemia.

La contribución de estas tecnologías es evidente cuando se analiza cómo las personas se han adaptado a la “nueva normalidad”. Como demuestra el nuevo informe “The Cost of Being Off the Grid“, los hogares latinoamericanos con acceso a tecnologías de información (como internet) se han adaptado mucho más eficazmente que sus pares menos conectados.

Los hogares menos conectados han experimentado mayores pérdidas de bienestar, incluidas pérdidas de aprendizaje, que sus contrapartes mejor conectadas.  Estos resultados son válidos incluso cuando se analizan hogares similares en términos de nivel de educación, área de residencia y tasa de dependencia – definida como la proporción de dependientes (demasiado jóvenes o mayores para trabajar) con respecto a aquellos en edad de trabajar.

Por ejemplo, se consideran los hogares que residen principalmente en áreas rurales, con niveles de educación bajos (primaria o menos) y tasas de dependencia relativamente altas, y se analizan las diferencias entre aquellos con alta y baja conectividad. Los resultados muestran que aquellos con alta conectividad digital perdieron el empleo (15%) en menor medida que sus contrapartes (23%). De forma similar, el 69% de los hogares con baja conectividad sufrió una reducción en su ingreso familiar total, un nivel 11 puntos porcentuales mayor que aquellos conectados. Igualmente, los niveles de inseguridad alimentaria fueron casi el doble para aquellos con menor conectividad, 46% versus 24% (Figura 1, Panel A).

También se observa que los hogares con alta conectividad digital pudieron acceder a actividades de aprendizaje remoto de mejor calidad, una ventaja crucial si se tienen en cuenta las consecuencias de largo plazo. Si bien el acceso a cualquier actividad remota de aprendizaje fue alto para los hogares tanto de baja como alta conectividad, éste último grupo pudo acceder a actividades de aprendizaje de mayor calidad, como sesiones en línea con un profesor (73% versus 61%, Figura 1, Panel B). Así, la conectividad ayudó a contrarrestar la pérdida de aprendizaje de los niños.

Conectividad gráfico

Conectividad, la clave del futuro

A pesar de que casi dos tercios de la población de América Latina y el Caribe tienen acceso a Internet, existen importantes brechas entre países y al interior de estos. Menos del 50% de la población tiene conectividad de banda ancha y solo el 10% tiene acceso a fibra óptica en su hogar. 

Para garantizar que todos los segmentos de la población tengan acceso a tecnologías digitales y puedan aprovechar sus beneficios, se requieren importantes inversiones en infraestructura. Particularmente en áreas rurales, donde sólo el 40% de la población está conectada.

La capacidad adquisitiva también es un desafío importante para lograr la conectividad universal en algunos países. El teléfono inteligente más barato en el mercado representa alrededor de 12% del ingreso mensual del hogar promedio de la región, pero en Guatemala y Nicaragua el costo puede llegar a un 34%, y para Haití, un increíble 84%. La reducción de impuestos y aranceles aduaneros para dispositivos de bajo costo con acceso a Internet puede contribuir a reducir precios y así fomentar la inclusión de los más vulnerables.

La tecnología toca la vida de las personas a través de múltiples canales, como el trabajo, el consumo, la educación y la salud, entre otros. No obstante, sólo quienes sepan cómo utilizar la tecnología se benefician de los dividendos digitales. Por esto, la agenda digital también debe promover las habilidades digitales a lo largo del ciclo de vida de las personas. Esto es fundamental para quienes estén buscando reintegrarse al mercado laboral durante el periodo de recuperación, así como para quienes buscan acceder a servicios públicos durante la pandemia.

El Covid-19 ha resaltado la importancia de las tecnologías digitales dentro los planes de desarrollo de América Latina y el Caribe, y ha demostrado que estas pueden mejorar significativamente el bienestar y las condiciones de vida  de la población.

Los gobiernos de la región reconocen cada vez más la importancia de formular una agenda de políticas digitales que busque incrementar la inversión en infraestructura digital, mejorar los servicios gubernamentales digitales (e-Government), promover el desarrollo de habilidades digitales y permitir el acceso a los segmentos más marginados de la población. La conectividad es la clave del futuro y no hay tiempo que perder.

Nota publicada originalmente en Banco Mundial Blogs


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