El mal uso de la tragedia (Chile)
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Gabriel Boric no es Salvador Allende, aunque el primero a veces busque emular al segundo. A veces da la sensación de que el actual Mandatario cree compartir una épica similar a la del fallecido Mandatario socialista hace cincuenta años. Probablemente eso han intentado construir comunicacionalmente desde el gobierno actual. Una continuidad entre ambos que, sin embargo, los contextos en muchos sentidos hacen que sea más bien una simple teatralización.
La nostalgia respecto a la Unidad Popular del Presidente Boric responde a la lógica desde la cual se ha intentado constituir la izquierda millennial y centennial chilena que hoy gobierna. En parte, se explica porque las vidas de sus dirigentes, varias de ellas privilegiadamente cómodas y sin altibajos, se desarrollaron durante los años de prosperidad económica y concordia política concertacionista. Pero ser herederos de la élite política concertacionista tuvo un costo, los despojó de una épica que sus padres sí tuvieron al oponerse a Pinochet. No es raro entonces que, años atrás, varios potenciales sucesores de los círculos concertacionistas no sólo manifestaran su abierto desprecio hacia la Concertación, sino que adoptaran la pose de revolucionarios, como aquellos dirigentes de la UC que en 2015 se declaraban herederos del Guevara, hijos de Chávez y Fidel, que hablaban de patria liberada y de vencer o morir. Todo desde una imaginaria Sierra Maestra inventada en los patios de la universidad.
«El gobierno del Presidente Gabriel Boric, con sus modos de impulsar la reflexión respecto a los cincuenta años del quiebre democrático en Chile, corre el lamentable riesgo de terminar haciendo del recuerdo de la tragedia una farsa».
Durante el llamado estallido de 2019 también se evidenció esta especie fantasía épica. Parecía que algunos quisieran, en una especie de masoquismo extraño, estar realmente sometidos al arbitrio de una dictadura brutal. Varios no escatimaron en inventarse, tal como lo hizo Beatriz Sánchez por ejemplo, un centro de tortura en Metro Baquedano. Todo para que su ficción épica superara a la realidad. Era tal el nivel de histrionismo que un sujeto como Rodrigo Rojas Vade, no solo se disfrazó de enfermo de cáncer, sino que encontró el terreno fértil para ser elevado a una especie de superhéroe, en medio de una masa donde varios probablemente se creían partisanos luchando contra Hitler.
Las actuales generaciones de izquierda, esas que desde la comodidad dicen querer reemplazar el capitalismo sin saber con qué ni cómo y cuyas vidas sin altibajos ni pellejerías llegan a ser aburridas, están ansiosas de una epopeya. El problema es que, en ese afán, no escatiman en instrumentalizar las tragedias del pasado. Como banalizar la tortura inventando falsos centros de tortura. Así es como distorsionan la Memoria. Entonces, no recuerdan a las víctimas de atropellos de los Derechos Humanos con el propósito de nunca repetir aquello, sino para su propia vanagloria presente. Es decir, no recuerdan el drama y la miseria humana como lecciones trágicas del pasado, sino para ellos sentirse moralmente superiores al resto, para elevarse como santos cuya bondad indiscutible les permite ser jueces del pasado, presente y futuro.
Todo lo anterior conlleva a un uso estético e instrumental de la Memoria, que se refleja en la aproximación superficial, por parte del gobierno de Gabriel Boric, al quiebre democrático ocurrido en Chile hace cincuenta años. No hay una reflexión respecto al modo en que todos, de una forma u otra, llevaron la democracia chilena al matadero, tal como le escribía Radomiro Tomic a Carlos Prats en agosto de 1973. Por eso el foco del gobierno está centrado sólo en el hecho brutal del golpe.
En cambio, bajo la excusa de la conmemoración, se impulsa soterradamente una especie de recriminación transgeneracional anacrónica. Como en su afán de épica el Frente Amplio necesita un enemigo, ahora trata de construirlo en base a un hecho del pasado. Pero con eso se impide la reflexión histórica y más importante aún, la reflexión ética mancomunada, respecto a los ámbitos de lo político y el carácter corrosivo de la violencia, en términos retóricos y prácticos, para una democracia. El problema es que esa es la reflexión más importante y pendiente por parte de las nuevas generaciones tanto de izquierda como de derecha.
El gobierno del Presidente Gabriel Boric, con sus modos de impulsar la reflexión respecto a los cincuenta años del quiebre democrático en Chile, corre el lamentable riesgo de terminar haciendo del recuerdo de la tragedia una farsa.