¡Esta guerra, si nos concierne!
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Cuando se inició la invasión rusa a Ucrania hace un mes, nadie sospechaba que se estaba configurando el escenario donde se dirimirían los destinos del mundo liberal-democrático —principalmente occidental— que hizo de la democracia una forma de vida, y el mundo que concibió el totalitarismo —China y Rusia— como forma de sus Estados. Cada uno con sus características culturales y políticas.
La repercusión hubiera sido mínima y efímera, si el pueblo ucranio no hubiera resistido heroicamente a la invasión de Putin. La lucha épica que sostienen, eleva a una dimensión mundial el conflicto: la decisión de hacer prevalecer el mundo libre y democrático. Ya conocieron el régimen soviético y no desean volver al infierno. Ucrania se convierte, en una frontera cultural y política al imperialismo ruso, siempre instrumentado por el nacionalismo de sus ideólogos —intelectuales y religiosos— nostálgicos de la Gran Patria.
Por estas razones el mundo occidental —el bloque Atlántico: EEUU y Europa— decidió respaldar a Ucrania militarmente con armamento y suministros, auxiliarla económicamente, admisión masiva de refugiados, y canalizar —a través de sus instituciones y las ONG— la enorme solidaridad humana de la sociedad europea.
Claro que existen intereses económicos y de poder en cada una de las partes. Los Estados Unidos encuentran la posibilidad de afianzar su economía, y frenar el indiscriminado y corrompido avance chino-ruso en diferentes regiones del planeta; tanto en el viejo continente, en la conflictiva África, como en la problemática e incierta Latinoamérica.
La historia quiso que otra vez el escenario geopolítico mundial se dirima en suelo europeo. Estamos sufriendo las consecuencias de ignorar el crecimiento del régimen totalitario de Putin, acostumbrado a desestabilizar a las instituciones, estimular nacionalismos separatistas y grupos de extrema derecha en varias naciones de la región. Todo es válido, con la finalidad de dividir y generar el caos.
En este ambiente permisivo, diversos empresarios europeos llegaron a acuerdos económicos con sociedades privadas y estatales rusas —principalmente de energía—, se permitió que los oligarcas rusos inviertan o se asocien con varias compañías, ostenten su dinero, organicen el turismo de lujo, adquieran mansiones y embarcaciones suntuosas. Recién se advierte la política equivocada de la excanciller Merkel de permitir la excesiva dependencia alemana de la energía rusa.
Este panorama fue enmendado por la ministra de Asuntos Exteriores alemana Annalena Baerbock cuando advirtió que: “No podemos transigir ni lo haremos con los principios fundamentales del Acta Final de Helsinki… Estos incluyen la inviolabilidad de las fronteras, el derecho de cada Estado a elegir libremente sus alianzas y abstenerse de la amenaza del uso de la fuerza”. Luego de consumada la invasión organizada por Putin a suelo ucraniano, indicó que “ningún país…puede ser neutral en cuestiones de guerra y paz”. En este contexto, la calculada abstención de China, es percibida como una potencial amenaza para la supervivencia del orden liberal-democrático.
Lastimosamente el régimen del presidente Arce, orientado por las secuelas del oportunismo ideológico del cacique cocalero, continúa actuando con los reflejos e impulsos de izquierda criogénica —congelada desde la era de la guerra fría—, no atina a concebir una postura más inteligente, que permita posicionar favorablemente a Bolivia en el concierto internacional.
No podemos caer en la ingenuidad de pensar que nadie obtendrá provecho del drama humano que vive al pueblo ucraniano. Pero tampoco debemos caer en la simplicidad de refugiarnos en la candidez de contemplar pasivamente la Rusia de Putin, que desea volver a sus fronteras naturales e históricas para garantizar su seguridad imperial. Nadie puede negarle a la sociedad ucrania, el derecho que tiene de elegir su destino en libertad, con todos los defectos y limitaciones que pueda tener su sistema democrático.
Tenemos que tener la agudeza de concebir que en suelo ucranio se disputa, el triunfo de la política de los Estados gansteriles/forajidos liderados por Putin y sus adláteres: Evo Morales, Maduro, Ortega, Diaz-Canel y otros; o la victoria de la libertad y el Estado de Derecho por los que luchamos los demócratas.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo