La izquierda y el cambio
El comunismo surgió al iniciarse lo que Eric Hobsbawm llamó el siglo corto, que fue desde la revolución soviética de 1917 hasta la caída del socialismo real, en 1990. Lenin resucitó a Karl Marx, un autor que había muerto en el anonimato, y que no tuvo relevancia durante el siglo XIX. El comunismo se implantó en la Unión Soviética y en los países europeos conquistados por Rusia después de la Segunda Guerra Mundial. China adoptó ese régimen bajo el liderazgo de Mao, Cuba con el triunfo de la revolución castrista y los países del sudeste asiático luego de la derrota de los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam.
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En la sociedad hiperconectada se vaciaron los conceptos, los libros se usan como armas contundentes, no como transmisores de conocimiento. La gente tiene poco interés por la teoría y muchas veces sus reflexiones tienen la profundidad de un mensaje de celular. El vertiginoso ritmo del tiempo actual concede poco espacio a la reflexión.
Cuando quienes deberían esforzarse por pensar y comprender mejor la sociedad, superando la levedad del debate político, esa actitud trae malas consecuencias. Todos experimentamos el incremento exponencial de la velocidad con que crece el conocimiento, en la tercera revolución industrial y los efectos de la cuarta. En todas las disciplinas se cuestionan incluso paradigmas, porque permanentemente se producen descubrimientos científicos que derrumban los axiomas que los sustentan.
Para mencionar lo más reciente, el paradigma de la astronomía, que se basaba hasta hace pocos meses en la teoría del Big Bang, debe reformularse a partir de que el observatorio James Web ubicó una estrella que es cinco mil millones de años anterior al comienzo del universo. Cuando se trabaja con el método científico, si una hipótesis o un paradigma resulta falseado por la realidad, los estudiosos se ponen a trabajar en una nueva teoría que asuma el hecho. En el mundo de la política las cosas se solucionan de otra manera. Si se sabe que en una guerra hubo nueve mil muertos, un cuerpo legislativo puede decretar que fueron treinta mil, y la sociedad debe acatarlo.
Desgraciadamente, para analizar lo que ocurre en estos días, hay analistas que usan una bibliografía que tiene más de un siglo de antigüedad a pesar de que todo cambia de manera radical todos los meses. Las hipótesis de interpretación de la política tienen una vida corta, pero políticos y analistas no lo saben.
Cuando el papa Francisco calificó a Javier Milei de “Adolfito”, cayó en la difundida actitud argentina de acusar de nazi al que no comparte los mitos de la izquierda o del capitalismo de amigos. En realidad no existen más nazis en la Argentina, como no sean unos pocos delirantes pertenecientes a grupos marginales sin ninguna relevancia.
Lenin resucitó a Karl Marx, un autor muerto en el anonimato y sin relevancia en el siglo XIX
Tampoco existen comunistas, ni la oposición al actual gobierno es fruto de la acción de activistas infiltrados desde Cuba y Venezuela. Dijimos lo mismo cuando, hace pocos años, se produjeron movilizaciones masivas en contra de los gobiernos de Chile, Ecuador y Colombia.
El comunismo surgió al iniciarse lo que Eric Hobsbawm llamó el siglo corto, que fue desde la revolución soviética de 1917 hasta la caída del socialismo real en 1990. Lenin resucitó a Karl Marx, un autor que había muerto en el anonimato, y que no tuvo relevancia durante el siglo XIX.
El comunismo se implantó en la Unión Soviética y en los países europeos conquistados por Rusia después de la Segunda Guerra Mundial. China adoptó ese régimen bajo el liderazgo de Mao, Cuba con el triunfo de la revolución castrista y los países del sudeste asiático luego de la derrota de los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam.
Entre 1960 y 1980 parecía que el triunfo de la revolución comunista mundial era inevitable. Surgió un socialismo árabe prosoviético que se instaló en Libia con Muhammad al-Gaddafi, y en Siria e Irak con el Partido Baath. En el África negra aparecieron dictaduras militares de esa orientación en el Congo, Etiopía, Angola, y proliferaron los “movimientos de liberación”.
Cuba fue uno de los protagonistas del mejor momento revolucionario. Es el único país latinoamericano que, gracias al apoyo soviético, pudo enviar su ejército a combatir en África. A partir de la reunión de la OLAS, creada en 1967 por iniciativa de Salvador Allende, Cuba promovió focos guerrilleros en América Latina, al calentarse la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Movimientos armados de izquierda se enfrentaron a dictaduras militares patrocinadas por Norteamérica, especialmente en El Salvador, Nicaragua, Colombia, Perú y Argentina, unos y otros cometieron las brutalidades comunes en las guerras.
La izquierda quiso instalar dictaduras del proletariado, con economías centralmente planificadas que abolieran la propiedad privada. El experimento costó la vida de ocho millones de personas en el plan quinquenal de la URSS, cincuenta millones en el Gran Salto Adelante de China, y de un tercio de la población de Camboya cuando tomó el poder el Khmer Rouge. Fue un experimento sangriento e inútil.
Mientras la economía de los países capitalistas creció y las condiciones de vida de su gente progresaron, la economía estatista fracasó estrepitosamente. En la década de 1980 el comunismo entró en crisis, los Estados Unidos impusieron la democracia en América Latina, los grupos guerrilleros desparecieron. Cuando llegó el siglo XXI, lo único que quedó de todo esto fue un escombro de Cuba, antes conquistadora del mundo, flotando junto al Triángulo de las Bermudas.
La historia entró en una nueva etapa en la que los protagonistas fueron las culturas y las religiones, como lo habían previsto Samuel P. Huntington en El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, y Francis Fukuyama en El fin de la historia y el último hombre, textos publicados en cuanto colapsó el socialismo real.
Los antiguos países comunistas adoptaron la economía de mercado, aunque varios mantuvieron su gobierno autoritario. Pasamos a una nueva etapa en la que Putin no es el líder de la revolución mundial, sino una reencarnación de Iván el Terrible, que asesina a sus opositores e invade los países vecinos; aliado al gobierno de Irán, el experimento teocrático más reaccionario del mundo, que promueve el terrorismo. Los clivajes que separaban a la izquierda de la derecha en el siglo XX volaron en pedazos.
En la Argentina, la patente del socialismo del siglo XXI la compró el kirchnerismo
En 2005, Hugo Chávez mencionó en el V Foro Social Mundial de Porto Alegre el “socialismo del siglo XXI”, concepto que había sido formulado por el sociólogo alemán Heinz Dieterich Steffan. A partir de ese momento, algunos políticos latinoamericanos intentaron un milagro: usar celulares cuando había desaparecido internet. Carecía de sentido promover la revolución cuando Rusia y China no tenían interés en el proyecto.
Promovieron una serie variopinta de experimentos políticos sin mayor coherencia ni posibilidad de promover la revolución mundial.
Chávez recogió la tradición de Marcos Pérez Jiménez, cargándola con más corrupción. Instauró una dictadura que saqueó los recursos de uno de los países más ricos de la región. Algunos militares se hicieron millonarios, su hija depositó miles de millones de dólares en Andorra, mientras un tercio de la población tuvo que escapar del país por el hambre.
En Nicaragua, Daniel Ortega instauró otra dictadura militar manejada por su esposa y vicepresidenta, hoy autoproclamada presidenta de la Corte Suprema de Justicia. De profesión bruja, promueve la religión de las amatistas y persigue a la tradicional religión católica. Su familia se enriqueció saqueando el país, mientras un cuarto de la población huía del desastre.
La Revolución Ciudadana de Correa agoniza mezclada con escándalos que lo vinculan al narcotráfico y la corrupción. El gobierno de Petro ha perdido legitimidad por su incompetencia y los escándalos económicos. Gabriel Boric se hunde en la impopularidad después de dedicar sus esfuerzos infructuosamente a promover una Constitución que sustituya a la de Pinochet.
Zozobra un proyecto revolucionario que surgió cuando la revolución era imposible, elogiado solo por los presidentes de México y Brasil, cuyas ideas y sentimientos no han superado la década de 1970
En Argentina la patente del socialismo del siglo XXI la compró el kirchnerismo, versión novelada del peronismo, que propició una versión crematística de la izquierda. Aunque algunos dicen que el kirchnerismo fue zurdo, o incluso comunista, la verdad es que nunca fue de izquierda. Sus líderes amaban el capital de los dólares, no el de Marx.
Los grupos más radicalizados, como el de Emerenciano Sena, obligaban a los clientes de sus negocios inmobiliarios a pintar las casas de rojo y poner un retrato del Che Guevara en la puerta, pero vivían con comodidad y se daban el lujo de viajar en avión privado a Roma para visitar al Papa. Algo semejante pasó con el proyecto de Milagro Sala, que gastó millones de dólares del Estado para armar una isla revolucionaria en la que impuso el terror.
El kirchnerismo corrompió a grupos que habían participado de la lucha de la izquierda por otros motivos. Compró la militancia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo con millonarias partidas, financiando además proyectos fracasados como Sueños Compartidos y la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo.
Entregó a los familiares de guerrilleros muertos en el combate en contra de la dictadura militar sumas ingentes de dinero cuyo monto no se conoce. Recibieron también la indemnización quienes combatieron al gobierno elegido democráticamente de Perón y de Isabel Martínez, que en muchos casos fueron asesinados por grupos de las tres A.
Los movimientos piqueteros que tienen el negocio de la protesta son en realidad empresas que intermedian los planes sociales financiados por el Estado y distribuyen a grupos de pobres con la condición de que trabajen para ellos tomando las calles de Buenos Aires.
No imagino a Lenin pidiendo al zar fondos para organizar manifestaciones en Leningrado, ni a Castro manteniendo negocios inmobiliarios con fondos del gobierno de Batista. En realidad, no son organizaciones de izquierda, aunque usen efigies del Che Guevara. Son solamente parte de una sociedad corporativista, en la que todos sacan una tajada del Estado.
Es bueno que hayan cambiado las metralletas con coches de marca y carteras Louis Vuitton, porque así no matan a nadie, pero es mejor que acabe tanta farsa y Argentina pueda desarrollarse como un país normal, superando nacionalismos provincianos y las taras mesiánicas y eclesiásticas que impiden que se integre al mundo contemporáneo un país que no vivió una revolución liberal.