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¿Más reformas, mejores partidos políticos?

La democracia requiere de partidos políticos. Estos se enfrentan a una crisis de legitimidad y participación. Los cambios requeridos abarcan también la modernización se estructuras y procedimientos. Del éxito en esto dependerá todo el sistema.

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Por:Ruth Hidalgo1

Se dice que la democracia latinoamericana se encuentra en permanente construcción o deconstrucción. Muchos consideran que la representatividad vive su crisis más fuerte de los últimos tiempos, y hay varios que defienden la tesis de que lo que está por pasar prontamente es que la tienda política que no logre modernizarse y transformarse perecerá sin remedio. Los partidos y movimientos políticos están siendo cuestionados severamente por los electores. Especialmente a la luz de los actos de corrupción en los que se han visto inmersos, sobre todo, cuando ellos han gobernado.

Ciertamente, son varias las razones por las cuales se encuentran en esta situación. La poca profesionalización de sus cuadros, la ausencia de mecanismos de tamizaje y veto, el débil sistema de democracia interna. Sumadas a una mala percepción de la ciudadanía sobre los políticos, vuelven cuesta arriba la credibilidad y permanencia de los partidos.

Adicionalmente, la imposibilidad de responder a las necesidades y problemas contemporáneos de una sociedad cambiante. Esta se define desde diferentes formas de expresión y defiende causas más que ideologías, ha colocado a los partidos políticos contra la pared ante la demanda de repensarse y exorcizar sus demonios si quieren seguir vigentes.

Participación política

Finalmente, el poco interés por promover la participación política de las mujeres, la casi nula presencia de estas en los espacios de decisión y la ausencia de programas de formación, en un siglo en que una de las causas que mueven la opinión es justamente la equidad de género, vuelven caducos a muchos movimientos políticos que están siendo vistos como reproductores de prácticas exclusionistas.

Así las cosas, está claro que es urgente un cambio en la forma de hacer política de las organizaciones. Y, en esa línea, se está debatiendo acerca de si, para dar ese salto cualitativo, hay que forzar a los partidos a que dejen de lado su sistema autoproteccionista. Para ello quizás se necesite generar un sistema de partidos más riguroso, que exija que las organizaciones políticas se ordenen por dentro y hacia afuera. Y esa propuesta pasa necesariamente por plantear nuevas reformas a la normativa electoral vigente, que corrija falencias, llene vacíos y fortalezca el ejercicio de la política.

Visto desde afuera, esta idea parece ideal y oportuna. No obstante, hay criterios opuestos que critican la tendencia de querer solucionar todo lo relacionado con la política a través de normas y la poca efectividad de esto a largo plazo. Quienes defienden esa postura sostienen que la región tiene una colección de normas muy buenas. Sin embargo, al final del día, no sirven de nada porque terminan siendo burladas, ya sea por la cooptación política de los órganos electorales que deberían vigilar su cumplimiento, o porque la corrupción también los infiltra.

Esa tesis también propugna que el meollo del asunto está más bien en fortalecer la institucionalidad electoral, de tal forma que sea un organismo blindado a toda incursión ilegal, y por lo tanto controle, organice el proceso y aplique justicia electoral de forma oportuna y adecuada.

Si bien tanto la una como la otra tesis son válidas, quizás lo que más convenga es generar un mecanismo que contemple las dos visiones. Por un lado, introducir reformas que fortalezcan la actividad política como tal: establecer normas claras y rigurosas respecto del alcance territorial de los partidos políticos por ejemplo, especialmente para aquellos países cuyos órganos legislativos cuenten con representantes nacionales y locales.

Los cambios requeridos

Algunos cambios claves en la línea de fortalecer a las organizaciones políticas podrían ser: fijar normas claras que establezcan umbrales razonables para la creación de partidos, regular la inscripción de los movimientos políticos con un registro mínimo y sensato de afiliados para evitar la doble o triple afiliación, la alternabilidad obligatoria en sus directivas con prohibiciones de reelección por más de dos períodos, y así por el estilo.

Paralelamente, y no menos importante, es clave trabajar a corto, mediano y largo plazo en el fortalecimiento de las instituciones electorales para que puedan ejercer a cabalidad sus funciones. Así también, revisar los mecanismos de selección de sus miembros y generar capacidades de control y sanción de infracciones.

Se dice que no hay democracia sin partidos. Por lo tanto, si la presencia de estos es inevitable, quizás convenga enfocar los esfuerzos en explorar formas de fortalecerlos y mejorar sus prácticas. Al fin y al cabo, si logran transformarse adecuadamente, pueden surgir opciones no solo más modernas sino más humanas de hacer política, que dignifiquen este oficio tan necesario y promuevan liderazgos transformadores y modernos.

Ciertamente, más reformas no siempre aseguran mejores partidos. Sin embargo, siempre será un mecanismo válido para renovar el ejercicio de la política. Quizás la sociedad líquida del siglo XXI necesita reglas más distintas que logren gestar políticos diferentes.

1Licenciada en Ciencias Jurídicas. Doctora en Jurisprudencia por la Pontificia Universidad Católica de Quito. Mediadora de conflictos. Decana de la carrera de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de las Américas (Quito). Directora ejecutiva de la ONG Participación Ciudadana.

*Este artículo fue publicado originalmente en dialogopolitico.org el 21 de diciembre de 2021.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo

 


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