¿Son las redes sociales el tormento de la democracia o lo somos nosotros?
Cathy Young considera que culpar a las redes sociales por el estado del discurso público y la polarización política nos absuelve de responsabilidad.
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Por Cathy Young1
¿Están las redes sociales destruyendo nuestra democracia, nuestro discurso, nuestra salud mental y al mismo EE.UU.?
Todos hemos escuchado los argumentos, por lo general, a través de las redes sociales. Las plataformas en línea simplifican el discurso dividiéndolo en fragmentos que son fácilmente sacados de contexto (Twitter, el hábitat en línea preferido de los periodistas y activistas políticos, es nombrado como un agresor particularmente atroz). Las redes sociales permiten una desinformación desenfrenada imposible de controlar. Nos hacen más desagradables al alentarnos a insultar y degradar a otros –distantes e invisibles– de una manera que la mayoría de nosotros nunca lo haríamos cara a cara. Nos vuelven adictos tanto a la indignación como a los comentarios positivos. El resultado de esto es más polarización, más hostilidad y opiniones extremas.
No hay duda de que los nuevos medios –ya sea la imprenta barata en el siglo XVIII, la radio y la televisión en el siglo XX, o Internet a finales del siglo XX y XXI– pueden afectar profundamente a la sociedad, tanto para bien como para mal. Se presentaron quejas sobre el embrutecimiento del discurso público por los “fragmentos” de sonido en la televisión, los programas de impacto político de la radio y los primeros blogs y foros de Internet.
Las redes sociales con una audiencia masiva —Twitter, Facebook, Instagram, YouTube, TikTok, Reddit— ciertamente han cambiado la forma en que interactuamos. Por un lado, sabemos mucho más sobre las opiniones de amigos y familiares sobre política, problemas sociales y otras cosas que alguna vez estuvieron fuera del alcance de una conversación educada. Eso significa nuevas y vastas oportunidades para enojarse con la gente.
Internet y, especialmente las redes sociales, han ampliado un rango diverso de voces que a menudo quedan fuera de los espacios más tradicionales. Sin embargo, eso incluye no solo a miembros de grupos minoritarios y personas que sufren injusticias y adversidades, sino también trolls, acosadores, difamadores y teóricos de la conspiración.
Los efectos son difíciles de medir. ¿Hay más personas que tienen creencias extremas o paranoicas que antes, o simplemente estamos más expuestos a puntos de vista locos que en su mayoría permanecían ocultos en el pasado?
El crecimiento reciente de la polarización política, el partidismo y el odio es incuestionable; pero incluso aquí, el papel de las redes sociales está lejos de ser claro. Los datos del Pew Research Center muestran que de 2016 a 2019, los republicanos y los demócratas se volvieron mucho más hostiles entre sí: la proporción de personas con una opinión negativa del otro partido aumentó del 56% al 79% entre los demócratas y del 58% al 83% entre los republicanos. ¿Pero culpar a Twitter y Facebook? No necesariamente: los datos de encuestas anteriores muestran que la negatividad partidista comenzó a crecer en la década de 1970, con grandes saltos en la década de 1990 y principios de la década de los 2000.
Los usuarios de las redes sociales no son peones indefensos. Las plataformas en línea pueden convertirse en armas para el acoso multitudinario o la movilización para ayudar a los necesitados. Las discusiones en línea pueden ser diálogos o cámaras de eco. Sí, las funciones de Twitter en particular facilitan el intercambio de insultos o la circulación de tuits de otras personas sacados de contexto. Pero hacerlo sigue siendo una elección. Los periodistas también toman una decisión cuando dan un peso desproporcionado a las publicaciones en las redes sociales y tratan a varios tuits como una muestra representativa de la opinión pública. Con el nuevo jefe de CNN, Chris Licht, dejando Twitter tras asumir su cargo y The New York Times instando a los reporteros a que dejen de utilizar esta red social como única fuente de información, es posible que estemos viendo un intento consciente (y retrasado) de reducir el enredo de Twitter con el periodismo.
Culpar a las redes sociales por el estado de nuestra plaza pública nos absuelve de responsabilidad. También oscurece los problemas reales –desde la inseguridad económica hasta el rápido cambio cultural– que subyacen a la polarización política. En última instancia, las plataformas de Internet son lo que hacemos de ellas.
1Es académica de comunicación en el Instituto Cato, editora contribuyente para la revista Reason, autora de Growing Up in Moscow and Ceasefire: Why Women and Men Must Join Forces to Achieve True Equality, columnista para Newsday, y vicepresindente de Women’s Freedom Network.
Este artículo fue publicado originalmente en elcato.org el 05 de mayo de 2022
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo