Claves para entender el putinismo y la “Guerra de Putin”
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La primera clave de aproximación es que Putinismo es lo mismo que Zarismo y que Stalinismo: Mira Milosevich-Juaristi [“El putinismo, sistema político de Rusia”, ARI 16/2018, Real Instituto Elcano, 9/2/2018] lo define como un Estado híbrido y modernitario [neologismo de Josef Joffe para regímenes de modernización autoritaria] de régimen autocrático, que refleja el papel personal de Vladimir Putin […] desde su llegada al poder en el año 2000» y Andrey Schelchkov lo define como un «autoritarismo [que] como sistema de gobierno es ineficiente, exageradamente burocrático y nada funcional», lo cual describe también lo que fueron los regímenes de los Romanov y de Stalin.
La segunda aproximación al Putinismo —como vale para el Zarismo y el Stalinismo— es que es tremendamente expansivo, intrínseco al concepto de Nación Rusa y vinculado estrechamente con la defensa del llamado “mundo ortodoxo”, del cristianismo universal en su interpretación rusa y que se asienta en la ideología supernacionalista de la sobornost (“comunidad espiritual de muchas personas que viven en común”), que es la unificación rusa de los pueblos según los sueños eslavófilos del siglo XIX.
Prolegómenos. El nombre de Rusia probablemente proceda del nombre del pueblo Rus (también Rus’ o Rusy), la población histórica del Jaganato (o Kanato) de Rus (siglos VIII-IX) y, después, de la Rus de Kiev, presuntamente etnias bálticas.
Alrededor de 860, un varego (vikingos suecos) llamado Riúrik [830-879] llegó a gobernar Nóvgorod (en la actual Rusia), trasladándose sus sucesores al sur y extendiendo su autoridad a Kyїv (o Kiev), que existía desde el siglo V. A finales del siglo IX, el gobernador varego de Kiev ya había establecido su supremacía sobre una vasta zona que gradualmente vino a ser conocida como la Rus de Kiev (882-1240): el primer estado eslavo oriental, gobernado por la dinastía Ruríkida (o Rúrika), que gobernaría hasta Basilio IV, zar de Rusia hasta 1610, sucedida por la dinastía Románov (1613-1917).
A modo de precisión importante, el Zarato ruso (Rússkoie Tsarstvo, “el país del pueblo ruso”) se extendió desde 1547 —cuando Ivan IV toma el título de Zar, siendo Gran Príncipe de Moscú (o Moscovia), heredero de la Rus de Kiev— hasta 1721 con Pedro el Grande autoproclamando el Imperio de Rusia (Rossíyskaya Impériya).
Expansionismo del Zarato y del Imperio. El expansionismo ruso se inició con Iván IV “el Terrible” con la conquista de los kanatos tártaros de Kazán (1552) —donde masacró a toda la población y la rusificó—, Astracán (1556) y Siberia (1581-1583) y la guerra con Livonia —actuales Estonia y Letonia— (1558-1583) que le permitió una salida al mar Báltico aunque, a la postre, perdió la guerra. Entre 1585 y 1650, continuaron expandiéndose por Siberia hasta dominar la región del lago Baikal y en 1667 ocupó la Ucrania Oriental —en el margen izquierdo del río Dniéper, incluyendo Kiev— tras la guerra ruso-polaca (1654-1667).
Necesito hacer un paréntesis muy importante para entender la historia de Ucrania en el siglo XX y ahora: la región de Ucrania anexada por Rusia en 1667 (al oeste del Dniéper y, desde ese momento hasta 1991, parte de Rusia y luego de la URSS) recibió la migración —lógicamente provocada por Rusia para rusificarla— de una abundante población rusa, que llevaba su lengua (el ruso) y su religión (cristianismo ortodoxo ruso); por el contrario, la población al este del Dniéper se mantuvo fundamentalmente con población de origen étnico ucraniano, católica y ucraniohablante. Volveremos a ello al hablar del Lebensraum ruso.
La siguiente gran expansión empieza con la declaración del Imperio con Pedro el Grande y continúa con Catalina la Grande y los demás emperadores hasta Alejandro III: Cáucaso (continuó la expansión iniciada en el siglo XVI); Livonia sueca y Estonia (1721, independientes en 1991); Livonia polaca (1772, independiente en 1991); Crimea (1783 anexada, independiente como parte de Ucrania en 1991 y nuevamente anexada por Rusia en 2014); Lituania y Curlandia (1795, independiente, en 1991); Polonia (1795, independiente en 1918); América rusa: Alaska y Krépost Ross (Fort Ross o Fuerte Ruso, en California) ( 1799 a 1867 cuando fue vendida a EEUU); Georgia (1801 anexada, 1918-1921 y desde 1991 independiente); Finlandia (1808-1809, independiente en 1917); islas Kuriles (1855-1875 y reocupadas en 1945); isla de Sajalín (en 1855 compartida con Japón y desde 1875 administrada sólo por Rusia); Asia Central (fines del siglo XIX hasta 1991); Manchuria (1897-1904, aunque desde 1689 había avanzado su frontera).
Una mapificación de las distintas expansiones puede verse a continuación.
Expansionismo de la Unión Soviética. El expansionismo soviético siguió los pasos del Imperio ruso. Si bien los países integrantes del Tratado de Creación de la URSS de 1922 excluían los países liberados entre 1917-1919, en 1939 Rusia invadió y anexó la parte oriental de Polonia —“vendida” como “campaña de liberación” como ahora con Ucrania— gracias al Pacto germano-soviético firmado entre la URSS y la Alemania nazi, para continuar en 1940 con las Repúblicas Bálticas (Lituania, Letonia y Estonia) y la Besarabia rumana.
La siguiente expansión fue tras el final de la Segunda Guerra Mundial y “maquillada” con la creación de las “Repúblicas populares” en Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Rumania, Hungría, Bulgaria, Albania y —“pariente contestón”— Yugoslavia.
Una tercera —sin orden de prelación— es que la Federación Rusa ha sido extremadamente beligerante y agresiva para lograr esa expansión, aumentado con el Putinismo, como lo fue el Zarismo y el post Stalinismo.
Después de la desintegración de la Unión Soviética entre 1990-1991 y la fundación de la Federación Rusa en 1991, en sus poco más de 30 años el estado ruso ha participado en varios conflictos: en el interregno entre la disolución de uno y la fundación del otro, la región moldava de Transnistria (Transdniéster o Transdniestria) declaró su independencia y entró en guerra con la recién independizada República de Moldavia entre 1990 y 1992 con apoyo no oficial ruso a la escindida República Pridnestroviana (o Pridnestrovia), convirtiéndose en la primera “república no reconocida” postURSS y donde Rusia mantiene aún presencia militar.
Ya con Boris Yeltsin de presidente, Rusia intervino en la Guerra de Abjasia (1992-1993) y como “presunto mediador” en la guerra de Nagorno Karabaj (1991-1994) entre Azerbaiyán y Armenia que produjo la República (“no reconocida”) del Alto Karabaj (hoy República de Artsaj), vinculada con Armenia; luego, directamente, la Federación Rusa fue parte principal en las Guerras de Chechenia —la primera entre 1994 y 1996 (fracasada) y la segunda iniciada en 1999 cuando la invasión de grupos islamistas chechenos a Daguestán ya con Putin como su primer ministro y que terminó “oficialmente” en 2009, siendo Putin presidente, sin una victoria clara aunque asentó en el poder a su afín—; la ‘guerra relámpago’ ruso-georgiana en 2008 que produjo la secesión de Georgia e “independencia” de las “repúblicas no reconocidas” de Osetia del Sur y Abjasia —en ambas, como en Crimea y Sebastopol, Rusia empleó el mismo método para “rusificar” la población: darles pasaportes rusos—; en 2014, en medio de lo que se ha denominado una “invasión suave” rusa, Crimea y Sebastopol declararon su independencia de Ucrania para constituir la República de Crimea y anexarse al momento de ello a la Federación Rusa que, en la práctica, la mantiene como territorio ocupado bajo el pretexto argüido por Putin (como para tantas otras veces) que Crimea es “tierra santa rusa” (y hoy convertido en el trampolín de la ofensiva rusa para controlar toda la costa de Ucrania en esta invasión); el apoyo ese mismo año a los movimientos separatistas prorrusos en las provincias (autoproclamadas “repúblicas”) de Donetsk y Lugansk, en la región del Donbass (este de Ucrania y frontera con Rusia); desde 2015, Rusia apoya militarmente al presidente Bashar al-Assad en Siria, mientras tiene dos bases militares en ese país: Hmeimim y el puerto de Tartus (en la campaña de Siria, han servido más de 63.000 soldados rusos).
No menos importante es que la economía rusa hace tiempo ha estado en caída libre —cuarta aproximación— atemperada con el boom de los precios del petróleo y el gas.
En 2022, la proyección del FMI sobre el PIB para la Federación de Rusia era de poco menos de 1,8 billones de dólares americanos (trillions en inglés) en precios corrientes (en comparación, la de EEUU era de 24,8), ocupando el lugar 12 por detrás de Brasil (por mencionar el patio latinoamericano) y el PIB per cápita era de 11.660 dólares americanos en precios corrientes (lugar 71, por detrás de Puerto Rico, Bahamas, Uruguay, Barbados, Chile, Trinidad y Tobago, Antigua y Barbuda, Panamá, Guyana y Costa Rica en estos andares; el primer lugar era de Luxemburgo con 137.950; EEUU estaba en quinto lugar con 74.730).
Pero las sanciones de la semana pasada harán caer esas posiciones: si en 2014, las sanciones bajaron el crecimiento del PIB un 0,5%, ahora se augura que, en corto tiempo, al menos lo afectará un 2% (el crecimiento pronosticado este año era del 2,8%, convirtiéndolo en nada). Un ejemplo para el ciudadano ruso de a pie era el de la cotización del dólar que a inicios de febrero un dólar se cotizaba a 76 rublos y ahora está entre 118 y 166 rublos: un “pequeño” anuncio de la gran inflación que se avecina, que —aparejada con la profunda contracción de la economía— conllevara una amplia estanflación y, por ende, mucho más desempleo (en 2021, 20 millones de rusos viven bajo el límite de pobreza).
A pesar de manejar absolutamente los medios rusos y convertir —como mencionaba Andrey Schelchkov en la entrevista mencionada— «la opinión pública […] en la opinión publicada», las consecuencias de la Guerra de Putin son insoslayables para el pueblo ruso en particular. En palabras del cientista político ruso, Alexander Nevzorov: «El monstruo infernal ‘del tamaño del cielo’ resultó ser un malvado enano ilusionista. […] El poder imperial resultó ser una farsa […] el Ejército [sufre] graves pérdidas, de alguna manera va de pueblo en pueblo y se encuentra con el heroísmo de los ucranianos en todas partes. […] ¿Recuerdan cómo terminó la Primera Guerra Chechena?» [“Guerra en Ucrania: Rusia repite accionar de primera y fallida guerra en Chechenia”, La Tercera, 25/02/2022].
Otras dos claves están en la distribución demográfica en su territorio y en la geopolítica rusa. Empecemos por la ocupación de su territorio por la población del país.
Demografía. Como podemos ver en el siguiente mapa, la población de la Federación Rusa está concentrada principalmente en un arco que va desde San Petersburgo hasta parte de Asia Central, asentándose principalmente sobre la Llanura Europea Oriental (o la Llanura Rusa o Llanura Sarmática, compartida entre Rusia, Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania, Polonia, Moldavia, Kazajistán (parte europea) y Armenia.
Una primera mirada nos demuestra que la gran mayoría de la población de la Federación Rusa —el 74%— está asentada en la Llanura de Europa Oriental (en la zona occidental de la Federación) y sobre el Cáucaso y que mientras más se acerca la geografía a los Montes Urales —la primera verdadera frontera natural significativa de la Federación Rusa, que divide la Rusia europea del resto asiático del país, la gran mayoría de su territorio— más desciende la densidad poblacional. En ese sentido, de las 10 ciudades más pobladas de la Federación, siete se encuentran al oeste de los Urales: Moskvá (Moscú), Sankt-Peterburg (San Petersburgo), Kazan, Nižnij Novgorod, Cheliábinsk, Samara y Rostóv-na-Donú (Rostov del Don), mientras que las otras tres están ubicadas del lado asiático: Novosibírsk y Omsk en el sur de Siberia y Yekaterinburg en el sur de los Urales.
Geopolítica: el Lebensraum ruso. Si cruzáramos el mapa demográfico anterior con otro hidro-orográfico como el que aparece a continuación nos permitirá entender la “perentoriedad” de un “espacio vital” que urgió a los zares desde el siglo XVI, no principalmente asentado su expansionismo por población sino por límites fronterizos —geográficos— seguros: Las fronteras orográficas de la Rusia europea están formadas por los Montes Urales (frontera entre la Rusia Europea y la Rusia asiática) y los Cárpatos (frontera sur), mientras que los grandes ríos rusos en la Llanura de Europa Oriental son el Volga y el Don dentro de Rusia y el Dniéper que recorre la Rusia central pero, sobre todo, transcurre por Bielorrusia y Ucrania, convirtiéndose en la frontera geográfica segura de la Rusia para los zares, la nomenklatura soviética y, hoy, para Putin, como parte de su “Mundo Ruso” cristiano ortodoxo ruso y eslavo: El sueño putinesco de que Ucrania no es una nación real y que los ucranianos no son un pueblo real y anhelan el gobierno de Moscú, como mencionaba Yuval Noah Harari en su “Why Vladimir Putin has already lost this war” [The Guardian, 28/02/2022].
En resumen, el Putinismo es la consecuencia del fracaso de Rusia en la transición a la democracia en los años 90 más su legado histórico imperial, ahora convertida en una suverennaya democratia (“democracia soberana”, “democracia iliberal” o “democracia imitativa”) diferente taxativamente de la democracia liberal dentro de un Estado híbrido. Putin se fijó la Misión de recrear el “Mundo Ruso”, abogando por recuperar las fronteras imperiales bajo la ideología supernacionalista de la sobornost: la unificación rusa de los pueblos según los sueños eslavófilos del siglo XIX, asentándose en tres supuestos pilares de la identidad nacional rusa: Pravoslavie (religión ortodoxa pero dentro de la pasión patriótica de los viejos creyentes cismáticos que en el siglo XVII reivindicaban las costumbres rusas como “más auténticas”), Samoderzhavie (autocracia) y Narodnost (nación), propuestos por el conde Sergej Semenovich Uvarov Uvarov, ministro de Educación (1833 hasta 1849 ) durante el reinado del zar Nicolás I (1825-1855).
Como escribió el P. Stefano Caprio (“El fin del putinismo”, Asianews, Pontificio Istituto per le Missioni Estere, 26/02/2022): «Vladimir Putin ha jugado su última carta, la definitiva, para llevar a cabo su misión histórica de reconstruir la grandeza de Rusia llegando a las cimas del Imperio y la Revolución. [pero] La gloria del Putinismo termina en Kiev. Para la Rusia de Putin […] pase lo que pase, ha llegado a su límite».
En una imagen casi plástica, Caprio nos ayuda a entender lo fratricida de la Guerra de Putin: «Los rusos han invadido Ucrania y se encuentran frente a la Gran Puerta de Kiev, la que Modest Mussorgsky ensalzó en el siglo XIX al final de “Cuadros de una exposición”, con una música solemne basada en un himno bautismal extraído del repertorio de cantos de la Iglesia Ortodoxa Rusa». Pero hoy prima el réquiem.
Es el final sangriento del Renacimiento Putiniano de la Madre Rusia Ortodoxa porque Putin logró un no-objetivo: unir Europa y EEUU contra Rusia y concitar el repudio de, por ahora, nada menos que 141 gobiernos…
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo