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El 17 de agosto es, claro, el día en que deberíamos concurrir a las urnas para elegir a un nuevo gobierno, a menos que prosperen las iniciativas postergadoras que se expresan a través de múltiples recursos constitucionales, en busca de repetir el precedente sentado durante el proceso previo a las elecciones judiciales.
Pero esa fecha es también, con más sincronicidad que casualidad, el aniversario número 80 de la publicación de “Rebelión en la granja”, una de las obras capitales de Eric Blair/George Orwell y de la literatura distópica mundial.
Con el procedimiento de la fábula, Orwell retrató la profundización del carácter totalitario del sistema soviético sufrida bajo el mando de Stalin desde los años ’20. El escritor conocía bien las maquinaciones y la represión del dictador georgiano, que vio de cerca durante la guerra civil española, ejercida contra sus amigos del pos-trotskista POUM.
El libro narra la revolución de los animales en una granja británica, que echan al granjero. A continuación, los cerdos toman el poder y comienzan a dictar normas revolucionarias: nadie puede vivir en la casa del granjero -símbolo de dominación y desigualdad-, nadie puede caminar en dos patas, todos los animales son iguales…
Las ovejas repiten la consigna: “dos patas no, cuatro patas sí”, mientras los perros imponen el nuevo orden. Aunque trabaja más que antes y recibe menos recompensas, el viejo caballo considera que lo que está pasando es justo. El único que duda es Benjamín, el burro, que advierte preocupado las contradicciones entre lo que dicen y hacen los cerdos.
Poco a poco, se ve cómo aquellos que discrepan con algo son acusados de traidores y de estar de parte del granjero. Igualmente, los animales que dejan la granja son acusados de traición a la causa.
En el final, el viejo caballo muere por esforzarse más que nunca y recibir menos alimento. Benjamín, el burro, se asoma por la ventana de la casa del granjero y ve que los cerdos se están dando una gran fiesta, caminando en dos patas. Y lo peor: descubre que mantienen relaciones amistosas y comerciales con los vecinos humanos.
Entonces, el burro le aclara a los demás que, por lo visto, “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.
Asomados a la ventana del presente, ¿cómo no ver las similitudes con esta historia al contemplar a una nueva élite de talante autoritario, que utiliza la jerga revolucionaria mientras practica el “capitalismo de amigos”?
En todo caso, la fábula de Orwell puede ser una buena lectura para distraer el tiempo en las colas de votación del 17 de agosto, cuando -esperamos- se dé otro tipo de rebelión, pacífica y en las urnas.