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Pensé arrancar mi primera columna de este año hablando de política y matizándola laicamente desde la letra de Ifá, muy consonante con el arco caribeñofloridano. De lo primero, he coincidido tan ampliamente con “¿Año conocido?” (El Deber, 31/12/2021) de mi buen amigo Juan Cristóbal Soruco y con Jaime Dunn (“El 2021 se contrajo la mayor deuda interna de toda la historia boliviana”, EJU!, 01/01/2022) en su desnude de la narrativa económica oficialista “gracias” al Modelo Económico Social Comunitario y Productivo arceano diseñado para precios extraordinarios de exportación de nuestras materias primas -que desde 2014 no hay- y que, en su fracaso desde entonces, conlleva competencia estatal con el sector privado por los recursos bancarios -deuda interna desbordada ante la inaccesibilidad comprobada en acceder a mayor endeudamiento externo, ya de por sí el mayor de la historia económica del país-, agotamiento del modelo gasífero y riesgos inflacionarios: “economía zombie” la denomina Dunn.
Después de ese recuento precedente es que decidí no repetir los mismos temas y, por ende, las mismas ideas coincidentes. Me abocaré a la pandemia.
En muchos escritos he destacado como pilares de un modelo virtuoso los que el Ministro Edgar Pozo definió en diciembre de 2020: “detección” -pruebas masivas- y “prevención” -vacunación irrestricta-, muy acertadas tras el de “contención”, urgido por la irrupción de la pandemia y la miseria de la sanidad boliviana. Como virtuosos me fueron la inmunización desde los 5 años y el carnet de vacunación -cuando se logra bajar.
Pero las virtudes de esa estrategia fracasaron en la forzada ideologización de todas las decisiones gubernamentales -su apuesta por “vacunas de nuestros amigos y no de nuestros enemigos”, pero luego tragaron sapos ante el fracaso de algún “amigo” y el auxilio urgido llegado de “enemigos”, decisiones que conllevan hoy, en número de dosis simples administradas divididas por la población total (R100), que en Sudamérica (promedio 141,2) seamos el menor (85,5)-, mala planificación -muy escasas pruebas de detección, encubriendo la real morbilidad-, excesiva politización -“visite” las webs de MINSALUD y algunos SEDES- e ineficiente información y comunicación -de nuevo las webs de MINSALUD y algunos SEDES que publican datos actualizados “hoy sí, mañana quizás no” pero no olvidan las autoloas (honrar honra: las más completas en lo informativo, las de La Paz y Tarija).
Tan pronto como marzo de 2020, pensadores en muchos lados hablaban ya de una “nueva normalidad pospandemia” -con más tiento lo hizo Yuval Noah Harari, el gurú de la elite política y empresarial- y hasta desempolvaban a Michel Foucault -el filósofo francés amado de los peronistas- y su “criptonormatividad” que, entre otros, le criticara Jürgen Habermas por la ausencia de libertad y justicia en su recensión de los sistemas morales tradicionales. (Quizás si los intelectuales subidos a la primera oleada del MAS y luego, en presta decepción, autoapartados de “la Revolución” hubieran dejado herederos y no bocineros, hasta el MAS pudo adoptar a Foucault… ¿o fantaseo?) Pensadores de la “nueva normalidad” que, desde el catastrofismo -los menos- hasta el idealismo -los más con mucho del positivismo imparable de Auguste Comte-, lo que sí no dudo es que ninguno previó que la pandemia durara ya dos años, siguiera imparable al tercero y, probable, a un cuarto y más como endemia, convirtiéndose en una “nueva a-normalidad”.
“A-normalidad” que en Bolivia hemos vivido doble y con redobles desde 2019 -y antelada desde 2016-, con un fraude que nos embuten como dizque golpe, una transición fracasada per se pero con el socavado “apoyo” de revanchistas y de mezquinos, y con un gobierno -elegido por el mito de un “mago” falso Midas- que no acierta en economía -ni con coyunturas de mercados ni con munificente propaganda-, confunde política con salud pública, niega Ómicron y clama Delta, tiembla por flurona y sus decisiones se mueven en “pasito tun tun”. (No menciono “justicia”: me escasean epítetos para denuestos.)
De los babalawos sólo repetiré que el signo es de pandemia, de carencias de medicamentos, de incremento de muertes y recomiendan “respeto a la diversidad” de pensamiento para “lograr una convivencia armónica” en la isla, una posición urgida por la situación tras el 11J y en un mundo que no resurge.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo