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En estas dos semanas antes de la segunda vuelta han existido debates, foros, encuentros, conversatorios, etc. Unos polémicos, otros frustrantes y algunos esperanzadores.
He estado pendiente de aquellos en los que han participado los equipos económicos, en particular el de Fundación Jubileo, la Academia Boliviana de Ciencias Económicas y Nueva Economía.
Bolivia atraviesa una profunda crisis que combina estancamiento económico, inflación alta, déficit fiscal insostenible y un sistema cambiario distorsionado. Pero más allá del debate sobre “qué hacer”, la pregunta relevante hoy es otra: ¿quién puede hacerlo mejor y cómo? Los espacios públicos han servido para tener una idea al respecto, aunque será la población la que decidirá de forma soberana su opinión al respecto en las urnas.
Pese a la polarización política, es posible identificar coincidencias fundamentales entre los programas económicos de las dos principales corrientes en pugna que ofrecen pistas claras sobre el horizonte que se vislumbra.
La necesidad de un ajuste fiscal responsable, que reduzca el déficit sin asfixiar la economía; la normalización cambiaria para restaurar el equilibrio externo y la disponibilidad de divisas; y un enfoque pragmático, sensato y realista en política monetaria. Estas son buenas noticias para nosotros los ciudadanos: existe un cierto consenso sobre el “qué” debe hacerse.
Sin embargo, las dificultades emergen al momento de aplicar estos consensos. Existen al menos cuatro desafíos que deben ser encarados.
Primero, las restricciones operativas del mercado cambiario han distorsionado la operación cotidiana de las familias y las empresas. La eliminación de restricciones cambiarias, no necesariamente unificación cambiaria, es una urgencia.
Segundo, el costo político de las reformas necesarias es incierto. La corrección de los desequilibrios implicará afectación a personas y grupos. El ajuste del tipo de cambio, la revisión de los subsidios o la reestructuración del sector público pueden generar conflictividad si no se comunican y ejecutan adecuadamente.
Tercero, el riesgo regulatorio y jurídico sigue siendo una preocupación persistente. La debilidad institucional dificulta la garantía de contratos, la resolución de controversias y la estabilidad normativa. Los arbitrajes son inciertos y la retroactividad normativa, una amenaza latente.
Finalmente, el clima de negocios ha sido erosionado por años de discursos hostiles hacia la empresa privada. Reconstruir la confianza requiere señales claras e inmediatas. No basta con decir que se cambiarán las reglas, hay que demostrar que se cumplirán.
Aunque los programas económicos comparten un diagnóstico y objetivos similares, difieren en sus mecanismos de implementación.
Después de escucharlos atentamente quiero comentar dos impresiones. En principio, me alegra la pasión que tienen respecto a los programas que han diseñado, pero me preocupa que estén muy enamorados de sus propias ideas. Requerirán mucho pragmatismo, mente abierta y oídos prestos a escuchar opiniones distintas. Es muy probable que las condiciones sean distintas a las que esperan para la implementación de sus medidas.
En segundo lugar: ustedes no tienen que saberlo todo, sino dónde están las respuestas correctas. Los temas que enfrentarán son muchos, muy diversos, especializados y de alto conocimiento.
Para eso están, por ejemplo, los esfuerzos que están haciendo centros de pensamiento. Estoy al tanto de los esfuerzos de Bolivia 360, Fundación Milenio, Fundación Friedrich Ebert, Oxfam-UPB, INESAD, entre otros. Las discusiones que escuché en estos espacios tienen más detalles y soluciones que las que ustedes plantean. No se den el lujo de ignorarlas porque fueron creadas para que ustedes hagan mejor su labor.
De su éxito depende reordenar el país con un sentido de solidaridad, responsabilidad y liderazgo. No están solos y tampoco quieran estarlos por autosuficiencia.
De verdad: qué les vaya bien, ojalá trabajen juntos por el país y Dios los bendiga.