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La democracia expresará su voluntad este domingo. Aprovecho este silencio para que pueda leerlo, confiado en que lo considerará, mientras todavía yo no sé su nombre.
Su elección representará tanto una esperanza como una exigencia: transformar la frustración social en políticas efectivas y construir un país más justo, próspero y gobernable.
Bolivia no necesita un gobierno que administre lo existente, sino uno que se atreva a liderar con grandeza, sin caer en los errores del pasado.
Gobernar nuestro país requiere combinar ciencia, ética y sensibilidad social. No basta con tener autoridad legal. Como lo explica Richard Neustadt, el verdadero poder presidencial reside en la capacidad de persuadir.
Por eso, su liderazgo deberá cultivar relaciones de confianza, tanto dentro del aparato estatal como con la ciudadanía. Un presidente eficaz no actúa como caudillo, sino como arquitecto de consensos. Bolivia necesita un liderazgo estratégico, que piense cada decisión en función de su impacto futuro. Gobernar bien implica anticipar, no improvisar.
La experiencia latinoamericana muestra que quienes gobernaron con éxito construyeron coaliciones amplias y duraderas, integraron a sectores históricamente relegados y fortalecieron las instituciones públicas sin subordinarlas a intereses partidarios.
En este sentido, su liderazgo debe ser ético, empático e inclusivo. En su mensaje sobre liderazgo público, el pastor Rick Warren afirmó que los grandes líderes sirven, no se sirven. Actúan con humildad, integridad y generosidad, virtudes que no son abstractas. Son condiciones necesarias para generar confianza, inspirar respeto y evitar las tres tentaciones clásicas del poder: el dinero, el control absoluto y el privilegio.
Por otro lado, el desafío también es técnico. La gestión pública necesita profesionalización. Las instituciones deben operar con transparencia, meritocracia y eficacia. Rodearse de personas leales no garantiza resultados; rodearse de personas competentes, sí.
La historia de Bolivia de los últimos 100 años es clara en cuanto a los errores que deben evitarse. La concentración excesiva del poder, la negación del conflicto social y la represión como respuesta al disenso han sido caminos repetidos hacia la crisis.
En cambio, los gobiernos que priorizaron la estabilidad económica, la inclusión social, las reformas institucionales duraderas y el respeto a las reglas democráticas lograron avances tangibles.
Hoy, la ciudadanía exige algo más profundo que una nueva administración. Espera una nueva forma de ejercer el poder: con transparencia, rendición de cuentas, apertura al diálogo y una clara voluntad de unir al país.
Usted no será el presidente de un grupo o una visión política: será el presidente de toda Bolivia. Y esa investidura exige estar a la altura de las expectativas, pero también de los límites que impone la democracia.
Presidir Bolivia es un privilegio que conlleva una enorme responsabilidad. Aproveche esta oportunidad para sembrar un nuevo ciclo de institucionalidad, confianza y desarrollo. La historia no premia a quienes se aferran al poder, sino a quienes lo usan para dejar un legado.