Escucha la noticia
Uno de los dilemas más apremiantes que presenta la actual coyuntura es la absoluta necesidad de lograr la unidad de todas las fuerzas de oposición a fin de derrotar al MAS en las próximas elecciones. Todas las organizaciones políticas se han manifestado en torno a esto; partidos, agrupaciones, plataformas, grupos de presión, instituciones cívicas, organizaciones gremiales etc. Ninguno plantea una solución real y todas se debaten entre el cálculo político y la elucubración imaginativa de algún milagroso acontecimiento que logre la esperada unión.
La experiencia ha mostrado en los últimos años, que la estructura mental de los bolivianos que ingresan en política (y creo que la de los políticos de todo occidente) no ha logrado vencer las murallas de sus egos y sus ambiciones, de manera que dudo muchísimo que logremos unidad a partir de las fuerzas políticas. La prospectiva que manejan estas organizaciones supone que en el futuro inmediato alguna de ellas se impondrá y que la ciudadanía (a fin de derrotar al MAS) tendrá que votar por sus candidatos le guste o no, otras creen que en algún momento podrán hacer alianzas políticamente ventajosas estableciendo así una precaria unidad temporal, y otras creen que veremos surgir un Milei que en una rauda y veloz carrera bloqueará las posibilidades masistas. En todas ellas el cálculo político se mide siempre en cuotas de poder.
Yo creo que ninguna de estas hipótesis es real en virtud de que se mueven en el viejo paradigma de las estrategias pasadas, aquellas estrategias en que los caudillos, sus adeptos y sus partidos le daban sentido a las luchas políticas. Ese fue sin duda un momento de la historia absolutamente necesario para consolidar las democracias y la modernidad occidental, hoy eso no funciona. Ni los caudillos ni sus organizaciones son hoy en día mecanismos de representación social. Ningún partido actual representa, por ejemplo, al ciudadano de a pie. En su lugar se habla de las clases medias sin considerar que, al menos en Bolivia, las clases media se componen de originarios, mestizos, extranjeros, collas, cambas, aimaras, chiquitanos, mojeños, vallegrandinos, quechuas y todo el que aspira una vida mejor, de manera que no es solo un dato de la economía, ni del color de piel y menos de la cultura en que se mueve, es el producto del crecimiento económico, el prestigio y la identidad que los diferencia. Sin duda la economía es el origen de su crecimiento y su prestigio, pero su capital identitario es lo que define su presencia en la sociedad y el carácter de su acción política, se ve pues con claridad que ya no constituyen una “clase” (en el sentido que le daban las categorías sociológicas y políticas del siglo pasado) se trata ahora de un amplio conglomerado de “identidades ciudadanas” (las amas de casa, los policías, los artistas, los arquitectos, los abogados, los LGBT, los católicos, los cristianos, los informales, los universitarios, los obreros, los campesinos, los migrantes, los extranjeros etc.) que no comulgan con doctrinas sino con intereses y expectativas particulares, propias de un mundo en que desde la producción de mercancías hasta la literatura, el arte o cualquier expresión humana muestran una diversidad casi infinita, diversidad que excedió con creses los rígidos limites que imponía la categoría de clase social. Hoy solo tendríamos que pensar en el trabajador por cuenta propia, el consultor o el profesional freelance para percatarnos que el mundo laboral y social no encaja en la noción de “clase social” que tanto nos sirvió en el siglo pasado.
Si esta es la nueva realidad social parece prudente asumir que los partidos (y las organizaciones formadas a su imagen y semejanza) ya no tienen posibilidades de construir unidad alguna, su naturaleza clasista se ha constituido en una camisa de fuerza.
La unidad solo ha de ser posible como resultado de la diversidad identitaria, es decir, como un esfuerzo ciudadano cuyo derrotero está definido por un común denominador fuertemente asentado en la defensa de las libertades ciudadanas y la democracia, a despecho de las ideologías y los dogmas políticos. La lógica de la unión pasa de esta manera por la lógica de la representación y la participación ciudadana, no por la filiación política o ideológica.
Desde esta perspectiva, en este momento, todas las fuerzas que apoyan la democracia deberían abandonar sus trincheras y cálculos partidarios y hacer fuerza para que el congreso apruebe una Ley que modifique la actual Ley de Elecciones primarias cerradas e imponer una Ley de elecciones primarias abiertas, pues si esto no sucede, en pocos meses volveremos a tener que elegir candidatos masistas, y el MAS, una vez más habrá derrotado las aspiraciones democráticas del pueblo boliviano y sepultado el Poder Ciudadano.
Elecciones primarias abiertas a los ciudadanos es la garantía de que el juego político será portador de nuevas formas de participación y representación ciudadana, lo que no solo cierra el espectro racista que ha sembrado el MAS en 15 años de gestión, sino, transforma la democracia al instituirla como “democracia ciudadana”. El primer paso en la transformación del Estado es, como se ve, crear los mecanismos mediante los cuales la ciudadanía y las identidades ciudadanas se transforman en Poder Político.