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Allende, Pinochet y Walt Disney

Pedro Portugal Mollinedo

De formación historiador, autor de ensayos y análisis sobre la realidad indígena en Bolivia, fundador del mensual digital Pukara

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El 11 de septiembre de 1973 se efectuó en Chile el golpe militar de Augusto Pinochet contra el gobierno socialista de Salvador Allende. En América del Sur se daba el enfrentamiento que reflejaba, en gran parte, la polarización mundial entre los sistemas capitalista y socialista: La oposición de dos modelos económicos, el choque de dos visiones del mundo.

Esta conflagración se expresó cruentamente, sin contemplaciones. Existía ya el precedente del golpe el 27 de junio de 1954 contra el gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán en Guatemala y el derrocamiento de Juan José Torrez en Bolivia en agosto de 1971.

Hoy en día, aunque muchos pregonan la desaparición de las categorías políticas de derecha e izquierda, continua este enfrentamiento aunque con formulaciones y maneras inusitadas, al menos si las cotejamos con lo que era usual y corriente años atrás.

El año 1972, cuando se daba en Chile la experiencia socialista de la Unidad Popular, se publicaba el libro de Dorfman y Mattelart “Para leer el pato Donald”. En ese libro se defendía el enfoque de que la Revolución para concretarse, no debe reducirse a la modificación en el sistema de propiedad de los medios de producción, sino que debía transformar el imaginario colectivo de las masas pues de ello dependia el éxito o no de los proyectos político de cambio.

Para los autores de “Para leer al pato Donald”, el sistema capitalista tenía como blanco de su campaña ideológica a los niños, especialmente a través de la producción de Walt Disney. El cerebro de los niños, así formateados, los convertiría cuando adultos en fieles reproductores y defensores del orden social que se les había inculcado. Correspondía entonces a los gobiernos populares, desenmascarar esa tramoya y vehiculizar en los niños las defensas y recursos ideológicos necesarios.

No es pertinente discutir aquí sobre lo fundado o no de esa idea. Sí nos parece interesante analizar cuál era la ideología que sobre el continente y sus habitantes –en especial los indígenas– transmitía esas lecturas infantiles, ideología que necesariamente debía reproducir los clichés imperantes entonces en los países del Norte y la reacción, necesariamente contraria, de los entonces revolucionarios.

Cuando los personajes de Disney se encuentran con indígenas, lo hacen siempre como consecuencia de fallas en su mundo científico avanzado, la “maldición técnica”. Los objetos contemporáneos que pueden conservar solo les causaran problemas. Se magnifica el saber natural. Los autores ilustran ello citando el episodio cuando los cortapalos (entre ellos los sobrinos de Donald) piden a Giro (uno delos personajes de Disney) les invente algo para detener la lluvia y la tecnología se muestra deficiente. “Yo creo que no hay que forzar a la naturaleza”, dirá un cortapalos. Otro responde: “A la larga no compensa”.

Hay, pues, una ensoñación sobre el mundo natural. Pero esa actitud no debe engañar: Lo natural no es bueno en sí sino como descanso del guerrero tecnológico; la paz campestre es la recompensa para quien, en su actividad cognitiva y poder industrioso, debe sacrificarse ignorándola. Por ello, el encuentro con la naturaleza incontaminada es su recompensa, el indígena es solamente su guardabosque: “Al no haber nativos ‘se imposibilitaría cualquiera relación humana…’”.

Los indígenas son de esta manera presentados como buenos, inocentes… como niños: “Afables, despreocupados, ingenuos, alegres, confiados, felices”. Los autores precisan: “Cualquiera de nuestros pijes (pije, en Chile, es la persona que pertenece o simula pertenecer a una clase social pudiente) se entusiasmaría aquí y diría que es como para llevarse estos salvajes a la casa”.

Esos indígenas habitan el paraíso perdido, el jardín del Edén “antes de la expulsión de Adán”. Están en tan estrecha comunión con la naturaleza, “que ésta le presta sus cualidades morales, su bondad, y el salvaje se convierte en esencia ética que irradia pureza”. En resumen, son la “reserva moral de la humanidad”.

Los revolucionarios de entonces veían en estos mensajes pura ficción instrumental: El mensaje ideológico para mejor asentar la dominación de una parte del mundo sobre la otra. Curiosamente, la izquierda contemporánea ha asumido el discurso que antes vapuleaba. El izquierdismo de nuestros días es pachamamista. Disney ha pasado de ser de ideólogo enemigo a gurú del progresismo contemporáneo. ¿Certificación de que los planteamientos de izquierda estaban mal encaminados o simple convulsión momentánea?

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pedro Portugal Mollinedo

De formación historiador, autor de ensayos y análisis sobre la realidad indígena en Bolivia, fundador del mensual digital Pukara

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