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El presidente Trump, que sigue políticas heterodoxas y que además se caracteriza por sus caprichos, ha puesto en su mira al muy respetado Banco Federal de Reserva de los Estados Unidos (su banco central). Con un pretexto ha destituido a la gobernadora Lisa Cook y ha nombrado como gobernador a Stephen Miran, un economista que le es afín, pero de ideas extrañas como las de devaluar el dólar con relación a otras monedas fuertes.
No es solo a Trump que le incomoda la independencia del banco central. También se ha tenido roces del gobierno de Lula en el Brasil con su banco central y del presidente Petro de Colombia. En nuestro país los dos gobiernos del MAS, mediante artilugios legales, suspendieron la independencia del BCB. A los gobiernos les gustaría tener un acceso sin límites a los fondos de sus bancos centrales o, en su caso, hacer que tasa de interés sea la más baja posible, aún a riesgo de mayor inflación, para satisfacer a grupos de intereses creados.
Por razones opuestas, los libertarios, en una posición más radical, quisieran hacer desaparecer a los bancos centrales. El presidente argentino Javier Milei, cuando era candidato, proclamaba (figurativamente) que dinamitaría el banco central de su país. Como presidente no ha cumplido con esa insensata amenaza.
Los bancos centrales, tanto en países de economía avanzada como en los países en desarrollo, han ido ganando independencia con relación a los otros poderes, sea de jure o de facto. Esta independencia no implica que los bancos centrales puedan adoptar políticas a su antojo, sino que ella es necesaria para cumplir su mandato de mantener la estabilidad de precios, es decir una inflación baja, aunque no de cero, sino inferior o igual a 2% anual. En algunos países, tal es el caso de los Estados Unidos, se le añade el mandato de velar también por el pleno empleo. Después de la crisis financiera internacional de 2008, los bancos centrales recuperaron el viejo mandato de mantener la estabilidad del sistema financiero.
En los estudios especializados se distingue independencia de metas, de independencia de instrumentos. Independencia de metas quiere decir por lo esencial que el banco central puede fijar la meta de inflación. Si no hay independencia de metas, es el Poder Eecutivo el que fija el objetivo numérico de inflación. Los bancos centrales tienen independencia de instrumentos cuando pueden manejar libremente la tasa de interés (y otros instrumentos) para alcanzar la meta de inflación.
La independencia de los bancos centrales tiene dos componentes. El primero es el de la independencia política, que tiene la característica de que los directorios son nombrados o ratificados por el Poder Legislativo y que tienen un mandato más allá del periodo del Poder Ejecutivo, pero con la condición de que los nombramientos de los directores sean escalonados, normalmente con reemplazo de uno por año. Tan importantes como las disposiciones de nombramiento son las relativas a la remoción de los directores, que debe tener causales especificadas por ley.
La independencia económica implica que el banco central es libre de determinar el tamaño de su hoja de balance, para lo cual puede fijar la tasa de interés y las condiciones de acceso a sus créditos. En los países de economía avanzada y en los países de economía emergente, que tienen la política de “metas de inflación,” la tasa de interés es su principal instrumento.
En los países de economía avanzada la independencia surge como respuesta a la llamada inconsistencia temporal, que consiste en cambiar de política, una vez que público ha creído en la inflación anunciada previamente por el gobierno. En los países en desarrollo, la independencia es para evitar la subordinación de la política monetaria a la política fiscal. Un corolario de ello es que se pone límites legales muy estrictos a los créditos del banco central al sector público.
Nuestra Ley del BCB (ley 1670 de 1995) le otorga una amplia independencia, tanto para fijar metas como para determinar instrumentos. Será tarea del próximo gobierno recuperarla