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La Nochebuena es esperada intensamente por los nietos, ellos aguardan los regalos que les traerá Papa Noel o el niñito Jesús; lo han hecho del mismo modo, en su tiempo, nuestros hijos, que ansiosos esperaban qué sorpresas les traería la Navidad. En nuestro caso, los chicos elaboraban sus largas listas de pliegos petitorios; pero con las armas de la Participación Popular, en diciembre, les pedíamos hacer la jerarquización de sus pedidos para que, el número uno y dos de lo que elegían pudieran ser enviados a Papa Noel, así lo hacíamos. No sé si mi hija hace esa jerarquización con mis nietos. La Nochebuena es más hermosa cuando los hijos o nietos que viven fuera del país retornan para pasar con sus viejos y sus familias, ése es mi caso por la llegada de nuestro hijo Ricardo, que vive en México. Ahora es fácil su retorno, en las épocas del exilio pasaban años en que no podían volver.
Días antes de la Navidad, mi hijo Ricardo quería ponerse al día en algunas cosas: salteñas, la Iglú, anticuchos, pollos Copacabana, sándwich de chola, plato paceño. No siempre logramos hacer todo. En los preparativos de Nochebuena sometemos a votación el menú, esta vez ganó el lechón, pues mi yerno pasa parte del año en un lugar en que está prohibido el cerdo. Un día antes de la noche esperada me visitó el bicho malvado y me dio Covid, acabo de salir de él; qué infame planificación de éste maldito virus que no tiene respeto por nadie. En 2020 cuando nos dio Covid por primera vez, teníamos pánico pues aún no había vacunas disponibles; se fueron muchos amigos por la enfermedad. Cuando recibimos la primera vacuna, mi esposa dijo: “Carlos, qué suerte, ahora sabemos que no moriremos entubados”. Yo respondí: “¡Que entuben al Choqueyapu, pero no a nosotros!”.
Con el Covid presente, esta Nochebuena no lo fue tanto; los nietos en su casa, con su árbol, la alegría de sus regalos y la parte del lechón que les correspondía. Nosotros en nuestra casa, conmigo castigado, aislado, pero no privado del pan y ni siquiera del vino. Ahí te das cuenta que con cena o sin ella, estando físicamente juntos o no, la familia es la misma, tiene cercanía y quizás más solidaridad. Uno aprende hasta de la enfermedad. Además, aislarte permite apagar los fuegos artificiales de la mente y admitir la visita de ese otro que está dentro de ti y que te llama a la reflexión, que te pregunta por qué hiciste esto o lo otro, que te fustiga mostrándote tus errores, que no descansa y escarba la historia y molesta con las cosas que no hiciste bien. A ese otro le he deseado que le dé Covid para que no me moleste tanto.
Ante sus insistencias le dije que si has criado hijos agradecidos, respetuosos, solidarios, con valores, entonces es posible que lo hayas hecho bien. Le dije: “a los hijos no hay que exigirles demasiado, no hay que estresarlos buscando que sean los mejores, que sean brillantes, no, lo que hay que pedirles es que sean sencillos, no presuntuosos, pero con capacidad de emulación de aquello que otros hacen bien; le dije no hay que acostumbrarlos a los grandes regalos, con eso los perjudicas; lo que desean deben ganárselo con su conducta y esfuerzo. Hay que regalarles educación, educación, ésa puede ser su mejor herencia”.
Ante otra de sus preguntas insistentes que me enrostraban que no tuve músculo para entrar a la política partidaria, le contesté que privilegié la familia y los amigos y no la militancia porque no me habría gustado tragar sapos; pero le sugerí que no soy antipolítica, pues se puede participar en ella defendiendo la democracia; hace años, desde el asesinato de mi hermano en 1971 por parte de la dictadura de Banzer, defiendo las ideas de la democracia y rechazo a las de las dictaduras de izquierdas y de derechas. En el presente no soporto el cinismo Morales-Arce, izquierdistas que están más cerca del narcotráfico que de la transparencia.
También me criticó preguntando por qué volví a Bolivia si me iba bien en México, con empleo estable en la UNAM. “Por qué dejaste un país que es de los primeros en América Latina”. Me puso a pensar y casi culpo a Matilde Casazola por mi retorno, por las veces que escuché su cueca “Regreso”. Pero, en realidad, lo más profundo de la respuesta es que siento que cuando estás fuera del país, te vaya bien o mal, siempre eres un extranjero. Me gustaba y disgustaba en México festejar los aniversarios patrios, con la nostalgia de la música boliviana y comida nacional, pero me sentía lejos e incómodo con la nostalgia, cosa que ya no me pasa desde que volví.
Muchos me dicen que este es un país de mierda, que no da oportunidades a quienes trabajan o estudian y sólo los da a quienes pierden la moral y se suman al prebendalismo de la política o a actividades ilegales; es cierto esto último, pero lamentablemente este país de mierda es mi país. Además, aquí, cosa que hagas, buena o mala, deja huella, no así cuando estás entre millones de millones de personas y simplemente eres un número. No me arrepiento de haber vuelto a Bolivia, me basta el saludo cordial de la gente, el respeto de los amigos que saben que no tengo cola de paja y me llena el cariño de muchos que me dicen “Carlos, sigue adelante, no claudiques”. Es ese poco que quiero dejar a mi familia, a mis hijos, a mis nietos. Un apunte final. No de esto se habría logrado sin el apoyo de mi esposa.