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El mal trato que el sistema bancario nos está propinando a los ciudadanos bolivianos, con el encubrimiento de la autoridad estatal de supervisión, vulnera elementales derechos humanos de los usuarios, peor tratándose de quienes tienen tarjetas de crédito y/o debito bolivianas y residen temporalmente por estudios, peor enfermedad u otro motivo en el exterior; lindando en su versión ampliada, con tratos crueles, inhumanos o degradantes.
Prácticamente mensual sino quincenalmente, los bancos regulan a la baja los límites de retiros o pagos con las tarjetas, haciendo sencillamente imposible que una persona que ha confiado en ese sistema o peor, ha depositado SU plata en esas entidades, pueda realizar regularmente sus actividades normales, como por ejemplo comprar comida, medicinas o cualquier otro gasto cotidiano que requiere para esas sus actividades que no constituyen lujos sino eso, cuestiones cotidianas. Aunque si fueran lujos o algo parecido, tampoco ningún “burrocrata” sea estatal o privado podría interferir, pues se trata del elemental ejercicio del derecho fundamental del libre desarrollo de la personalidad, más aún cuando se trata de algo tan simple como el uso de su propio dinero.
Sin embargo, fruto del corralito de facto que se ha impuesto con motivo de la escasez de dólares, los bancos han puesto límites al uso de nuestro dinero, pese a que los usuarios hemos confiado en tal sistema, impidiéndonos disponer de nuestros propios recursos. Resulta altamente indignante que esos burrocratas pongan ahora límites semanales al uso de nuestro dinero, que oscilan entre aproximadamente 50 dólares semanales. La ignorancia y prepotencia es de tal magnitud, que cualquier persona medianamente instruida conoce qué en razón a la diferencia del nivel de vida entre nuestro país y el exterior, esos ridículos montos limitantes prácticamente alcanzan para muy poco allende de nuestras fronteras, peor tratándose de personas en grado de vulnerabilidad -enfermos, por ejemplo- cuyos gastos superan ampliamente esas cantidades.
De esa manera, los ciudadanos bolivianos usuarios de ese servicio, están siendo puestos en grave situación de vulnerabilidad y lo peor de todo, es que los bancos cuentan con el encubrimiento y complicidad de la autoridad de supervisión que hasta llegó a la estupidez de aplaudir tal abuso. Algún ígnaro “servidor público” sostuvo que había detectado que se usaba una tarjeta para comprar trago, cual si podría decidir desde su escritorio en qué esa persona gastaría su propio dinero. Particularmente, yo no gastaría mi plata en alcohol, pero -elemental, principio de reserva legal- eso no está prohibido por ninguna ley y, si es que esa persona así desea en legítimo ejercicio de su libre desarrollo de la personalidad, vaya y pase.
Lo peor de todo es que la Ley No. 393 de Servicios Financieros, pomposamente phajpakea que ese sistema debe cumplir con la función social de contribuir al logro del vivir bien, eliminar la pobreza y hasta la exclusión económica y social de la población. Entre nuestros derechos como usuarios, proclama el recibir servicios financieros con atención de calidad y calidez; asegurar la continuidad de los servicios y hasta optimizar tiempos y costos en la entrega de servicios financieros.
Está ocurriendo exactamente lo contrario a la vista de la ASFI que como forma parte del gobierno, no cumple mínimamente su rol permitiendo que el usuario reciba no solo un mal trato y pésimo servicio, al extremo que están entre ambos, condenando a personas en grado de vulnerabilidad en el exterior por ejemplo por estudios y peor enfermedad, a que no puedan disponer libremente de SU propio dinero. Si debes viajar al exterior por cualquier motivo, o llevas efectivo o estarás condenado a la miseria.
Somos ya a esta altura del desastre del estado plurinashonal, un estado paria en la comunidad internacional. Nuestra moneda no sirve de mucho, nuestras tarjetas son tomadas como leprosas en la edad media y nuestros ciudadanos objeto de tratos crueles, inhumanos y degradantes en su concepción extendida, pues ni siquiera pueden disponer de sus propios recursos estando condenados a la miseria y el aislamiento. Para quienes querían socialismo, pues ahí lo tienen en todo su esplendor. Daniel Lacalle ya lo sentenció: “El objetivo del socialismo no es el progreso, sino el control”.