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Se ha hecho muy común en nuestra sociedad, incluso entre los círculos de cientistas sociales, analizar los tiempos impetuosos que estamos experimentando ya sea desde perspectivas marxistas o conservadoras. Mientras los análisis marxistas se concentran en clivajes o en la lucha de clases como elementos detonantes del descontento y la confrontación sociales, las observaciones conservadoras apuntan a diferencias culturales o de visiones del mundo que no permiten una convivencia llevadera y sosegada entre miembros de la sociedad. Y, aunque estos análisis puedan tener sus bases argumentativas, lo cierto es que la realidad social es siempre tan compleja, que reducir nuestras explicaciones a estas dos corrientes de análisis termina, sin duda, limitando nuestro entendimiento de lo que ocurre. En este contexto, lanzar una propuesta de reflexión fuera de las perspectivas corrientes o en tendencia, a modo de complementar nuestra compresión de estos fenómenos sociales, se convierte en una tentación muy seductora.
Quien alguna vez estudió a Georg F.W. Hegel, el famoso –pero terriblemente pesado filósofo idealista alemán– necesariamente tuvo que toparse con el concepto de «Geist». A veces confuso y complicado de entender, el término «Geist» se traduce desde el alemán normalmente como espíritu o mente, aunque sorprendentemente (o no) también puede llegar a significar fantasma; sí, leyó bien, fantasma. Entretanto, para Hegel, el «Geist» es una especie de espíritu absoluto que conforma, transforma y a partir del cual se entiende la realidad.
Para el impulsor de la dialéctica en la historia de la filosofía, los procesos que conforman la realidad –perceptibles en la interacción histórica entre ideas contradictorias (tesis, antítesis y síntesis)–, solo pueden entenderse a través de algo abstracto e intangible que funge como motor de la historia. Es decir, la realidad, como la conocemos, tiene un motivo que sobrepasa cualquier explicación en su contexto material, siendo ese motivo el «Geist» o espíritu de las cosas. De entrada, se puede apreciar que la perspectiva del «Geist» es necesariamente distinta a la del materialismo marxista –aunque no esté necesariamente desligada de este– porque nos permite analizar más de cerca el carácter subjetivo de la historia, en el que también podrían encontrarse explicaciones sobre el estado material de cosas.
Ciertamente, algunos de los primeros seguidores de Hegel interpretaron su metafísica como una apelación a un ente superior o Dios, el cual constituiría aquello intangible detrás de toda realidad. Empero, sus intérpretes más seculares observaron que se trataba, más bien, de una intersubjetividad compartida por los sujetos integrantes de la realidad; o sea, sus actores tanto de forma individual como colectiva. Este espíritu social, a menudo completamente inconsciente, sería entonces el impulsor de la historia dialéctica entendida por Hegel. De él nacen los términos «Volksgeist» y «Zeitgeist», que apelan al espíritu colectivo de un pueblo y al espíritu de un tiempo o un momento histórico en específico, respectivamente. A primera vista, ambos términos parecen tener relación con los análisis culturales desde perspectivas más conservadoras debido al aumento de subjetividad que implican en relación con la perspectiva materialista. Sin embargo, «Volksgeist» y «Zeitgeist» se entienden únicamente en un plano subjetivo, a diferencia de las miradas más conservadoras, en la cuales se busca enfatizar diferencias culturales tanto subjetivas como objetivas. En contraste, el «Geist» se concentra en coincidencias o generalidades únicamente subjetivas.
Aun si el alto nivel de abstracción de Hegel no nos permita descartar su interpretación teológica, la interpretación sociológica de «Geist» nos abre las puertas a análisis de lo social que van más allá de la realidad más o menos tangible propuestas por las explicaciones de corte marxista y conservador. ¿Puede que exista un «Geist» o un espíritu intersubjetivo que conlleve al descontento social y a la confrontación actuales en Bolivia? Si observamos los sucesos que marcaron nuestra historia de manera dialéctica, es decir, concentrándonos en las acciones y reacciones (y sus ideas detrás) de los diferentes actores sociales, como ser los individuos, la sociedad civil, el Estado central, etc. ¿Se pueden observar trayectorias dependientes en la historia boliviana en las que se percibe un «Geist» determinante en la relación de estos actores sociales? ¿Estaremos frente a un «Volksgeist» o frente a un «Zeitgeist» que nos convocan hoy, desde una perspectiva que sobrepasa nuestra realidad material o nuestras diferencias culturales, a una nueva gran transformación en el relacionamiento entre bolivianos y bolivianas, entre la sociedad civil y el Estado, y entre este último y las regiones?
Si volvemos en el tiempo hacia el 2005 y recordamos la primera victoria electoral de Evo Morales, quizá podamos apreciar, desde la historia, lo que Hegel quería decir con «Volksgeist» y «Zeitgeist». Desde el análisis marxista, no se puede negar que las luchas sociales contribuyeron enormemente a la llegada del primer presidente indígena de la historia y, posteriormente, al nacimiento del Estado plurinacional. Desde la mirada conservadora, no se puede objetar que, ante un choque de culturas y visiones del mundo, una identidad mayoritaria ha venido imponiéndose. No obstante, ninguna de esas grandes transformaciones sociales y políticas –para bien o para mal– se dio sin un espíritu colectivo o un espíritu de los tiempos. En 2005, por primera vez, gran parte de las clases acomodadas apostaron por estas transformaciones, porque creían que era lo que requería el momento; en el entendimiento de que la convivencia social ya no era posible bajo el anterior contrato social. Sin ese «Geist», que conllevó a una debacle institucional e impulsó nuevas formas de relacionamiento social y político, quizá ni la lucha social ni cultural hubieran resultado suficientes para los grandes cambios en el contrato social ocurridos principalmente en la primera década del siglo XXI. En ese marco, surge la pregunta: ¿Estaremos asistiendo a la maduración de un «Volksgeist» y un «Zeitgeist» que traerán consigo nuevas grandes transformaciones para la historia futura de Bolivia?