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Con esa frase, el semanario británico The Economist se refería a nuestro país en julio de 2004. Eso cuenta el historiador inglés James Dunkerley en un compendio de sus ensayos sobre Bolivia de 1981 a 2007. Repasé allí sus escritos La revolución de 1997 en perspectiva y La tercera revolución boliviana (sobre el inicio del gobierno del MAS). Por esos títulos, suena a que hay un exceso de revolucionarios en Bolivia, liberales o izquierdistas (Gabriel René Moreno preguntaba “si somos revolucionarios por ser pobres o somos pobres por ser revolucionarios”).
Luego de las elecciones de 1997, Dunkerley ve una consolidación de la democracia liberal, separándose de las “políticas corporativas ‘del ultimátum’” de la fase nacionalista. Ni Dunkerley suponía que esas políticas estaban a un tris de volver. Ominosamente, empero, Dunkerley apunta que el Estado liberal “aún exhibe un marcado racismo”.
Recapitulando los años 80, el historiador inglés se detiene en las ventajas de Paz Estenssoro: su pasado radical, su experiencia sin paralelo, su estilo de presidencia “imperial”. Y respecto a Paz Zamora, dice que su lema “coca no es cocaína” conectaba con una parte de la comunidad internacional, “convencida de que Washington buscaba mover al Sur los costos económicos, sociales y políticos de su campaña antidrogas, al enfatizar los problemas de la oferta sobre los de la demanda”.
Para Dunkerley, la candidatura de Víctor Hugo Cárdenas con Goni en 1993 tuvo poco efecto sustancial, aunque la bandera de un Estado multicultural fue acogida en Bolivia y fuera. No obstante, asevera que esa vía en el largo plazo puede ser la causa que ha librado a Bolivia de la desintegración y violencia ocurrida en el Perú. Y a propósito de la capitalización de Sánchez de Lozada (1993-1997), el inglés observa que el país es más favorable a la propiedad pública de las empresas. Una encuesta de hace pocos días lo refrenda casi treinta años después.
Los defectos de la izquierda en los 90 podrían bien ser los de la centroderecha ahora: “La izquierda lucía anacrónica y conservadora en lugar de radical e innovadora; su diagnóstico de los males del país era excepcionalmente amplio, y le faltaban propuestas precisas que le dieran más que una mera presencia de denuncia. Su único éxito yacía en la elección de individuos, como Evo Morales y Juan del Granado, que tenían una conducta personal fuerte en la oposición”.
Ya en el primer gobierno de Evo, Dunkerley describe el “síndrome potosino”: un “proteccionismo telúrico” que desnuda el miedo de que fuerzas externas se apoderen de nuestros recursos. Históricamente esa reacción podría justificarse, pero es un “estilo paranoide” en la política boliviana, con todas las “cualidades de afiebrada exageración, sospecha y sentimiento de persecución”. La visión del MAS sobre los recursos naturales se inscribe ahí.
Dunkerley duda de que en el 2006 haya ocurrido una revolución en Bolivia (“es más una ambición retórica y popular que un cambio duradero y sustantivo”). Sin embargo: “lo que será verdaderamente irreversible es la sólida presencia indígena en el manejo de amplias partes de la vida pública”.
Ahora que estamos en la decadencia del gas, sirve otra cita de Dunkerley de The Economist. Para este, la “nacionalización” se reducía a “una disputa de negocios (entre las petroleras y Bolivia) atrapada en una revolución social”. “Pocos en la izquierda opuesta a las empresas capitalistas en el sector hidrocarburífero se preocupaban de molestarse con (aprender) los términos técnicos de la disputa”. Alto precio el que pagamos por esa apatía.
Las dos Bolivias estaban en el gobierno del MAS, según Dunkerley. Evo y sus talentos, pese a “su carácter no instruido y a ser un instintivo hombre falto de curiosidad.” Y García Linera, “un infatigable explicador de lo que hace, por qué está en lo correcto y por qué otra gente está errada”, aunque el poder lo obligó a “dejar caer todos los pies de página, algunas sílabas e incluso algunos aires”.
Bolivia no es para aprendices. Ojalá lo sepa la mayoría de los precandidatos.