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Gracias a la gentil invitación del Gobierno Autónomo Departamental de Santa Cruz y de la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz, tuve la oportunidad de participar del “III Congreso Boliviano de Cambio Climático: Seguridad Hídrica y Beneficios No Relacionados al Carbono” en condición de Moderador del Foro “Mercados y Cambio Climático”, viendo las oportunidades y retos derivados del Reglamento 2023/1115 recientemente emitido por el Parlamento de la Unión Europea, en la perspectiva de evitar la deforestación y degradación forestal en países exportadores, entre ellos, Bolivia.
El espíritu de la norma europea apunta a mitigar los efectos del calentamiento global, en función de lo cual condicionará el acceso a su mercado para una lista inicial de productos (carne y cueros de bovinos, cacao, café, palma aceitera, caucho, soya, maderas), debiendo los importadores comprobar que en su obtención en el país de origen no se incurrió en deforestación o degradación forestal, para poder ser exportados a dicho bloque de 27 países y casi 450 millones de habitantes.
Bajo el concepto de “consumo responsable” frente al cambio climático, asociado a la pérdida de bosques como causa principal del calentamiento global, según lo dicho en sus “considerandos”, los alimentos y las materias primas provenientes de áreas deforestadas no podrán ingresar a la Unión Europea desde el 30 de diciembre del 2024.
Así de simple y preocupante, no solo porque la exigencia de demostrar la “no deforestación” será retroactiva y contará a partir del 1 de enero del 2021, sino, porque la lista de productos con tal restricción podrá ser revisada y ampliada a otros bienes, “a más tardar”, el 30 de junio de 2025.
De ahí la importancia del tema que, desde el punto de vista del reto o la oportunidad -del beneficio o impacto negativo- más allá de la controversia que existe, sobre si el calentamiento global es o no real, lo cierto es que, en lo que concierne a la Unión Europea, ya hay una decisión tomada que nos puede afectar, en función de lo cual lo aconsejable es prepararse frente a este nuevo escenario.
Que si el cambio climático es natural o producto del hombre, no lo sé, lo que sí sé es que en Bolivia tenemos nuestras propias preocupaciones con relación a ello: ¿Recuerdan que hace pocos años faltaba agua en La Paz por la histórica baja del nivel de las represas? ¿No es evidente la desaparición de los glaciares? ¿No se nota la subida de la frecuencia de temperaturas altas y vientos huracanados que se van dando en el país?
Ahora, de que se eche la culpa de todo esto a la actividad agropecuaria, especialmente cuando ésta se da con respeto a la ley y las normas establecidas ¡en eso sí no estoy de acuerdo!
En todo caso, a la genuina preocupación por el calentamiento global, hay que sumar la advertencia de la FAO en 2009 que, cuando la población mundial era de casi 7.000 millones de personas, dijo que, para evitar una hambruna por el alza de precios, cuando el planeta supere los 9.000 millones de personas en 2050, la producción de alimentos debía subir 70% con tres restricciones: la limitada cantidad de tierra con vocación agropecuaria; la disponibilidad de agua dulce que va cayendo; y, los desórdenes atmosféricos, plagas y enfermedades derivados del cambio climático.
Desde entonces, el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) aboga por que las políticas públicas se enfoquen a convertir al país en un exitoso productor y exportador de alimentos cumpliendo tres premisas fundamentales en lo que hace a la producción: primero, que sea económicamente viable; segundo, ambientalmente sostenible y, tercero, socialmente responsable. Con ello, no solo la autosuficiencia alimentaria sino el futuro del país estarían garantizados, al contar con un inmenso mercado externo seguro y en permanente expansión. Para tener una idea de lo que estamos hablando, veamos algunos datos.
En 2022, Bolivia exportó al mundo productos originarios del agro y del sector forestal por más de 3.300 millones de dólares, una gran suma y un enorme aporte a la economía nacional, sin duda, pero, viendo solo los productos afectados por el Reglamento 2023/1115 de la Unión Europea, las exportaciones bolivianas de cueros de bovinos, cacao, café, soya y maderas a ese mercado, el pasado año, sumaron apenas 42 millones de dólares, frente a las compras de casi 200.000 millones de dólares de tales bienes por el bloque europeo.
Por tanto, existe un mercado gigantesco por aprovechar -con reglas que se van haciendo más rígidas, es cierto- pero que, cumpliéndolas, puede transformar la preocupación en satisfacción, ya que, más allá de los números fríos, el rostro social de las exportaciones, especialmente en los rubros agropecuario/agroindustrial y forestal/maderero, son los empleos dignos e ingresos que generan.
Es de esperar que la Unión Europea, más allá de restringir el acceso a su mercado, apoye a quienes -alineados con su desvelo por el cambio climático– se esmeren por hacer bien las cosas…