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Cambio de gabinete: la debilidad hecha carne

Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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La crisis de gabinete no es un golpe de timón para que la nave reencauce aguas tranquilas con vientos prometedores. Todo lo contrario, es “una encerrona” de los transportistas, gremialistas y del agro en busca de la aplicación urgente de biotecnología para encarar las sequías o las lluvias intensas (inundaciones) y que, además, ya ven insostenible la ausencia de diesel, gasolina, los constantes avasallamientos y la gigantesca ausencia de Estado para el control de incendios y chaqueos.

Todo el Estado Plurinacional entró en barrena. A 32 semanas – más menos – de las elecciones presidenciales, Arce Catacora sabe que ya perdió el sufragio. Sabe que la economía se le fue de las manos. Sabe que su modelo era de cartulina con dibujitos para la maestra que en esas épocas aprobaba todo y más encima, premiaba con dinero y recursos esas presentaciones huecas e infantiles.

Ya no hay dinero. Ya no hay los petrodólares de Chávez. Ya no hay Cuba. Ya no hay Brasil (ahora moderado y de derechas) y ya no hay la maestra tierna y dulce que ponía estrellitas a todos los trabajos. Arce, ahora, se sabe sólo y sin partido. Sin movimientos sociales. Sin el respaldo de las bases. De los mercados, de los comerciantes. Los estudios de aprobación de su gobierno son completamente negativos. Su imagen está por lo pisos.

¿Qué esperar ahora?

Continuismo. Inoperancia y muchas pero muchas concesiones a los sectores más conflictivos: transporte pesado, gremialistas, interculturales. Pero el problema de fondo es que ya no tienen billetera para seguir invitando los tragos. Ya no es el galán de la barra. Ya nadie quiere sentarse con él en la mesa. Ya no es atractivo. Pudiente. Es pobre y, además, mediocre. El espejo, cual Jekyll y Hyde, refleja un Arce hueco, raído y descascarado. No se encuentra así mismo. Es liviano, ratonil. O como diría la filósofa alemana Hanna Arendt, tiene un rostro “descafeinado”.

Pero lo más llamativo del cambio de ministros, es la justificación – reiterada y enfática – del porqué lo habría hecho. Incide, no una sino dos veces en su discurso, que es una lástima que “no todos vienen a trabajar a los ministerios, con el compromiso de trabajar con las manos limpias”. Hay una delación de actos de corrupción. En palabras del propio Arce. Y que, por lo mismo, debería investigarse. No podemos justificar un acto público doloso con una simpe renuncia o despido. La justicia tiene que obrar en justeza e investigar si hubo o no actos reñidos con la ley.

Este reclamo, además, deja en evidencia otro de los factores transversales del masismo: la corrupción estructural y enquistada en diversas reparticiones públicas. Esta es una herencia del evismo y del garcíalinerismo de parasitar a cientos de bolivianos en cargos públicos sin condiciones técnicas o concursos meritorios. Basta cargar en la billetera el carné del MAS para acceder a un cargo público. Y de ahí empezar el esquilmo. De engrosar la masiva contratación estatal para cuotear instituciones públicas.

Entonces, este no es un cambio de timón. Una mirada reflexiva, profunda, de bien común o de visión de Estado. Es un acto egoísta de tratar de cohesionar un gobierno que hace aguas por todos lados, con la sombra de la ineptitud, de la terquedad y la corruptela en todos sus frentes.

Es acelerar un proceso de descomposición administrativa. No hay una mirada de gestión de política púbica y de madurez a tiempo de ejercer el poder. Hay caos, miedo, reactividad, impotencia y una mirada de culpabilización a todos menos a los reales responsables. Obviamente, de todo este zafarrancho, Morales hace su pesca y se llena la boca de críticas.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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