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Confuso, complicado, disperso y sin norte. Así respondí a una de varias preguntas hechas por El Día hace una semana, en el marco de una reflexión planteada por el diario cruceño a propósito de la celebración de la efeméride departamental de Santa Cruz. La pregunta indagaba sobre cómo preveía yo el contexto político de Santa Cruz en los próximos años. Dadas las circunstancias actuales y lo visto en los últimos años, no puedo avizorar sino ese panorama de confusión y dispersión de fuerzas. Un panorama que puede ser extrapolado, además, a cada uno de los otros departamentos de Bolivia.
Ojalá estuviera equivocada en mi percepción, pero los hechos recogidos a lo largo de los últimos años y los que estamos registrando hoy no nos permiten soslayar una realidad en la que la confusión y la dispersión de ideas y fuerzas es una constante. Basta revisar las agendas definidas por diferentes sectores e instituciones cruceñas/os, para evidenciar esa dispersión. Por un lado está el Comité pro Santa Cruz con su ciclo de foros para repensar la relación del departamento con el Estado boliviano; por otro, la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno con un proyecto de nuevo instrumento político de unidad nacional; y otro más que habla de construir Bolivia desde Santa Cruz.
Cito solo tres, pero hay más. Y esta dispersión no se siente apenas a nivel regional. Es ya una sensación nacional que va en aumento a medida que se aproxima 2025, año electoral y decisivo para los bolivianos, no solo para los cruceños. Una confusión y dispersión que tienen como elemento común el descontento frente a un régimen que cumplirá entonces dos décadas en el poder, pero que no han logrado ser encarados y menos controlados por una fuerza o inteligencia colectiva capaz de ponerle freno a la desbocada carrera a la que sigue apostando el partido de gobierno, más allá de cuál sea la cara visible de su mando.
La situación ha llegado a niveles patéticos en el caso de Santa Cruz. Sus élites, sean las de la llamada institucionalidad cruceña o las de la representación política formal, han caído en un juego absurdo de pugnas incluso entre iguales que no empezó -y que parece que no acabará- con lo que está ocurriendo al interior del Gobierno Autónomo Departamental, sino que data de hace ya al menos un par de décadas, como lo reflejan las disputas por el mando del movimiento cívico, el de los diferentes entes empresariales y también por el control de la dirección política en dos organizaciones partidarias nacidas en Santa Cruz.
Dirán que está bien, que es “normal” y hasta “saludable” que así sea. ¿Será? No lo creo, y ahora menos que nunca, frente a la evidencia de que toda esa dispersión solo favorece a la consolidación de un régimen cada vez más autoritario y violento, al que en lo sucesivo no le bastará usar a todas esas elites para mostrarse sonriente en las fotos oficiales, mientras va metiendo palo, encarcelando y matando a quien ose levantar la voz. Ocurrió otra vez en Santa Cruz, en este mes de festejo departamental: salvo algunas honrosas excepciones, las cabezas de la institucionalidad cruceña posaron sonriente al lado del jefe del regímen que no solo secuestró y mantiene preso al gobernador cruceño, sino que además mantiene y alienta políticas de asfixia económica y freno al sector productivo.
Y por favor, no vengan con la excusa de que son tiempos difíciles, que no hay otra opción para sobrevivir que no sea la de ser condescendiente frente a un régimen abusivo. Verdad que son tiempos duros, peligrosos, pero no son los primeros ni serán los últimos, como lo prueba la historia. Basta revisar los hitos más destacados en las luchas regionales para ver que Santa Cruz ya enfrentó situaciones similares o peores, a las que supo enfrentar con una fuerza y coherencia hoy ausentes.
Cito solo dos ejemplos, entre muchos. Lo ocurrido en la década del 50, en defensa de las regalías petroleras como derecho de los departamentos productores, y lo que se logró ya en los años ochenta, al recuperar la autonomía municipal. El primero fue la gesta vivida durante un periodo político muy díficil, con el MNR en el poder, y protagonizada nada menos que por militantes de ese gobierno, en el que destacó Virgilio Vega, y por el emergente liderazgo cívico, a la cabeza de Melchor Pinto. Dos opuestos que se unieron en torno a un ideal, a una lucha por un derecho regional: el 11% de las regalías petroleras.
El segundo ejemplo a destacar es el vivido en 1984, cuando el entonces alcalde de Santa Cruz de la Sierra, Oscar Barbery Justiniano, emenerrista y nombrado en el cargo por el gobierno del MNR, se rebeló contra ese mando y abrazó la propuesta de recuperación de la autonomía municipal impulsada por el Comité pro Santa Cruz, presidido por Jorge Landívar Roca. Barbery aprobó la Ordenanza Municipal 31/84, convocando a elecciones municipales, de conformidad con el artículo 200 de la Constitución Política del Estado vigente entonces. Solo dos ejemplos para demostrar que cuando hay ideales claros, un compromiso verdadero y coherencia entre el ser y el hacer, todo es posible.
En este exacto momento no me imagino un logro parecido a los dos relatados. No solo porque no veo a un militante del MAS, el partido de gobierno, jugándosela por Santa Cruz y en sinergia con las demandas del departamento, sino porque tampoco veo esa sinergia entre las elites de la institucionalidad cruceña. No las veo ahora, ni las avizoro para el futuro inmediato. Y repito: un panorama que bien puede ser extrapolado a otras regiones del país. Una constatación que no logra vencer mi testaradez en creer que todavía puede ocurrir un milagro. En Santa Cruz, en el país.