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Podemos detenernos cuando subimos, pero no podemos parar cuando bajamos. Más allá de la metáfora, este principio nos advierte de los severos riesgos en los que se encuentra nuestra democracia sumida en tiempos de estigmatización y desinformación. El vértigo de la crisis sucede una tras de otra; una más grande que la otra; otra más impactante que la anterior. Hemos caído en el estropicio mismo. Ya ni siquiera estamos en el fondo. Caminamos en los subterráneos de las cloacas. La inmundicia ha aflorado en todo su esplendor y ya nada importa. Nada sirve y nadie dice la verdad.
Se está ejecutando la estrategia del ignorante. Aquella que los expertos sostienen que la mejor manera de destruir la democracia es, precisamente, “democráticamente”. Es decir, ya no en manos armadas o por la fuerza. Sino viendo como hoy los riesgos de una crisis del sistema vienen, precisamente de las malas prácticas de los propios gobernantes y del mal y corrupto funcionamiento de las instituciones.
La democracia agoniza porque son los mismos encargados de administrar la cosa pública, elegidos por voto popular, quienes están empecinados en embarrar sus decisiones. Es evidente y fácilmente observable el descrédito de las instituciones y la constante y creciente desafección hacia los políticos, hacia los gremios, sindicatos y hacia una sarta de asociaciones y partidos cuyas valoraciones en las numerosas encuestas y sondeos son pobrísimas.
El sectarismo, el cainismo, la ideologización extrema y la falta de concertación en espacios de diálogo constructivo, están minando la calidad de nuestra democracia. No se debe olvidar que una democracia es un sistema de equilibrio de poderes y, por supuesto, de controles independientes. El masismo, el evismo y, ahora, el arcismo ha continuado la senda torcida de concentrar en sus manos el poder ejecutivo y el legislativo. Han colonizado las distintas agencias gubernamentales, han recurrido a las puertas giratorias en los cargos públicos y han colocado a personas negligentes y profundamente corruptas en los distintos órganos constitucionales. Han degradado el rol de funcionario público.
Otra de las prácticas que está viciando la calidad de la democracia es la funesta manía del oficialismo de hacer oposición a la oposición. Están enfrascados en un pugilato absurdo y ciegos ambos se trenzan a palazos, generando la ficción de que es mucho más importante lo que haga y lo que diga la oposición que lo que el Gobierno hace o decide. La polarización es cada vez más riesgosa y profunda. Pareciera que ya no hay puente que pueda extenderse entre ambos lados.
Es tristísimo ver a diario la miseria y mezquindad de la clase política que jamás admite un error y que prefiere los eslóganes y la propaganda burda al razonamiento. Al sentido común. En una democracia, hay reglas no escritas que son tan importantes como la propia Carta Magna y una de ellas es el respeto al adversario. El consenso y el disenso es parte esencial de la democracia. Su anulación es otra manera eficiente de matar la democracia.
Todo este descalabro fue acentuado con un MAS que no escucha ni respeta al contrincante. Ni siquiera entre sus propias filas, cuando García Linera prohibió a los libres pensadores. Así de intransigente y torpe es el masismo evista y arcista. Lanzan continuos mensajes de odio. Lo peor no es que se nieguen a rectificar sus errores, lo peor es su tendencia a demonizar a quienes no piensan como ellos. Y no parecen darse cuenta de que su extremismo genera rechazo entre los bolivianos. Existe un severo cansancio social de las trifulcas entre políticos que a diario se amplifican en los televisores amarillistas.
¿Estamos viviendo un preludio de cambio? Si fuese ese el caso: ¿cambio hacia dónde? ¿Con quién? ¿Cómo? ¿Y cuál sería las consecuencias de ese llamado cambio en el corto y mediano plazo?
Lo que sí queda claro, muy claro es que no se puede estar engañando a todo el mundo todo el tiempo. No cabe más descrédito. Más mentiras. Más propaganda. La inercia e ineficiencia para el manejo de la crisis económica es ya desopilante. Ni siquiera es mínimamente básica. Ni siquiera existe. Se están dando de manotazos y solos se han entrampado. Se han empiojado. Y están arrastrando a todo un país al estropicio. El contrabando se les ha escapado de las manos. El narcotráfico está controlando territorios y una economía ilegal gigantesca. Ya hay secuestros por droga, hay pueblos enteros que salen a defender su droga porque toda la comunidad vive del tráfico de estupefacientes. El único modelo económico que está agotado es el del masismo. El único modelo político en crisis es el del masismo. La única gestión gubernamental que se ha lanzado desde las alturas es el masismo. ¡Basta ya!