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¿Cómo recuperar el sentido de la política?

La crisis actual de la política está relacionada con el eclipse del mundo común y con que las personas se sientan extrañas a ese mundo público compartido. Así, triunfa la sociedad de masas y el «animal laborans».

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Por Miguel Pastorino1

Hannah Arendt fue una de las grandes pensadoras del siglo XX, admirada y despreciada, pocas veces bien comprendida. Hoy cobra cada vez más actualidad y despierta más interés en los estudiosos de las ciencias sociales y de la filosofía política. Era consciente de que no era fácil ubicarla: «La izquierda piensa que soy conservadora y los conservadores piensan que soy de izquierda o inconformista o quién sabe qué. Pero a mí todo eso me tiene sin cuidado. No creo que las preguntas reales de este siglo puedan iluminarse con ese tipo de cosas». Aunque pensaba con profundidad, radicalidad y rigurosidad, rehusó ser considerada filósofa, y expresó que su profesión era «la teoría política».

Estaba convencida de que lo importante en la comprensión de la política no es estudiar las regularidades como hacen algunas filosofías y ciencias sociales. Pero, a partir de la experiencia totalitaria, descubrió que hay fenómenos que no se comprenden desde esquemas anteriores de pensamiento. Se trata de acontecimientos, circunstancias que obligan a repensarlo todo, abandonando esquemas anteriores, ya sean filosóficos o sociológicos. Para ella, la teoría política es lo contrario de una ideología política. Porque implica reflexionar sobre los acontecimientos singulares que irrumpen en la vida de los pueblos. En cambio, la ideología trata de confirmar regularidades prefijadas, no ayuda a comprender sino que secuestra los hechos en un encuadre dogmático.

La banalidad del mal

La expresión banalidad del mal se ha vuelto un cliché, se ha convertido en un lugar común por lecturas superficiales aplicadas de modo muy psicologista y sin comprender su trasfondo filosófico y antropológico.

Su tesis, conocida por el análisis del juicio a Adolf Eichmann en 1961, muestra cómo el mal carece de profundidad, de radicalidad. Porque surge donde la capacidad de pensar, de reflexionar, ha sido suprimida u olvidada. El trabajo del principal responsable de la llamada solución final del extermino de los judíos consistió en la realización de actividades rutinarias y burocráticas: «Lo más grave en el caso Eichmann era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos, ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terroríficamente normales».

Estamos así ante un nuevo tipo de criminal moderno, alguien capaz de planificar minuciosamente una masacre, y no es que «todos llevemos un Eichmann dentro», sino que las condiciones sistémicas de la sociedad moderna facilitan la aparición de este tipo nuevo de criminal y de expresión del mal. Aunque sus consecuencias sean aterradoras y a escalas impensables, el mal cometido es irreflexivo, superficial, rutinario, normalizado y sin motivos. Simplemente sigue el curso de los mecanismos sociales que dominan en una sociedad totalitaria, individualista y superficial.

La supresión del espacio público, de la deliberación con los otros y el diálogo se convierte así en el germen de horrores inimaginables. A propósito de lo que vio en las declaraciones de Eichmann en su juicio en Jerusalén, Arendt escribió: «Eichmann no era estúpido. Solo su notable falta de reflexión —que en modo alguno podemos comparar con la estupidez— fue lo que lo predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo. En realidad, una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizás, a la naturaleza humana».

Recuperar el sentido

Para Arendt no todo espacio público es inmediatamente un espacio político, lo cual nos muestra la complejidad y profundidad de su reflexión. Pero intentaremos presentarlo de la manera más sintética posible.

Distingue tres actividades fundamentales para los humanos: la labor, el trabajo y la acción. Cada una de ellas se desarrollan en un espacio propio: la esfera privada, la esfera social y la esfera pública. La labor sostiene la vida biológica y se orienta por las necesidades. Es la razón por la que construimos una segunda naturaleza, un mundo donde vivir. En cambio, la acción es la capacidad de introducir novedad, un nuevo comienzo, solo posible mediante el diálogo y la negociación con otros. Por eso la condición de la acción es la pluralidad y la política. Porque, para que exista la acción, se requiere de un mundo compartido, de la presencia de los otros con quienes dialogar y discernir.

Para que exista acción, para que haya libertad, es necesaria la esfera pública donde se constituye el quién y lo que cada uno es; es espacio donde se rompe con el anonimato. Para Arendt, la política forma parte fundamental de lo que somos; lo propio de lo humano lo encuentra en lo público, no en lo privado. Porque para ella lo más propio de la condición humana es la capacidad de introducir novedad en el mundo, de aparecer ante los otros. Para el pensamiento liberal, la libertad es una condición natural, originaria en el ser humano; en cambio, para Arendt es algo que hay que construir. Para ello es necesario caer en la cuenta de que la historia no tiene un guion prestablecido y que hay que hacerse cargo de lo recibido y de lo que creamos para las generaciones futuras.

Entre lo público y lo privado

La política no es para Arendt un peligro para la libertad, sino su posibilidad. Porque gracias a la vida política los seres humanos pueden modelar el mundo mediante la palabra. Pero cuando se viven tiempos de oscuridad los seres humanos se encierran en la intimidad y pierden la capacidad de pensar sin darse cuenta.

La distinción que hace Arendt entre esferas pública y privada se basa en la tradición de la polis griega, donde la esfera privada se identificaba con la familia, con el hogar, donde no hay libertad ni igualdad, sino una comunidad de necesidades vitales, un refugio ante las inclemencias del mundo, frente a la dureza de la exposición pública. Y un grave problema para la política se da cuando los intereses propios de la vida privada se extienden al espacio público y ocupan el lugar de lo que debería ser lo común. Lo público, en cambio, es el mundo compartido, un mundo creado por acciones, un espacio de memoria y de transformación.

Para Arendt, la clásica distinción entre esfera privada y esfera pública se ha desdibujado en la modernidad por la aparición de otra esfera: la social, producto de las relaciones de mercado en una economía capitalista y por la aparición de la sociedad de masas, con modelos de conducta que le son propios. Para ella, el crecimiento de la esfera de lo social hace que los intereses privados adquieran interés público y así la economía se adueña de la política. La nueva esfera de lo social afecta a la esfera pública y a la privada. Y así lo político queda atrapado por lo social, y lo privado queda reducido a la intimidad.

El sentido de la política

La crisis actual de la política está relacionada para Arendt con el eclipse del mundo común y con que las personas se sienten extrañas a ese mundo público compartido. Así, triunfa la sociedad de masas y el animal laborans, que llevan al conformismo, al desprecio por la política y a la soledad de los individuos. El consumo ocupa el lugar de la acción, reducido todo a la satisfacción de necesidades.

Para Arendt, la sociedad moderna es una sociedad de laborantes que «exige de sus miembros una función puramente automática, como si la vida individual se hubiera sumergido en el total proceso vital de la especie». La acción, la vida política, se ha convertido en una experiencia para unos pocos privilegiados. En el olvido de la esfera pública como tal, entendida filosóficamente y no socialmente, Arendt se pregunta si tiene sentido hoy la política.

Porque para ella la dificultad para recuperar el sentido y la dignidad de la política, arraigada en la tradición griega, son la apatía y el conformismo ciudadano, la primacía de la individualidad por encima del mundo común. Se pregunta: «¿Qué estructuras políticas hay que puedan preservar la participación cívica sin la presión de los partidos?». Si bien no propone un abandono de la democracia representativa, señala fuertes limitaciones del sistema que dejan a los ciudadanos fuera de toda acción política. La respuesta a la crisis, para ella, está en que haya más vida política, con participación comprometida e intensa de la ciudadanía en los asuntos públicos.

Para Arendt, si la política quiere recuperar su dignidad requiere una ciudadanía libre y crítica, dispuesta a mostrarse en público, deliberar y actuar, comprometida con el mundo y el mantenimiento de la pluralidad.

Referencias

Arendt, H. (2015). La condición humana. Paidós.

Arendt, H. (2019). ¿Qué es la política? Ariel.


1Doctor en Filosofía. Magíster en Dirección de Comunicación. Profesor del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay.

*Este artículo fue publicado en dialogopolítico.org el 28 de agosto de 2023

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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