Contaminación invisible por microplásticos y teflones
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La contaminación ambiental es un problema que va más allá de la contaminación visible. En nuestra vida cotidiana estamos expuestos a dos enemigos silenciosos: las sustancias polifluoroalquiladas (PFAS más conocidas como teflones) y los microplásticos. Estos contaminantes no solo están en el ambiente, sino que penetran en nuestros cuerpos, debilitando nuestra salud de maneras que apenas comenzamos a comprender.
Las PFAS, conocidas también como “químicos eternos” por su persistencia, fueron desarrolladas en la década de 1930 para fabricar productos resistentes al agua y al calor, como el teflón o las prendas impermeables. Sin embargo, su resistencia se traduce en toxicidad ambiental y bioacumulación en humanos, ligados a problemas como colesterol alto, trastornos inmunitarios y cáncer. Hoy se encuentran en envases de comida rápida, bolsas para pipocas de microondas, muebles y ropa tratada con estas sustancias.
Estos compuestos no se degradan fácilmente y contaminan el aire, el suelo y la vida silvestre. Aunque se han intentado reemplazar con alternativas como el GenX, estas también resultan dañinas. La exposición constante a PFAS es una amenaza global y un desafío para la salud pública. El otro utensilio muy utilizado donde podrás hallar este recubrimiento es en sartenes y ollas llamados antiadherentes. Muchas veces ya no se utiliza el término teflón, pero sí están en el mercado como roca volcánica, cerámica y similares. La alternativa, cámbialos por hierro, acero inoxidable, o verdadera cerámica. Desde luego, ya deberías saber que utensilios de cocina de aluminio no tienen lugar en tu cocina.
Por otro lado, los microplásticos — diminutas partículas derivadas de la degradación de plásticos que usamos a diario en cortinas, ropa, muebles y utensilios — se han detectado dentro de tejidos humanos profundos, incluyendo huesos. Investigaciones recientes revelan que estas partículas pueden deteriorar las células óseas, acelerar su envejecimiento, promover inflamación y afectar la fortaleza ósea. Esto puede provocar deformidades, fragilidad ósea y un aumento en fracturas, especialmente preocupante para quienes padecen osteoporosis u otras enfermedades metabólicas óseas.
La producción masiva de plástico ha inundado océanos, ríos y tierras, agravando también la variabilidad climática al generar enormes cantidades de gases de efecto invernadero. Pero más allá del impacto ambiental, las partículas plásticas inhaladas o ingeridas entran en nuestra sangre, cerebro, placenta y leche materna, confirmando la invasión silenciosa en nuestro organismo.
¿Qué podemos hacer para minimizar estos riesgos? Con los microplásticos, la acción también es cortar lo que se pueda: evitar productos plásticos desechables, usar bolsas reutilizables, elegir prendas de tejidos naturales y ventilar espacios cerrados para evitar la acumulación de partículas en el aire.
El desafío es grande, porque estas sustancias están dispersas en numerosos objetos y procesos industriales cotidianos. Adicionalmente, en el país, no contamos con normativas específicas para muchos de estos contaminantes silenciosos y que están presentes en una serie de empaques, productos y demás. Pero cada cambio de hábito suma en la lucha por un cuerpo más saludable. La contaminación invisible tiene impactos muy reales, y protegernos requiere decisiones informadas, consumo responsable y presión por políticas públicas que regulen y reduzcan la producción y liberación de estos contaminantes.
En un contexto global donde el aumento de fracturas óseas y enfermedades relacionadas con contaminantes crece, la conciencia ciudadana y la acción concreta son la mejor defensa. La salud individual y colectiva depende de entender que lo que está en el aire, el agua o dentro de los objetos que usamos se vuelve parte de nosotros. Cambiar para protegernos no solo es posible, sino necesario.