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Un dato histórico: hace cinco años, el 9 de enero de 2020, falleció en China el primer paciente contagiado con covid-19 (Coronavirus Disease 2019). Parece una eternidad, pero como la eternidad es infinita, siempre está aquí, nunca termina, de ahí su representación con el símbolo del eterno retorno que usó por primera vez el matemático John Wallis en 1655: ¥
En la primera semana de enero de 2025 se detectaron en Bolivia 457 casos de personas contagiadas con covid, de las cuales 369 en Santa Cruz, 45 en Cochabamba, 15 en Chuquisaca y 14 en La Paz. Ojo, pongan atención: esos son los casos detectados. La experiencia de los años anteriores nos ha enseñado que probablemente el número de infecciones es cuatro veces mayor, pero no ha sido reportada porque la gente, con su terquedad característica, suele decir: “es una gripe fuerte”, “es el frío, es la lluvia”, “ya se me va a pasar”, “no es para tanto” …
Efectivamente, en algunos casos “no es para tanto” y si una persona es fuerte y no tiene enfermedades de base, “se le va a pasar”, aunque las secuelas de largo plazo (long covid), son imprevisibles y recién están siendo estudiadas. Pero esa es una posición extremadamente egoísta, porque una persona que “no la pasa tan mal” con covid, es de todas maneras un peligro para quienes la rodean, porque su contagio puede ser fatal para otros.
Los primeros casos de contagio en 2025 coinciden con señales de alarma que llegan de China (otra vez), y de Europa, donde las nuevas variantes del coronavirus han causado víctimas mortales. En Bolivia, las primeras muertes de esta nueva ola son personas que no estaban protegidas por vacunas. No es ninguna casualidad: o te vacunas o el riesgo de muerte es 50 veces más alto. Esto lo sabemos todos, pero hay gente que persiste en negar la eficacia de las vacunas, y prefiere tener covid “para evitar las molestias de las vacunas”. Es cierto que en algunas personas la inoculación de material genético produce reacciones adversas, dolores musculares o de cabeza, mareos y otros malestares, pero como contraparte, se han salvado millones de vidas. Basta revisar las estadísticas que en el pico de la pandemia seguíamos cotidianamente en Worldometers, y que siguen disponibles y actualizadas cada día, aunque ya no las revisamos con la misma ansiedad.
Las estadísticas tienen un mayor margen de error en países como Bolivia, donde el seguimiento epidemiológico es precario y donde la gente sólo acude a los centros de emergencia cuando su estado de salud es alarmante, o sencillamente muere sin saber cuál fue la causa. También es cierto que el servicio de salud pública en Bolivia es de los más arcaicos del mundo, y la gente es disuadida cuando tiene que levantarse a las cinco de la mañana para sacar una ficha y luego ser recibida horas o días más tarde por un médico poco profesional, que atiende de mala gana porque tampoco está motivado. De cualquier modo, los datos revelan que hasta la fecha Bolivia tuvo un total de 1,212.131 casos de covid-19 debidamente registrados, de los cuales 22.407 resultaron en muertes. En relación con la población, significa que Bolivia tuvo 1.868 muertes por millón de habitantes, lo que coloca al país en el puesto 65 de la lista mundial. Es decir: hay 64 países que están peor que nosotros en el mundo, pero si vemos solamente América del Sur, ocupamos el décimo puesto. No estamos tan mal: todos nuestros vecinos están peor clasificados en cuanto al número de muertes.
Algo hemos aprendido en estos cinco años. Aunque nuestro sistema de prevención es tan precario y aunque el covid-19 fue usado de la manera más repugnante por el gobierno de Luis Arce para su propaganda, la población aprendió a usar barbijos, a lavarse las manos con alcohol, a mantener distancia física, y otras medidas sencillas que debemos ahora resucitar y mantener de cara a una nueva oleada del virus tipo Ómicron, o en espera de que llegue el metapneumovirus humano (HMPV) que apareció en China a principios de enero.
De que va a llegar, no cabe la menor duda. En este mundo globalizado los virus circulan con la misma velocidad que las “fake news”, con consecuencias proporcionales para la salud física y mental. Hay un antes y un después de la pandemia mundial que nos tocó vivir como parteaguas histórico, y quisiera creer que ya no hay gente tan ingenua que piense que la pandemia “ya pasó”, pero abundan los antivacunas y “terraplanistas”, que propagan que las vacunas son parte de una estrategia global de dominación, etc. De teorías conspirativas ya estamos hastiados, pero no faltan los recalcitrantes que persisten en ellas. Y también está la población descuidada y negligente, la que supone que con una o dos dosis de vacunación recibidas dos o tres años antes, ya está protegida. No se toma la molestia de informarse para prevenir antes de lamentar. Primero: ninguna vacuna cubre al 100% (y menos la Sputnik, que no está entre las 10 aprobadas por la OMS). Segundo: las vacunas se deben aplicar anualmente.
La disciplina individual y colectiva es crucial ahora que el virus llegó para convivir con nosotros. En 2020, luego de los primeros meses sin vacunas contra el covid-19, aprendimos a recordar que las vacunas contra la tuberculosis, polio, hepatitis B, sarampión, la triple (tétano, difteria y tos ferina) y otras, salvaron cientos de millones de vidas desde su creación. Una investigación de la OMS publicada en la prestigiosa revista científica The Lancet, estima que en los últimos 50 años, la inmunización evitó la muerte prematura de 154 millones de personas “o el equivalente a 6 vidas cada minuto de cada año”. Desde 1980, el progreso ha sido impresionante: las tres vacunas “clásicas” han sido inoculadas al 80% de los niños de un año de edad. Desde la década de 1990, cuando aparece la nueva serie de vacunas (hepatitis B, neumococos, rotavirus, etc.), se ha alcanzado a 40% – 60% de los niños, extendiendo la esperanza de vida a un promedio de 80 años en los países con índices altos de vacunación. La esperanza de vida promedio en el mundo era de apenas 46.5 años en 1950. En Bolivia tenemos la segunda esperanza de vida más baja de todo el continente americano: 65 años (muy cerca de Haití, dos años más baja).
Las primeras vacunas contra el covid-19 se aplicaban cada tres o cuatro meses, porque esa era la duración de la protección que garantizaban. Las nuevas vacunas, diseñadas para las nuevas cepas, se deben aplicar una vez al año, como la de influenza. La buena noticia es que hay disponibilidad en Bolivia, gracias al mecanismo internacional Covax (el “imperialismo” tan denostado por los impostores del MAS), donaciones de CEPI, Gavi, Unicef, la OPS y la OMS. La mala noticia, como no podía ser de otra manera, la insolvencia masista salta a la vista cuando leemos que el ministerio de Salud estima que decenas de miles de vacunas caducarán en febrero, y le echa la culpa a la población por no asistir a los centros de vacunación.
Como los bolivianos somos particularmente desmemoriados, parece que algunos ya han olvidado la incapacidad y la demagogia del gobierno de Luis Arce Catacora. Por ejemplo, la payasada que hizo cuando se prestó 25 mil dosis de vacunas de Argentina, y recorrió el país sacándose fotos en los centros de salud, cuando en realidad esas dosis no alcanzaban siquiera para el personal de primera línea. Tampoco olvidaremos el contrato trucho con Rusia para comprar la vacuna Sputnik: hasta ahora no sabemos cuánto pagó Bolivia porque el gobierno decidió mantener en secreto la cláusula del precio. Quedará como anécdota jocosa la impostura del paquidermo vicepresidente Choquehuanca, el pajpaku de la plaza Murillo, que fue uno de los últimos en hacerse vacunar y dijo que el covid se curaba comiendo pasto…
Los síntomas de las nuevas cepas de coronavirus se parecen mucho a las de la influenza, hay una convergencia sintomática, por lo tanto la única manera de saber si se trata de covid es una prueba de antígeno (o mejor aún, PCR), pero el gobierno ha bajado los brazos: las pruebas ya no están ampliamente disponibles, por lo tanto hay un alarmante subregistro de casos.
Los efectos de largo plazo del covid-19 se están estudiando todavía, así como los de las vacunas. La urgencia de disponer de vacunas en 2020 hizo que se aprobaran varias cuya eficacia y efectos no estaban debidamente probados. Los estudios realizados en los tres últimos años muestran que, por una parte, el long covid (o covid de largo plazo) puede presentar complicaciones de salud incluso años después de la infección, y lo mismo puede suceder con las vacunas de tipo ARN mensajero (Pfizer y Moderna), que introducen en el cuerpo un fragmento viral para permitirle defenderse contra la infección. En ambos casos, tanto de long covid como de las reacciones adversas de las vacunas en el largo plazo, la población afectada es menor al 3% (como con cualquier otro medicamento). Sin embargo, esto ha sido aprovechado por los sectores más reaccionarios de antivacunas para denostar al sistema de vacunación.
Un estudio del NIH (National Institutes of Health) de Estados Unidos, que analizó 81 artículos científicos cubriendo un total de 17.636 casos de complicaciones cardiovasculares, reveló que un porcentaje mínimo de la población que recibió varias dosis de vacunas de ARN mensajero sufrió después de varios meses problemas como arritmias, trombosis, embolias pulmonares, pericarditis y miocarditis, entre otros. Resultados similares ofrecen los estudios realizados por la Global Vaccine Data Network (GVDN) que analizó los efectos en 99 millones de personas en ocho países y por la Universidad de Yale, entre otras. La conclusión de los científicos es clara: los beneficios de las vacunas superan ampliamente los riesgos.
Desde el punto de vista de las políticas públicas de salud no hay razón para ralentizar o frenar el servicio de vacunación para la población, particularmente para aquella de mayor riesgo. Los efectos del covid-19 (ahora “covid-25”, nuevas cepas) han sido desastrosos, pero millones de vidas se han salvado. Las nuevas vacunas están avaladas por mejores estudios y mayor experiencia adquirida, de modo que su diseño ofrece menos riesgos que las que estaban disponibles en años anteriores.
Si el gobierno boliviano no estuviera tan obnubilado con la politiquería cotidiana y el negacionismo sistemático de la crisis económica, podría dedicarle algo más de esfuerzo a la preparación nacional frente a las nuevas olas de infecciones que están ad portas. Tanto dinero gastado en campañas de mentiras podría destinarse a programas de educación sobre prevención para una población que parece haberse olvidado demasiado pronto de aquello que sufrimos hace apenas cinco años.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo