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El término “corrupción” viene de la palabra latina “corruptio” que significa decadencia moral, comportamiento malvado, putrefacción o podredumbre.
Este concepto tiene un enfoque dual, pues puede aplicarse a lo físico, cuando se emplea el término putrefacción, o un significado moral como el “deterioro o decadencia moral; perversión o destrucción de la integridad en el cumplimiento de los deberes públicos por cohecho o clientelismo” (Diccionario Oxford).
Casi todos los seres humanos, buscamos el crecimiento económico y el bienestar; sin embargo, para que verdaderamente exista “bienestar” dicho crecimiento económico tiene que estar conectada con la integridad.
Pretender crecimiento económico “a cualquier precio”, esto es “sin integridad”, implica corrupción.
Para disfrazar lo delictivo, el delincuente engañador está acostumbrado a utilizar “rótulos” convirtiéndolos en una tendencia o en una moda. De esta manera, logra colocar las realidades en otros términos para permitirse una ventaja alevosa, encubriendo los delitos bajo dichos “letreros”.
Es así que el facineroso busca siempre mimetizarse imponiendo falsas apariencias y falsas creencias bajo “etiquetas”, ejemplos, existen muchos, ahí está, el contrabandista enmascarándose en un hábil “comerciante”, el versado corrupto mostrándose como “académico o religioso”, creyendo apócrifamente que esto último lo cubrirá de rectitud o probidad, cuando sabemos muy bien, que los títulos, el ser o no científico, el profesar alguna fe o creencia religiosa, el publicar o no libros, para nada constituyen garantía de ser una persona íntegra, de convicción y coherente con los principios éticos morales.
De allí que para evitar ser cretinamente timados, las cosas siempre tienen que decirse por su propio nombre, esto es, sin hipocresía (sin tibieza) y no siendo personas falsas, pues del mismo modo también se busca camuflar a la corrupción con otros términos más digeribles, por ejemplo, en vez de decir “soborno” en la obtención de algo de forma desleal y/o abusiva asegurándose el resultado (como ser: conseguir la viabilidad de un negocio, lograr la contratación, obtener una resolución favorable, etc.) se usa el término de pago de “comisión” al instigador o cómplice del acto de corrupción, siendo una suerte de corretaje de corrupción, llegándose a denominar a éstos últimos (cómplice e instigador), simplemente como: intermediario, facilitador, contacto, nexo o incluso como el “amigo”.
Otros de los términos también muy usado, es el “lobby”, el cual es un anglicismo (que tiene por significado literal: sala, vestíbulo, antesala o tras bambalinas), cuya definición, consiste en “grupo de presión formado por personas con capacidad para presionar sobre un gobierno o una empresa, especialmente en lo relativo a las decisiones políticas y económicas” (Oxford languages dictionary), llegando a constituirse en un término hipócritamente purificador de la corrupción, a manera de hito fronterizo entre la legalidad y la ilicitud.
En la práctica, el crecimiento desmedido de esta actividad (lobby) empezó a tener repercusiones negativas: escándalos de corrupción, acusaciones de tráfico de influencias y funcionarios que respondían a los intereses de grandes corporaciones haciendo a un lado su verdadero objetivo: velar por el bien común. A causa de estos problemas, la gente comenzó a ver al lobbista con cierta sospecha, como un personaje oscuro y poco confiable, pues para “presionar” de forma más efectiva se transita por el chantaje, la corrupción, el engaño, la mentira, las medias verdades, la manipulación, las comisiones (cohechos o sobornos), la extorsión, el secuestro, entre otras habilidades deshonestas y delictivas.
La información es poder, y el poder sin control siempre es malo, peor aún, cuando ya no importa el mérito sino tan sólo ser un trepador (propio de la mediocridad), esto conlleva, lamentablemente a que la corrupción fluya en todos los niveles y ámbitos de la sociedad y de un Estado.
En ese sentido, lo que se debe buscar principalmente es la transparencia a estas prácticas de cabildeo, evitándose la competencia desleal.
Existen países donde han tratado de legalizar el lobby como una actividad profesional bajo la “etiqueta” de Ley de Gestión de Intereses, pero los resultados siguen siendo poco favorables, al extremo que los “Big Business” que sobrellevan grandes connotaciones sociales, están afectando tanto a la soberanía de los Estados como a las libertades individuales.
Si realmente deseamos “bienestar” no debemos “autojustificarnos” aduciendo supuesta “ingenuidad” o “desconocimiento de las cosas” pues a esta altura del partido (pleno Siglo XXI), no podemos creer que vivimos en un mundo donde todos seamos buenos, eso sería maravilloso, pero no es la realidad.
La realidad, es que también existe el mal camino, los atajos, plagados de falsedad y doblez, corrientemente disimulada con una presunta “genialidad” o “exitismo”, que para exculparse prefieren señalar como tóxicos o envidiosos a quienes narren la verdad; y, por ende, optan por sepultar al mensajero pues no les conviene escuchar el mensaje.
Si desde la perspectiva del pragmatismo no maniqueísta, donde no existen buenos ni malos sino puro intereses, resulta propicio que el pueblo, entendido como la sumatoria de individuos que salen en defensa y protección de la libertad y la búsqueda de una aproximación sincera del bienestar, al menos deberíamos para todos (ciudadanos, autoridades y servidores públicos) exigir a los gobiernos de turno: la transparencia, el auténtico control social en la lucha contra la corrupción, el respeto y las garantías efectivas a las libertades individuales y la no afectación a la soberanía.
Actualmente, la trillada fórmula aplicada en el mundo para conseguir los caprichos de los acaudalados corruptos es mediante los grupos de presión, los largos procesos legales y judiciales, la inatención provocada por el show mediático, el aprovechamiento de la ignorancia y de las necesidades extremas de las personas.
Es muy usual, que las personas cuya ética es muy distraída, minimicen estos temas; sin embargo, el consentir históricamente todas estas prácticas corruptas, dan por resultado, un final siempre aterrador para la humanidad, pues si aquellos (desde los más pequeños) simulan que transitan por lo formal estando en decadencia moral, imagínense qué se puede esperar de la delincuencia organizada, cuya mafia es altamente peligrosa para la seguridad, integridad y la vida de las personas en sociedad. Ellos (la mafia) no les interesa la gente sino legitimar sus propios ingresos económicos, y para ello, aparentarán que se preocupan de la gente (dándoles algo de seguridad privada y algunas migajas) pero en realidad las utilizará a sus propios designios devastadores, logrando a través de la corrupción influir en gobiernos disolutos y autoridades venales en cualquier país donde se encuentren ellos incrustados.
En otras palabras, si en lo poco (en lo personal, en lo individual, las microempresas, etc.) existe tolerancia y cabida a los actos de corrupción dando lugar a la corrupción generalizada; en lo mucho (las megas corporaciones corruptas y la delincuencia organizada, que manejan y mueven sumas astronómicas de dinero), acabarán socavando la institucionalidad, la libertad y la soberanía de los países, porque serán capaces de influir de forma directa y desvergonzada en la producción de leyes favorables a su propio provecho, como ser: 1) la obtención de privilegios, trato preferencial y diferenciado; 2) evasión impositiva; 3) la no regulación a su sector; 4) el ataque o abolición a la propiedad privada no sólo de bienes o recursos (mediante artificios como: el desorden y el colapso de determinados países por endeudamiento para condicionar conductas a través de préstamos o créditos, teniendo como moneda de cambio la aprobación de proyectos legales atentatorios a los derechos humanos; los acuerdos internacionales como el de Escazú, la implementación del comisariato, mayor expansión del colectivismo – que considera al individuo como una circunstancia y no como un actor principal con dignidad-, entre otras medidas globalistas) sino también de los datos y la información personal de cada individuo de este mundo, para lucrar con ellos bajo su libre comercialización; 4) entre otros alcances dañinos más.
Estos grandes intereses perniciosos, para lograr todo lo antes mencionado pueden valerse de: a) los grupos de presión; b) del experimento humano; c) de la manipulación mundial de las mentes humanas bajo el uso desenfrenado de los algoritmos, incidiendo en los negocios, en la especulación, en el entretenimiento y la distracción encaminada a la connivencia social, el despiste y la falta de alerta en el cuidado de sus derechos; d) el direccionamiento de la intriga mediática; e incluso, e) gravitar intrépidamente en las elecciones políticas en países más vulnerables, sin descartarse lógicamente la posibilidad de conseguir la instauración de gobiernos tiranos y estatismo atroz que respondan a sus propios intereses avarientos de placer y poder.
Todo lo explicado anteriormente, no es ninguna novedad para la humanidad, pues sólo existe una sofisticación a este iterativo histórico de codicia, poder y placer. De allí que, Thomas Jefferson con bastante acierto y claridad, hace muchos siglos atrás, afirmó: la “eterna vigilancia es el precio de la libertad”; y, como personas de bien (cuyo legado, es, ser verídicos testimonios de vida), debemos estar siempre prestos a dicha vigilancia sin fingimiento ni cobardía.
No olvidemos, progreso y prosperidad no consiste únicamente en ostentación colosal de dinero, por cuanto, no se trata de crecer a cualquier precio sino de crecer con integridad porque si todos somos falsos nuestra propia hipocresía finalmente nos destruirá.