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Cuando los hombres de Heliodoro Camacho decidieron dar batalla, en la Revolución Liberal de 1899, Bolivia atravesaba un momento en que debía decidirse si se mantenía en el horizonte de una monarquía feudal pese a su condición de República independiente bajo los preceptos liberales que proclamaba la clase dominante, o si se transformaba el país en una perspectiva democrática y liberal. Ellos impusieron su visión de la historia, les ganaron la guerra a los conservadores y gobernaron 20 años. No fue por cierto la democracia que profesaban, pero el país había superado una infinidad de resabios coloniales dejados por la larga dependencia al Reino de España.
Cuando los nacionalistas se lanzaron a las calles en 1952 y le arrancaron en una cruenta sublevación popular el gobierno a la oligarquía minero feudal en manos de los varones del estaño, Bolivia abandonó los espejismos feudales en que los potentados mineros y terratenientes la habían mantenido en beneficio propio. La Revolución instaló el país en el siglo XX, la modernidad y el capitalismo de avanzada.
Que tienen en común estos dos eventos que explican en gran parte la historia contemporánea de Bolivia: Uno, que ambos son momentos de inflexión histórica, ambos cambian irreversiblemente el destino de la nación. Dos, ambos suponen una superación dialéctica, con sus sombras y sus luces lograron que la historia nacional avanzara y que la sociedad boliviana cambiara para mejor. Tres, su ascenso al poder devino tras un doloroso parto histórico, una transición complicada, y en ambos casos sangrienta, y finalmente cuatro; ambos fueron la resultante de la descomposición progresiva del Estado y de sus preceptos ideológicos y prácticos.
Salvando las distancias propias de cada momento histórico, ambos procesos expresaban el desgaste total de sus postulados, ambos hicieron lo que se habían propuesto, cumplieron, unas veces bien otras mal, unas veces con éxito otras fracasaron, pero hicieron lo que tenían que hacer y entraron en un agudo proceso de descomposición política y social. Sus fundamentos ideológicos se agotaron, sus protagonistas pasaron de un discurso progresista a uno conservador, los actores se renovaron portando nuevas lecturas y propuestas renovadas.
Eso es lo que vivimos en este momento, una descomposición acelerada del modelo engendrado por el Nacionalismo Revolucionario que en su fase final adoptó un cariz indigenista con el MAS y Evo Morales. Experimentamos una transición del Estado del 52 a un Estado Ciudadano, del Poder Popular al Poder ciudadano, de la vigencia de los actores populares a la emergencia de los actores ciudadanos, de lo nacional-popular a lo democrático-ciudadano. No se trata por tanto que el MAS hizo crisis simplemente porque la ambición de Poder de su caudillo histórico no tiene límites, eso es cierto, pero es una consecuencia del agotamiento del proyecto masista, que no es más que el final del proyecto nacionalista revolucionario. La crisis del MAS expresa la crisis del Estado iniciado en 1952.
Tampoco se trata de que los partidos de oposición son una juntucha de incapaces, al contrario, son la expresión más clara de un momento de transición en la que su rol es encontrar el curso definitivo que tomará la historia después del Estado del 52, Habida cuenta de que son la expresión de los nuevos sujetos en el concierto de la democracia boliviana; la ciudadanía
Lo que vivimos no es un mal momento en la política nacional., repleta de malos momentos, es una crisis estatal que afectará todos los componentes y dimensiones de la realidad política, económica, social y cultural de Bolivia. Estamos en consecuencia, en un momento crucial en que la sociedad y los nuevos actores pretenden instalar una nueva forma de Estado, una nueva lectura de la realidad mejor incorporada en la modernidad, una nueva sociedad habilitada para asumir los desafíos del siglo XXI.