Opinión

Cuba, final de una utopía

Lupe Cajias

Periodista e historiadora

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Cuba está hecha añicos. No por culpa del perverso bloqueo de la administración estadounidense por 70 años, sino por responsabilidad de sus jerarcas que la gobiernan sin ser capaces de crear las condiciones para resolver las demandas básicas de la población.

La Revolución Cubana de 1959 despertó muchas simpatías porque presentaba a David enfrentando a Goliat, rodeada de leyendas heroicas y dignidad frente al gigante vecino. A ello se agregaba la atención a la niñez sin discriminación para garantizar su acceso a la salud, a la educación, al deporte y la cultura.

Sin embargo, el envío de agentes y soldados convertidos en guerrilleros significó una primera fractura porque sus acciones provocaban la muerte de compatriotas y aceleraban la violencia interna. Esa apuesta enfrentó resistencias en los propios movimientos revolucionarios como los Tupamaros en Uruguay y la fracción democrática de los sandinistas en Nicaragua.

Con la llegada de la democracia al Cono Sur y a Centroamérica se restablecieron las relaciones diplomáticas entre América Latina y Cuba, rotas por la presión de Washington en los años sesenta. Era de esperar una convivencia armónica con intercambios comerciales, culturales y de conocimiento o experiencias. Así fue una temporada, más aún después de la caída del Muro de Berlín en 1989.

Ello cambió desde la aparición del chavismo en Venezuela y su posterior influencia en el continente. Cuba se transformó de David en un régimen con ambiciones imperiales para controlar espacios de la seguridad interna, la propaganda y el discurso en varios países.

Evo Morales entregó a los cubanos y venezolanos la vigilancia de sus movimientos, sobre todo cuando acudía a hoteles o a centros de convenciones. Entregó la soberanía y los mandatos constitucionales de la Policía boliviana y de las Fuerzas Armadas bolivianas en manos extranjeras. Incluso dentro de Palacio de Gobierno y dentro de ministerios donde llegaba como capataz el embajador isleño.

Corría de boca en boca esa información que fue creando el ambiente de rechazo a los cubanos y a los venezolanos en Bolivia, a pesar de la simpatía anterior. Personalmente me resistí a esa ruptura hasta noviembre de 2019 cuando tuve evidencias de esa inferencia y, peor aún, del desprecio con el que se manifestaron diplomáticos cubanos contra los bolivianos por “desagradecidos”.

El entonces ministro de Economía Luis Arce Catacora nunca explicó cuánto, cómo, por qué se entregaba dinero a Cuba por la presencia de brigadas médicas en Bolivia. El sistema con rostro bueno -muchos médicos cubanos salvaban vidas bolivianas- escondía un cuadro pervertido llevándose dinero que podría servir para fortalecer hospitales locales, apoyado en un esquema de semi esclavitud, como bien lo detalla la jurista Gisela Derpic. En vez de trasladar tecnología y ayudar al gobierno masista a crear un sistema de salud universal, La Habana se quedó con recursos bolivianos. El escándalo de una funcionaria cubana con cantidad en efectivo en El Alto durante las protestas fue clara señal.

Mientras los jóvenes cubanos, sobre todo artistas, que ya no tragan el cuento de la malvada Schangó yanqui, comenzaron a demandar Pan y ¡Libertad! El Movimiento San Isidro es la chispa que encendió el polvorín de las protestas. A la vez es el rostro de la represión a chicos negros, pobres que pintan cuadros o que componen canciones. El régimen ha intentado denigrar en lo más profundo a sus líderes a través de una amplísima red de espías y paramilitares. Para su sorpresa, la respuesta ciudadana ha sido: “basta de dictadura”. Como en octubre de 2019 en Bolivia, la gente de a pie es la vanguardia en la búsqueda de las garantías democráticas. Así escribió José Martí: en los pueblos sojuzgados siempre va a quedar cierta cantidad de decoro.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Lupe Cajias

Periodista e historiadora

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