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La impresión de que el Gobierno de Arce Catacora representaría una versión diferente del masismo no parece ratificarse empíricamente, en realidad arcistas y evistas no son diferentes, ambos expresan las contradicciones internas de toda estructura política que debe afrontar desde el poder un país complejo en una coyuntura difícil, pero son lo mismo.
La diferencia tiene que ver más con la forma que con el contenido, Arce Catacora muestra una racionalidad política mejor articulada a esquemas menos viscerales, que fueron los que siempre pautaron el comportamiento político de Morales Ayma, pero en ambos el horizonte ideológico que los mueve es básicamente el mismo, de ahí que, cuando de evitar cualquier acción que eventualmente los perjudique como proyecto político (y no meramente como organización política) muestran una monolítica unidad; sin embargo, el avance hacia un socialismo del siglo XXI en el accionar de Arce es mucho más claro y definido que el que intentó Morales.
Arce Catacora implementa de a poco, pero de forma sistemática y racionalmente previsible, todas las transformaciones en la estructura jurídica e institucional que terminarían en esquemas de gobierno tipo Venezuela.
Ambos comparten una perspectiva política de lo que podríamos llamar la izquierda fallida a nivel global, Morales, sin embargo, incorpora componentes de orden cultural y mítico que Arce no puede hacerlo por su propia extracción social.
Este componente faltante en la perspectiva de Arce le facilita enormemente su accionar en la medida en que se ha posicionado en el horizonte de las doctrinas socialistas clásicas, en las que, los componentes raciales y étnicos no se consideran definitorios. Mientras Evo Morales imagina un socialismo de wiphalas y rasgos indígenas, Arce Catacora imagina uno centrado en lo que aprendió en sus años mozos como militante del Partido Socialista 1, es decir, sabe que las revoluciones al mejor estilo bolchevique se hacían en el escenario de las clases sociales y no de las etnias culturales.
Si tuviéramos que imaginar una próxima victoria de la fracción arcista en las elecciones de 2025, tendríamos que pensar un una Cuba o una Venezuela, y si lo haríamos imaginando a Evo Morales como el próximo mandatario, tendríamos que pensar en una Bolivia bajo los parámetros del mal concebido comunismo incásico; empero, como se trata de paradigmas que se agotaron con el siglo XX, ninguna de esas opciones representa una solución histórica de verdad, ambos devienen como experimentos a destiempo, inapropiados para el desarrollo de las fuerzas productivas de la nación y las profundas transformaciones en la estructura social que se han producido en las últimas décadas. Lo cierto es que todas estas diferencias son la mejor expresión de las contradicciones internas del MAS, pero están muy lejos de ser tendencias mutuamente excluyentes.
Seguramente en los próximos meses y eventualmente algunos años en el futuro, al interior de esa tienda política tendrán que comerse vivos los indigenistas, los socialistas clásicos y los revisionistas y probablemente algunas otras versiones generacionales, pero todas ellas saben que la única manera de existir como fuerza política y propuesta histórica es unidos, pues separados solo serían más de lo mismo.