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Ya perdí la cuenta de las veces que he escrito a ustedes, amigos (sustantivo plural que abarcaba hombres y mujeres antes del absurdo lenguaje PC), diciéndoles de que cuántas cosas hay por las que escribir y cómo es difícil decidir la importancia. Pues hoy vuelvo a decirlo porque estoy emberejenado (y no de amoríos, que hace tiempo salí de carretera).
Tenemos Venezuela —que duele el alma hermana—; está nuestro berenjenal (que también lo es) de elecciones judiciales, primarias, nacionales y para referéndums, sazonado con crisis y cobardía (iba a poner timorato pero sería muy mentiroso de mi parte); está Ucrania zurrando el orgullo y las guindillas putinescas; está Argentina, saliendo de su crisis —para penar de la casta y de sus detractores…Empezaré, amigos, con Venezuela.
Vamos para tres semanas que se realizaron las elecciones que ganó la oposición. Casi tres semanas que la oposición difundió las actas electorales de la inmensa mayoría de las mesas de votación para poder revisarlas y confrontar su indiscutible triunfo; y van tres semanas que el CNE servil (puesto por Maduro y el PSUV) lo único que ha presentado es un folder —una carpeta delgada— para que el sumiso TSJ (puesto por Maduro y el PSUV… ¿historia boliviana?) “analizara” las actas, en el colmo de la ridiculez.
Hay una troika “de izquierda” —dos de ellos se disputan el liderazgo “de la izquierda” latinoamericana— que ha tomado posiciones diferentes pero, en general, tratando de hacer menos grave la implosión del madurismo. Los tres —con otros 13 que se abstuvieron o no asistieron— trataron de impedir una fuerte resolución de la OEA el 32 de julio que instaba a publicación “inmediata” de actas resultados: el Brasil de Lula y la Colombia de Petro se abstuvieron (Bolivia, socio de Maduro, también se abstuvo porque tuvo el pudor de no votar solitario en contra) y el México de AMLO no apareció por la sesión; al final, aprobó este viernes 16 por consenso una resolución —no vinculante— que exige a las autoridades de Venezuela la publicación “de manera expedita” de las actas de las elecciones del pasado 28 de julio en ese país y que, en la realidad, es un canto a la bandera. Menos embozado sin duda es el pedido de la troika “de realizar nuevas elecciones” o un “gobierno de coalición”: Como María Corina Machado, entiendo que el único beneficiado de las “nuevas elecciones” —que el senecto Biden dijo apoyar y sus funcionarios de la Casa Blanca tuvieron que correr a desmentir “porque no oyó bien”— sería para que el madurismo pudiera prepararse para entonces sí hacer un fraude monumental y, en el medio, aplastar a la oposición coaligada; de un “gobierno de coalición”, ¿quiénes estarían del madurismo: Cabello, Maduro… o resucitarían a El Aissami?, ¿qué ente supranacional lo facilitaría?, y, sobre todo, ¿qué fin tendría: “transicionar” hasta el 10 de enero o sería una forma de prorrogar el madurismo? Falta solidaridad, mucha solidaridad para que se libere Venezuela de la rosca madurista y hace falta la unión firme de las oposiciones y de los que fueron chavistas de inicios y se desencantaron después del proceso.
De nuestro pool electoral, pareciera que el Senado ya dio el golpe de gracia a las primarias (para retortijón del ex), de las judiciales pareciera (si no hay más inconvenientes en la definición de candidatos seleccionados) que las tendremos en diciembre; del referéndum cada vez se nota más la piel de zorro cubierta de alpaca (¿o fue cordero?) y su manipulación electoral e inutilidad (tanta inutilidad como el gabinete social, tan corporativo e inútil como el referéndum o las reuniones con empresarios para decir “sí” y hacer “no”). Quedan las elecciones nacionales, con la coyunda de que podría no haber redistribución de escaños (algún opinador interesado ya mencionó “que no era necesario”) y con el mismo padrón sin revisión. Vientos negros se avecinan por casa… y no es sólo economía.
De Ucrania, asombroso cambio de escenario, moviendo la guerra al interior de Rusia, demostrando que el poder putinesco no es tan fuerte —tras una semana, siguen avanzando y el oso demuestra que es muy lento para reaccionar— ni tan perspicaz para predecirlo y, además, rebajando de yapa la presión sobre el frente dentro de Ucrania. ¿Qué pasará la semana próxima? Lo seguro es que —una vez más en esta guerra—, amén de los discursos oficiales del Kremlin, la maquinaria militar rusa no es nada eficiente (Prigozhin lo demostró ya, si la misma duración de la guerra no fuera tan fehaciente muestra de ello) ni tan potente más que con sus ojivas nucleares: una sonora trompetilla para Putin.
De cierre, Argentina. Aunque sé que recordar lo que sigue provocará un episodio de bruxismo en amigos y conocidos —de prepa, me disculpo de molestar a los amigos—, pero la verdad contrastable es que la inflación en Argentina bajó al mínimo de dos años (el gobierno actual tiene ocho meses); el déficit fiscal pasó a superávit (un cepo a la economía permanente desde comienzos de los 2000); se redujo el Estado clientelar; se están sincerando los costos de los servicios; se redujo la hipertrofia de la masa monetaria (que, a la media, provoca más pobreza y desvaloriza el poder adquisitivo); las reservas del Banco Central dejaron la franja roja permanente y, además, Argentina se ha vuelto un país cumplidor de compromisos y de interés para la inversión. Sí, la pobreza hoy en Argentina es del 50,5 % (Universidad Di Tella) —un aumento desde el 41,7 % que el INDEC dio para 2023—, entendible con toda la “terapia de choque” anunciada por Milei desde antes de las PASO y que hoy, a pesar de la falta —aún— de más empleo de calidad y la carestía, la imagen del Presidente se mantiene positiva (en la encuesta de Opina Argentina publicada el jueves 15 en El Cronista, medio nada pecador de oficialista y vapuleado por el gobierno con la general quita de la publicidad gubernamental, la imagen positiva sigue siendo del 52 %), que el sociólogo y antropólogo Pablo Semán (estudioso de la receptividad de los discursos liberal-libertarios entre los sectores populares, sobre todo juveniles) lo explica porque, de un lado, «La popularidad de Milei se mantiene por el espanto que causa la oposición» y, por otro, en «una Argentina sin futuro para millones de jóvenes», cuya insatisfacción con la sociedad anterior fue «gestando la transformación ideológica de los jóvenes, cuyo voto tuvo un peso decisivo en [su] fulgurante ascenso, además que Milei habló claro de qué se proponía hacer desde que inició su campaña».
Resumiendo: en Bolivia mirémonos en Venezuela y Argentina; aprendamos y precavamos.