De Panamá a Groenlandia: ¿en qué repercute la ambición de Trump?
Difícilmente la nueva “doctrina Trump” alcanzará todos sus objetivos declarados, pero configura un imaginario con profundas implicaciones. ¿Qué consecuencias acarrea para América Latina?
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Por Miguel Ángel Martínez Meucci1
Donald Trump, recién juramentado por segunda oportunidad como presidente de los Estados Unidos, nunca deja indiferente a la opinión pública. Sus nuevos objetivos de política exterior, revelados en declaraciones previas a la asunción del cargo, generan una intensa polémica.
La idea de incorporar a Canadá a la Unión estadounidense; el proyecto de independencia total de Groenlandia con respecto a Dinamarca para propiciar también su incorporación a EEUU; la recuperación del control del Canal de Panamá; la iniciativa para rebautizar al Golfo de México como “Golfo de América”. Estos son los principales aspectos de esta visión geopolítica que levantan una gran indignación internacional.
El semanario británico The Economist ha calificado este conjunto de señalamientos como la “Doctrina Trump”. Concluyen que “la nueva doctrina consiste en exigir sumisión” [The new doctrine is one of demanding deference]. ¿Qué hay detrás de esta osadía? ¿Hasta qué punto debe ser tomada en serio? Y ¿cuáles son sus repercusiones para América Latina?
Control directo de Norteamérica
La visión geopolítica de la segunda administración Trump, a juzgar por sus recientes declaraciones, parece estar concentrada en la voluntad de ampliar y profundizar el control geoestratégico directo sobre Norteamérica y sus mares adyacentes. Incluso mediante la ampliación política y territorial de la Unión estadounidense.
La justificación de esta proyección hunde sus raíces en las desavenencias y rivalidades que siguen creciendo entre las grandes potencias. Por un lado Rusia, bajo el férreo control de Vladimir Putin, ha demostrado que su disposición a defender y ampliar su control territorial por medios bélicos. Sin embargo, es sobre todo la progresiva expansión de la China de Xi Jinping y su control de las principales rutas del comercio marítimo lo que parece preocupar más a Trump.
Con el progresivo deshielo del casquete ártico, la vía marítima que va desde el Mar del Norte hasta China, pasando por Islandia, Groenlandia, Canadá y el estrecho de Bering, cobra un valor geoestratégico cada vez mayor. De igual modo, la creciente influencia que China ejerce en América Latina se ve reflejada, entre otras cosas, en las ventajas que viene obteniendo en el Canal de Panamá. Así como en la exportación de precursores químicos para la producción de fentanilo en México.
La idea de incorporar a Canadá y Groenlandia resulta muy chocante tras un siglo de promoción del multilateralismo democrático por parte de EEUU. Sin embargo, tales ampliaciones están en el código genético de la Unión estadounidense, conformada a partir de sucesivas incorporaciones (anexiones). Aunque Canadá y Groenlandia jamás lleguen a entrar en la Unión, las declaraciones de Trump configuran un polémico imaginario neorooseveltiano. Esto contribuye a maximizar sus objetivos de política exterior y anclar sus preferencias primordiales en futuras negociaciones.
¿Adiós OTAN?
En la práctica, ese control geoestratégico de Norteamérica se ejerce desde hace décadas por otros medios. Tras la Segunda Guerra Mundial, con la derrota del nazismo y la expansión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), EEUU edificó su hegemonía global a partir de la promoción internacional de la democracia liberal y la defensa —hasta donde fuera posible— de mecanismos cooperativos y multilaterales.
En materia de seguridad, esa visión cobró forma en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Ésta le garantizó a Washington el control total del espacio atlántico, bajo la premisa de que Europa Occidental era vital para impedir la hegemonía soviética en Eurasia. La OTAN, como se dijo en su momento, nació para “mantener a los estadounidenses adentro, a los rusos afuera y a los alemanes abajo”.
Sin embargo, el panorama general cambió desde entonces. La URSS desapareció y Rusia perdió el control de inmensos territorios. La Europa de postguerra se levantó sobres sus ruinas y evolucionó hacia una Unión considerablemente próspera. Según Trump y otros estadounidenses críticos, los europeos llevan demasiados años disfrutando de una seguridad subsidiada por Washington. Y mientras tanto, China se ha convertido en el principal rival de EEUU.
Independientemente de lo que pase con Canadá y Groenlandia, con sus propuestas de ampliación de la Unión estadounidense Trump refuerza el crudo mensaje que desde hace años viene enviando a Europa: la OTAN es cara e inútil para EEUU. En el nuevo contexto internacional, la seguridad de Europa no es imprescindible para la seguridad de Norteamérica.
Repercusiones para América Latina
Es evidente que las palabras de Trump sólo pueden alienar aún más la relación de amor y odio que América Latina mantiene con EEUU. Las primeras protestas diplomáticas estallaron en Panamá y México, directamente afectados por la “doctrina Trump”. Mientras el presidente José Raúl Mulino ha reafirmado la soberanía panameña sobre el canal, Claudia Sheinbaum ha contraatacado con un mapa antiguo en el que Norteamérica aparece designada como “América Mexicana”.
La nueva doctrina parece perfectamente alineada con los postulados aislacionistas del movimiento MAGA (Make America Great Again). De todos modos, las nuevas designaciones otorgan gran influencia en materia de política exterior a otros sectores del Partido Republicano.
La elección del cubano-americano Marco Rubio como secretario de Estado —primer hispano en ocupar el cargo— podría interpretarse, quizás, como un guiño hacia Iberoamérica. O, en todo caso, como una oportunidad para que Trump mantenga una relación más sana con dicha región. Rubio, además, genera cierto alivio en Europa porque nunca se ha mostrado anti-OTAN. Más bien ha demostrado siempre su preocupación con respecto a la Rusia de Putin.
Hay quien asegura que la influencia de Rubio será tenue y breve, dada la preferencia de Trump por los back channels y las salidas intempestivas. Pero dado el perfil pragmático y transaccional que el presidente suele adoptar en la arena internacional, quizás lo que éste pretende es apretar muy duro en cada asunto para luego forzar la obtención de acuerdos favorables. Aplicado por la primera potencia mundial, el mecanismo podría garantizar resultados inmediatos. Sin embargo, con el tiempo se verá si perjudica la construcción de relaciones confiables y sólidas a largo plazo.