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Estamos, todavía, a mucho de que comience la carrera por la presidencia en Bolivia allá por el 2025. Falta mucho por caminar, tanto para las internas de cada partido, como para resolver las candidaturas oficiales, de acuerdo con los estatutos político-partidarios de cada agrupación política. Pero no por ello, se debería dejar para el último, una necesidad electoral, con miras a la transparencia, al intercambio de información, al voto informado y que se construya democracia a través de los debates presidenciales – ya que no necesariamente debería ser uno sólo -, mediante una ley.
En Argentina, ya se realizó el primer debate presidencial – de tres que se pueden dar si se llega a un ballotage – en la Universidad Nacional de Santiago del Estero, Argentina. Los candidatos se encaramaron en una dura pelea y los argentinos asistieron expectantes a este primer encontronazo entre Javier Milei (llamado el libertario), Patricia Bullrich (de Juntos por el Cambio) y Sergio Massa (actual ministro de economía por el peronismo y kirchnerismo). A parte de dos candidatos de relleno: Juan Schiaretti (Hacemos por Nuestro País) y Myriam Bregman (Frente de Izquierda).
Más allá de la intensidad de la lid, los argentinos reforzaron sus inclinaciones, sobre la agenda electoral que mejor les “sonó” en la cabeza. Se habla de una dolarización agresiva y del cierre del banco central de Argentina. De una reducción agresiva de impuestos. De la eliminación de la “casta” política. Del continuismo kirchnerista, frente a un dólar que ya es inalcanzable e insostenible para la familia argenta que cada día ve cómo su dinero se diluye entre sus dedos y no el alcanza ni siquiera ya para llegar a la quincena del mes. Ni hablar de fin de mes.
Fue una oportunidad histórica que en un mismo encuentro y en un mismo lugar, expusieron sus ideas programáticas e intercambiarán opiniones los cinco candidatos a ocupar la primera magistratura a partir de diciembre próximo.
Chile es otro país que estimula el debate presidencial, mediante una ley, porque sabe que se juega mucho en las elecciones y la mejor manera de conducir un proceso eleccionario es, precisamente, empujar decididamente el intercambio de ideas, de propuestas y, sobre todo, de promesas electorales.
Ningún acto de campaña, spot publicitario ni posteo en redes sociales reemplaza el juego de opiniones en un abierto intercambio de ideas. Ninguno. Nada hay más productivo que este encontronazo de candidatos. De lucha de fuerzas. De credibilidades. De firmezas o debilidades. Un debate es, de lejos, el mejor acto democrático que puede haber.
Las propuestas y los cruces entre los candidatos permiten al electorado observar de primera mano y en directo qué proyectos defienden, con qué herramientas dicen que cuentan para llevarlos a cabo, cómo se posicionan frente a sus rivales, qué nivel de profundidad tienen sus argumentos y cuán tolerantes resultan frente a la diversidad de opiniones.
Esta inclusión de obligatoriedad en Bolivia debería ampliarse, incluso, a todo tipo de elecciones: presidenciales, de gobernación, de alcaldes, de concejales, de asambleístas. Es una deuda política que debe ser pagada al electorado por parte del candidato. Por esa delicada razón, entre otras muchas de igual peso, el votante merece conocer en un ruedo a los postulantes, saber qué piensan y cómo se aprestan a ejecutar los recursos de la comuna, que no son más que los dineros de los propios contribuyentes, para destinar a áreas tan sensibles como la salud, la educación y la seguridad.
La lógica es simple, pero poderosa: Cuanto más informados estemos los ciudadanos, más adecuadas podrán ser las decisiones de elección. Los debates democráticos enriquecen y fortalecen las instituciones.
En estas épocas de incertidumbre, de ataques e insultos constantes entre masistas y evistas y entre políticos de oposición; de gravísimos padecimientos socioeconómicos, de corrupción generalizada, de un profundo descreimiento en la política; del hartazgo de eslóganes vacíos, de declaraciones fuera de tono y hasta de improperios y gritos destemplados de quienes pretenden manejar los destinos del país, sin duda alguna, la ciudadanía necesita más que nunca conocer y ver cómo interactúan los candidatos, cómo reaccionan ante el imprevisto y de vere sus reacciones cuando los libretos preparados en forma marketinera, terminan haciendo aguas.
Es tan poderoso el debate que aquellos candidatos o políticos que no tienen la capacidad de defender sus ideas y propuestas – ya sea por su marcado desinterés por la democracia o por su mirada demagógica y autoritaria -, y renuncian a su participación debería ser una señal poderosa hacia el electorado para ubicar a ese candidato como uno de los peores, no sólo por renunciar al debate público, sino por denostarlo y agredir cualquier escenario de diálogo abierto ante la sociedad en su conjunto.
Por estas y muchas otras razones, los debates presidenciales y de cualquier candidatura, deberían ser obligatorios, porque es mucho lo que nos jugamos los bolivianos en las próximas elecciones. Y si ya sabemos que un candidato a la presidencia está siendo “obligado” a presentarse en los próximos comicios, sería bueno, entonces, también obligarlo por ley a debatir. A ver si se anima, o una vez más, violará la norma y dejará que su séquito de abogadillos lo resuelvan.