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Si hay enfermedades que afectan el pensamiento crítico en las sociedades latinoamericanas, esas son –sin lugar a dudas– el fanatismo y su consecuencia sistemática: la polarización. Entre la extrema derecha y la extrema izquierda, entre el comunismo y el conservadurismo (aunque algunos prefieran, falsamente, llamarse liberales), no existe ninguna opción. Nos acostumbramos a pensar en casillas dogmáticas, estáticas y anticuadas, cuya mayor deficiencia es su incapacidad de comprender la realidad como es: un proceso en constante cambio, flexible y heterogéneo.
Quien osara compartir una sola postura con Luis Arce, es socialista. Quien criticara su proceder, es de ultraderecha. Quien pronunciara su desagrado por Bolsonaro, avala la corrupción de Lula; y quien criticara a Lula, está de acuerdo con las barbaridades que expresa, con placer, Bolsonaro. Quien augurara éxito para Boric y Petro, está de acuerdo con la dictadura venezolana; quien los mirara con rezago, está conforme con las injusticias sociales en sus países. Y así continúan un sinfín de torpezas dogmáticas en este nuestro hermoso suelo latinoamericano.
Si algo nos han enseñado las aventuras democráticas de aquellas sociedades que han logrado alcanzar una institucionalidad fuerte y, al mismo tiempo, gran solidez en términos de libertad y justicia a nivel económico y social, es que la búsqueda de consensos entre los disensos es el factor primordial de la construcción de un país. Las sociedades, que se enfocan en sus diferencias internas, se quedan atrás. Aquellas, que reconocen sus diferencias, las toman en consideración y buscan negociar soluciones, respetando los intereses y necesidades propios y ajenos, logran mayor bienestar.
Los países escandinavos son, desde hace décadas, el mejor ejemplo de que la libertad económica y la justicia social no son antagónicas. Esto no significa que estén exentos de problemas; sin embargo, las diferencias ideológicas internas son más fáciles de solucionar cuando las sociedades gozan de cierto nivel de bienestar, el cual está directamente relacionado, según diversos estudios sociológicos, con los niveles de libertad y de justicia que perciben y experimentan sus individuos y colectivos.
Por lo tanto, es necesario tener mucho cuidado con los dogmáticos que rondan por ahí. Pues de pensamiento crítico, sobre todo lo que concierne a la auto-crítica, les queda muy poco. El desarrollo no está en un modo de vida específico, sino en los acuerdos democráticos entre actores dispuestos a llevarlos adelante por el bien mayor de la sociedad y de los individuos. En la política como en la vida, quien crea ser el dueño de la última verdad, es el primer y más grande equivocado.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo