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Siempre evité el consumo del influencer marxista Diego Ruzzarin. No tanto por ser antiliberal y declarado comunista. Sino más que todo por sus podcasts con Maduro y Correa. Hay límites.

Sin embargo, hace unos días el vértigo tiktokero me puso delante al mismo Ruzzarin hablando de su conversión de empleado corporativo a influencer comunista. Me dio curiosidad ese su corporate background. Y no es porque no haya socialistas en el mundo corporativo, que los hay, lo sé. A lo largo de mi carrera me topé con un par. Pero son casos más bien raros, excéntricos. La excepción y no la regla. Porque en general los zurdos, o son parásitos estatales, o son aspirantes a parásitos estatales. No es ese el caso de Ruzzarin, que trabajó en una gran corporación gringa (la misma en la que en otro tiempo trabajé yo, vaya coincidencia), y que, mal que mal, hoy es un exitoso creador de contenido. Lo que quiere decir entonces que Ruzzarin no es un parásito, sino que es capaz de crear, que entiende cómo funciona el mundo.
Profundicé en Youtube. Más sorpresas. Esta vez en forma de creencias comunes. Una de ellas, la convicción de que la mirada que tenemos del mundo (que solemos creer original y libremente elegida) es más bien determinada. Depende de realidades materiales como el ingreso que tenemos, que tan cómodos nos sentimos con nuestro cuerpo, que posición ocupamos en la sociedad, o con cuánto amor o falta de él nos hayamos criado, entre otras varias. Es decir, el mismo y rancio axioma marxista ampliado y adaptado al siglo XXI (el ser social determina la conciencia). Comparto esa convicción materialista con Ruzzarin.
Pero lo que más llamó mi atención fue el detonante del cambio en Ruzzarin. Su conversión hacia el anticapitalismo. Que empezó cuando nació su primer hijo, diagnosticado con una enfermedad rara dentro del espectro autista ¿Qué podía ofrecerle el capitalismo, duro, competitivo y darwinista, a un niño con autismo?
Entender que su hijo no tendría nunca un buen lugar en la sociedad capitalista, que mide a la gente por su utilidad, que valora a las personas por su capacidad de producir, disparó en Ruzzarin un proceso de despertar hacia la sensibilidad y la justicia. Dejó el mundo corporativo y asumió el apostolado comunista.
Se supone que en la sociedad de libre mercado dominan los más aptos, los emprendedores, los industriosos. Quienes tienen más talento terminan siendo más prósperos. Una sociedad así es gobernada por los más capaces. Es decir; por una élite meritocrática. Para la izquierda, una sociedad así no es algo a lo que deba aspirarse, por injusta, porque promueve la desigualdad. Porque una mayoría, suerte de neoproletariado, es relegada a la estrechez económica, a la periferia y la invisibilidad. Es una sociedad para algunos, no para todos. Ruzzarin, por supuesto, comparte esa mirada de izquierda e invalida la otra. Dice que en la sociedad de libre mercado no hay tal mérito sino privilegios estructurales: que el que nace pobre muere pobre, y el que nace rico muere rico.
La sociedad capitalista se le hace a Ruzzarin una maquinaria injusta y explotadora, donde, además, se instalan narrativas para que el pobre defienda el sistema que lo somete y denigra. Ruzzarin, y los ruzzarines del mundo, aspiran a una sociedad justa, horizontal, donde nadie someta a nadie y donde nadie sea explotado por nadie. Donde la dignidad del ser humano sea respetada y el sustento esté garantizado. Es decir, una sociedad-Jardín del Edén que no ha existido ni existirá nunca.
No está mal aspirar a algo mejor. Lo que está mal es exacerbar los defectos de la sociedad en que se vive mientras se promueve la idealización de sociedades peores en las que no se vive.
El problema no es la desigualdad sino la pobreza. Y de última, la desigualdad que se da en la sociedad capitalista es mucho mejor que la servidumbre y miseria que se imponen parejas en el socialismo. Pero suponiendo por un momento que la igualdad fuese un ideal deseable (que no lo es) lo que Ruzzarin calla es que, en sociedades anticapitalistas como Cuba y Venezuela, o Rusia, a pesar de haber sumido a la mayor parte de la sociedad en la miseria, tampoco hay la preciada igualdad. No son iguales en Cuba los miembros de la corte castrista que la ciudadanía. No son iguales los enchufados al régimen de Maduro en Venezuela que el resto de la población. Como tampoco son iguales los amigos espías de Putin en Rusia que los demás.
Oportunidades, sí. Ascenso social, sí. Pero igualdad, no. La igualdad es un ideal perverso que pretende reducir a todos a un solo formato, mutilando las diferencias e impidiendo a un número grande de personas ser ellas mismas. Igualar a todos es imposible; siempre habrá gente emprendedora y gente floja, gente más inteligente que otra, más atractiva que otra. Igualar a todos no solo que es imposible de lograr, sino que ni siquiera es deseable. La pretensión de igualdad es el disfraz que usa la envidia y resentimiento.
Dejé aparte a China a propósito porque no puede decirse que sea anticapitalista. “Nueva formación socioeconómica con orientación socialista basada en un metamodo de producción” es el rebuscado nombre que le gusta a Ruzzarin para referirse a China. A la que considera una especie de paraíso futurístico comunista. Todo eso por no decir simplemente modelo híbrido, para resumir que es un totalitarismo que ha usado las fuerzas del mercado para sacar a gente de la pobreza, y tecnología para controlar y someter a su población usando viejos y nuevos métodos comunistas.
El tecnoautoritarismo chino no es algo que muchos quieran realmente para su vida. No es un modelo a seguir. Es verdad, China sacó a millones de la pobreza gracias al modelo híbrido de Deng Xiaoping implementado desde 1981, donde la dictadura comunista permite la inversión privada occidental, con derecho a esclavizar a los chinos. Y gracias también a la prohibición de que existan sindicatos. Pero China no crea, copia. Las empresas aliadas al estado están subordinadas al PCC; espían a occidente. Por eso Huawei es considerada en USA una amenaza a la seguridad nacional y sus actividades son restringidas y limitadas.
En China no se puede protestar sin riesgo de perder la vida. Googleen “Tiananmen 1989”. Ni siquiera un emprendedor digital tan exitoso como Jack Ma, fundador de Ali Baba, puede criticar la sobreregulación estatal del modelo y salir indemne. Jack Ma lo hizo en 2020 y pagó las consecuencias (vetaron el IPO de Ant Group, lo obligaron a pagar una multa de 2.8 billones de USD, le quitaron el control de Ali Baba y lo desaparecieron por un tiempo).
Además, China ya ni siquiera es un modelo económicamente exitoso. Para China los próximos 30 años no serán como los últimos 30 años. El buenismo occidental empieza a despertar, el mundo se desglobaliza. Y China decae. La pérdida de confianza por el origen, manejo y consecuencias de la pandemia Covid-19, y el consecuente desaceleramiento económico chino, están haciendo que las empresas extranjeras abandonen China. Esa tendencia tiene incluso un nombre en el mundo corporativo de hoy: Decoupling China. Que no es otra cosa que la búsqueda por reducir la dependencia de China.
Como otros propagandistas totalitarios, Ruzzarin promueve la destrucción de la sociedad occidental desde adentro. Para ello usa varios trucos. Aplica, por ejemplo, su crítica implacable sobre las sociedades occidentalizadas, pero nunca sobre las comunistas. Su indignación responde a estímulos estratégicamente seleccionados. Considera la igualdad como un valor superior a la libertad. Contrasta los peores resultados de un lado con las bellas intenciones del otro. O compara, por ejemplo, mañosa y fragmentariamente, la gentrificación en La Condesa en CDMX con el tren chino de levitación magnética que viaja a más de 600 km por hora. Apunta su rayo de pensamiento-crítico sobre las sociedades occidentalizadas, pero extiende un manto de piedad, silencio y empatía sobre las tiranías china y rusa, o venezolana, cubana y nicaragüense.
Ruzzarin vive en San Pedro Garza García, Nuevo León. El municipio más rico de uno de los estados más ricos de México. No en Cuba ni en Venezuela. Tampoco en Nicaragua. Lugares todos ellos en donde millones de adultos perfectamente funcionales no tienen ningún futuro, razón por la cual se ven obligados a emigrar.
¿Podría haber un influencer hipercrítico con el fracasado modelo comunista viviendo y haciendo streaming desde Cuba, Venezuela o Nicaragua? ¿Podría haberlo en Rusia o China? Por supuesto que no. Las condiciones técnicas necesarias no están al alcance de la población en algunos de esos países. Y si se diera modos, le harían la vida imposible. O lo encarcelarían. O directamente lo matarían.
Para casi todo el mundo es obvio que, con todos sus defectos, vivir en una sociedad occidentalizada es mucho mejor que vivir en Cuba, Venezuela o Nicaragua, donde no hay grandes desigualdades porque todos fueron sumidos en la servidumbre y en la miseria. O en Rusia o en China, donde todo va bien hasta que se incomoda al poder totalitario y entonces se va a la cárcel o se cae de un edificio. Es claro que, teniendo la posibilidad de elegir entre trabajar para una empresa norteamericana o una china, la inmensa mayoría elegiría trabajar para una empresa norteamericana. Esto, que es evidente para una persona común y corriente, no lo es para algunos intelectuales. Lo que me recuerda esa frase que se le atribuye a Orwell, que dice que hay cosas tan absurdas que solo un intelectual podría creer.
Absurdos que solo un intelectual podría creer. Absurdos que un operador de tiranías quiere hacer creer.
¿Qué pensará íntimamente un operador de modernas tiranías qué podrían ofrecerle sociedades como Cuba, Venezuela o Nicaragua, a un niño con autismo cuyos padres no pertenezcan a la élite comunista?