Diálogo o destrucción
En la mayoría de los países latinoamericanos, el fanatismo está provocando el colapso de la democracia. Casi siempre, los presidentes elegidos cuentan con bloques parlamentarios minúsculos. Algunos personajes dicen que los presidentes no deben dialogar con los bloques más importantes de la Cámara y los empujan a buscar la mayoría comprando mercenarios o grupos minúsculos que venden sus posiciones. No se hace lo que dice el sentido común: lograr acuerdos de gobernabilidad con los grandes bloques, que normalmente son menos voraces y más estables.
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*Artículo de opinión originalmente publicado en www.perfil.com el 18 de noviembre del año 2023.
Es más difícil negociar con fuerzas políticas importantes, que tienen puntos de vista elaborados, y lograr acuerdos, pero es peor negociar con mercenarios que cambian de posición cuando es mejor la paga que reciben de otros.
En las elecciones intermedias de Colombia, Gustavo Petro sufrió una derrota contundente y ha colapsado su popularidad. No podrá concretar sus proyectos de cambio, es un pato herido destinado a chapotear sin rumbo, hasta que termine su período. Guillermo Lasso, en Ecuador, entregará el poder a un nuevo presidente que completará su mandato. Gobernó un poco más de dos años con el respaldo de 14 diputados de un Congreso unicameral de 135. Le sucede Daniel Noboa, que cuenta con el apoyo de un número similar de legisladores. Parece que logrará acuerdos con los grandes bloques del Parlamento, lo que le permitiría hacer un gobierno con menos ataques. En Perú, Pedro Castillo está preso después de gobernar apenas un año y medio. Apostó al todo o nada, hizo una rueda de prensa en la que derogó la Constitución, disolvió el Congreso, el Poder Judicial y otras instituciones. A continuación fue alojado en una comisaría. Boric rompe todos los récords de rechazo en Chile, empantanado en una discusión constitucional que habría sido interesante cuando vivía Andrés Bello, pero que aburre en la edad del celular.
Gane quien gane la segunda vuelta se viene un cambio, más ordenado o más caótico, pero inevitable
Otra amenaza para la democracia es el empate permanente entre fuerzas antagónicas, incapaces de dialogar. En Argentina hemos vivido décadas de enfrentamientos insalvables, que necesitamos superar. Tanto la grieta como el intento de uniformar a todos en una única ideología política son expresiones del autoritarismo. La democracia no funciona cuando los grupos que disputan el poder combaten a muerte, y tampoco negando las contradicciones de la sociedad para que alguien someta a los ciudadanos.
Quedan grupos maniqueos y líderes con delirios mesiánicos, que predican verdades únicas y eternas pero, incluso cuando tienen éxito, no son los de antes. Sus seguidores son tan fanáticos como volubles, se divierten con el histrionismo de sus mesías, pero no darían la vida por ellos, ni por sus ideas, que muchas veces ni conocen ni les importan. No tienen la relación que tenían los antiguos seguidores con sus líderes. Tiririca sacó un millón y medio de votos en San Pablo, pero su liderazgo no se parecía al del Che Guevara con los militantes de antaño. En la sociedad del espectáculo y el rechazo al establishment, la popularidad de líderes como Boric o Petro ha sido tan intensa como efímera.
En vísperas de las elecciones presidenciales argentinas, es imposible vaticinar cuál de los dos finalistas será el triunfador. Sin embargo, hay algo claro: gane quien gane la segunda vuelta, se viene un cambio, más ordenado o más caótico, pero inevitable.
Massa no podrá gobernar sin realizar las transformaciones que promete porque el modelo que implantó el kirchnerismo no ya es viable en el mundo en que vivimos, menos con las transformaciones de la tercera revolución industrial. Si gana Milei, el cambio radical que ofrece tiene pocas posibilidades de funcionar porque cuenta con la oposición de amplios sectores organizados de la sociedad.
Si quieren tener éxito, ambos están condenados al diálogo. Quienes creen que los problemas se resuelven formando una mayoría en el Congreso para aprobar un paquete de reformas y después resistir, deben revisar lo que pasó con Castillo en Perú. Jugar al todo o nada al iniciar el gobierno, lleva al caos.
Los países son algo más complejo que una empresa privada en la que el dueño decide lo que le viene en gana. En toda sociedad moderna existen corporaciones cuyo papel es defender intereses de los grupos a los que representan. No se pueden introducir cambios profundos en ninguna área sin dialogar con las instituciones que tienen que ver con esa área. Pensar que se puede reformar el régimen laboral argentino sin escuchar a los sindicatos más poderosos del continente es no conocer cómo funciona el país desde hace ochenta años. También habrá que escuchar a los empresarios y sobre todo a los emprendedores y líderes de los unicornios y empresas del futuro, que ya están vivas en el tejido social de nuestra sociedad.
Es un momento del país en el que el cambio es mucho más que un ordenamiento económico
Con la sociedad hiperconectada surgió otro actor, todavía más complejo, que quiere opinar en todo y puede incluso derribar a los gobiernos cuando no se lo toma en cuenta. La gobernabilidad se ha hecho más difícil porque, con la red, los ciudadanos lograron una enorme autonomía, no escuchan a los líderes, y cada vez tienen más recursos para organizar manifestaciones autoconvocadas, movilizaciones que rebasan a los liderazgos y a las organizaciones de todo tipo. El gran actor político actual es el hombre común.
Los algoritmos y las costumbres de la sociedad del celular nos han inducido a un fanatismo intenso, superficial y efímero. No se discuten ya las ideologías del siglo pasado. Los grupos que quieren implantar la dictadura del proletariado y una economía centralmente planificada son marginales. Ese modelo quebró, existe solo en Cuba y Corea del Norte. Hay millones de sobrevivientes de los experimentos socialistas, que dan la vida por ingresar a los países capitalistas. No existen miles de norteamericanos que quieran escapar del fracaso capitalista para ir a vivir a Cuba o de europeos que traten de instalarse en Libia, en donde la Revolución Verde terminó en el caos y la miseria.
Massa y Milei tienen concepciones semejantes de la sociedad. No representan alternativas tan distintas como las de Fidel Castro y Alfonsin. Desde que Milei se “civilizó”, parece candidato de un sector del PRO, perdió su originalidad. Pero aunque no hay diferencias de fondo, la campaña está plagada de actitudes intolerantes dedicadas a descalificar a los candidatos más que a discutir discrepancias programáticas.
Los Homo sapiens interiorizamos acuerdos que nos permiten convivir en lo que Desmond Morris llamó “el zoológico humano”. Cuando cincuenta mil personas se encuentran en un estadio no se agreden porque respetan normas no escritas: no muerden al que está a su lado, esperan su turno para comprar alimentos, etc. No pasaría lo mismo si reunimos en el mismo sitio a cincuenta mil chimpancés que se despedazarían a la falta de esas normas, propias de nuestra especie.
Hay también creencias que regulan las relaciones humanas en cada cultura. Cuando grupos de militares o religiosos controlan un país, imponen sus mitos, reprimiendo a los disidentes en nombre de alguna abstracción absoluta. A quien no acepta sus puntos de vista lo declaran traidor a la patria, o hereje y lo matan simbólica o realmente. Los autoritarios niegan la alteridad, atacan al distinto, se creen dueños de la verdad que han inventado.
Sergio Massa ha dicho que, si gana, organizará un gobierno de unidad nacional en el que tendrán lugar líderes de la oposición. El eventual ministro de Gobierno de Milei se ha expresado en el mismo sentido. Más allá de formar gobiernos abiertos, sería bueno que convoquen a la discusión de grandes acuerdos nacionales para que todos los sectores, conservando sus posiciones en el gobierno o en la oposición, puedan empujar para el mismo lado en temas que tienen que ver con el desarrollo del país a largo plazo.
Ha habido experiencias que pueden inspirar ese tipo de diálogo. Su prototipo son los Pactos de la Moncloa, suscritos por casi la totalidad de las organizaciones políticas y sociales en 1977, para fundar la democracia contemporánea española. Muerto Franco, vino una época turbulenta, hasta que el rey Juan Carlos nombró primer ministro a Adolfo Suárez pidiéndole que construya una democracia moderna, sin una ruptura total con el antiguo régimen. La mayoría de los españoles quería el cambio, pero para controlar una inflación que había llegado al 26% se necesitaba tomar medidas impopulares. Todos decían que se necesitaba ordenar la economía, pero los partidos hacían demagogia electoral, porque la mayoría de la gente rechaza siempre los ajustes. Tras muchas negociaciones firmaron el Pacto Adolfo Suárez, del franquismo moderado; Felipe González, del Partido Socialista; Santiago Carrillo, del Partido Comunista, el gobierno de España, asociaciones empresariales, organizaciones sindicales y sociales. El documento no fue el programa de gobierno de una alianza electoral, sino un acuerdo de todas las organizaciones representativas del país para poner las líneas generales de desarrollo de España.
Los Pactos de la Moncloa fueron posibles antes de que la internet cambie la mente de la gente. Los españoles se sentían representados por los dirigentes. Actualmente la mayoría de los occidentales está en contra de los partidos, de la política, de las organizaciones empresariales, de los sindicatos, no se sienten representados por nadie, ni quieren ser representados. Habría que impulsar el diálogo tomando en cuenta esta situación.
Venezuela estuvo gobernada por militares desde su fundación. La última dictadura formal, la de Marcos Pérez Jiménez, terminó en 1958. Los partidos civiles quisieron instaurar una democracia estable. Los líderes más importantes del país firmaron el Pacto de Punto Fijo que puso las bases para una democracia que durante años pareció un modelo. Por más de cuarenta años socialdemócratas (AD) y socialcristianos (COPEI) se alternaron en el poder. El pacto fue suscrito por líderes a los que los venezolanos reconocían un liderazgo. El 1999 el coronel Hugo Chávez ganó las elecciones e instauró un nuevo gobierno militar que dura hasta estos días.
En ese mismo año nació el Frente Nacional de Colombia, por un acuerdo entre liberales y conservadores que acabó con una historia de enfrentamientos militares entre liberales y conservadores. El acuerdo entregó todo el poder al bipartidismo y rigió hasta 1974, estableciendo que durante cuatro períodos presidenciales debía existir un gobierno de coalición, presidido por alguien elegido por los dos partidos, que repartiría equitativamente la burocracia y las curules parlamentarias. El acuerdo fue ratificado en un plebiscito por el 95% de los colombianos.
En Argentina el tránsito de una sociedad corporativista a una sociedad abierta es difícil, no se lo puede lograr solo con que los líderes de los partidos políticos y organizaciones sociales se pongan de acuerdo. No existen los dos o tres líderes que cuenten con el apoyo masivo de la gente que puedan aprobar que se produzca un ajuste radical sin que proteste nadie.
Los acuerdos actuales necesitan también la aprobación de la gente que está en la plaza de San Telmo, no solo de quienes habitan en palacios.
Al mismo tiempo que las elecciones han exacerbado las pasiones y han enfrentado de manera inédita a los argentinos, necesitamos más que nunca que el gobierno, presidido por quien sea, promueva acuerdos en un momento en que el cambio del país es mucho más profundo que un plan de ordenamiento económico.
Es indispensable que superemos taras del pasado. Para que exista una democracia garantizada, es necesario que exista un poder electoral independiente, y que tengamos una boleta única para votar como existe en todos los países latinos.
Hay muchas otras reformas indispensables, pero las desarrollaremos en otras notas.