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Sobre un barril de pólvora. Biografía de Hernán Siles Zuazo, de los autores Rafael Archondo e Isabel Siles Ormachea, es una obra escrita en el género de crónica histórica, intercalada con elementos de investigación y de ensayo político. El producto es un libro sustancioso y de lectura amena. Y especialmente útil para conocer de cerca la travesía política de un personaje singular y fascinante en varios aspectos. No hay duda de que Siles Suazo es una figura clave de dos procesos fundamentales de nuestra historia en el siglo XX: la Revolución Nacional de 1952, y 30 años después, la conquista de la democracia boliviana. El libro reconstruye acontecimientos relevantes de esos dos momentos. Y, al hacerlo, ofrece pautas sugerentes para repensar el pasado; y también, de alguna manera, para interpelarnos sobre nuestro atribulado presente.
Siles Suazo, el gobernante
De las muchas facetas de la biografía de Siles Suazo, sobre las cuales uno podría comentar, quiero enfocarme en una en particular: su faceta como gobernante, en sus dos presidencias; una y otra en circunstancias complejas, marcadas por desafíos parecidos, aunque, desde luego, rodeados de contextos políticos muy diferentes. Pienso, sobre todo, en la estabilización económica, uno de los retos más peliagudos que le tocó enfrentar como gobernante.
Y es que, en efecto, quizá porque parece haber sido un signo de su agitada trayectoria política: vivir, forjarse y ponerse a prueba en tiempos siempre convulsos y dramáticos; a menudo, “sobre un barril de pólvora”, como reza el título de la obra. Don Hernán, presidente, tuvo que vérselas con situaciones repetidas de grave crisis económica y social, con una inflación galopante, las cuentas públicas maltrechas, la producción en caída, la economía paralizada, el desempleo disparado, y continuos y virulentos conflictos sociales. Así fue la Bolivia que le tocó presidir, en 1956, y tres décadas más tarde, en 1982, al instalarse el primer gobierno de la era democrática. No obstante, las condiciones políticas e institucionales, entre una presidencia y otra, serían completamente distintas. Y quizá, por ello, también diferentes los resultados y desenlaces.
Resultados distintos
En su primer período (1956-1960), la presidencia de Siles tuvo a su favor el respaldo de su partido, el MNR, probablemente en su momento de mayor esplendor, ejercitando un poder prácticamente absoluto, sin fuerzas opositoras, que, por supuesto las hubo, pero que no llegaron a representar una amenaza significativa a la estabilidad de su gobierno y del proceso revolucionario. En ese escenario Siles demostró coraje, determinación y sagacidad política para aplicar un severo plan de ajuste y estabilización monetaria, y también de apertura a la inversión extranjera, particularmente en el campo de exploración petrolera. El éxito de ese programa -llamémoslo ortodoxo- sería crucial para contener la debacle inflacionaria que amenazaba con destruir la economía. Y crucial también para encauzar los cambios económicos y políticos de la Revolución de Abril.
Sí entonces, en su primera presidencia, Siles pudo encarrilar la economía y, con ello, el proceso político. Lamentablemente, en su segunda presidencia, la fortuna le sería esquiva. Al asumir el gobierno democrático, en octubre de 1982, Siles tuvo que hacer frente a una coyuntura económica delicada y singularmente desafiante, pero en condiciones de gobernabilidad muy diferentes, incluso adversas. Tal como describen los autores del libro, el gobierno de la UDP, sin el respaldo de una mayoría parlamentaria, se vio tempranamente atenazado por el acoso obstruccionista y sin tregua de los opositores MNR y ADN, en el Parlamento, y también por la movilización incesante en las calles y la presión radical de una dirigencia sindical impaciente y auto referenciada. Por si fuera poco, la alianza gobernante (la UDP) se consumiría en pugnas constantes, espoleadas por visiones y estrategias contrapuestas de sus principales integrantes (el MNRI, el MIR y el PCB). Diferencias y conflictos políticos que, desde el seno del gobierno, tuvieron el efecto de erosionar la autoridad, la capacidad y eficacia del equipo gobernante; desatándose una crisis de gobernabilidad de la que no supo reponerse.
El resultado fue un gobierno débil, inestable, fragmentado. Sin condiciones que le permitiesen aplicar un plan económico consistente y efectivo para revertir la crisis económica y social cada día más desbocada. En contraste con su primera presidencia, el Siles Suazo de la transición democrática mostró sus limitaciones para conducir un presidencialismo de coalición, que es el sistema de gobierno que le tocó dirigir, con una pluralidad de actores y centros poder. Es plausible que Siles se viera desprovisto del vigor necesario para sortear los obstáculos de una coyuntura endemoniadamente complicada: “Ya no soy el del 52”, reconocería él mismo, según un testimonio citado en el libro.
Y es que, en verdad, la Bolivia que irrumpía después de 18 años de regímenes autoritarios y populistas, era, sin duda, una Bolivia diferente del país de los años cincuenta. Y diferente, básicamente en un aspecto nodal. En la crisis inflacionaria incubada en los años finales del septenio banzerista, se manifestó un problema estructural: el desmoronamiento del capitalismo de Estado; es decir, el sistema económico nacido del 52, y que los sucesivos gobiernos militares no solo que preservaron, sino que incluso reforzaron. Las empresas estatales, con un rol dominante en la economía (sobre todo COMIBOL), se hallaban virtualmente quebradas, al punto tal de constituirse en uno de los factores causales del curso inflacionario de esos años.
Y eso no es todo. Paralelamente a la crisis del Estado empresario, tomaría vuelo una severa crisis política de 5 años consecutivos, con 3 elecciones truncas, golpes militares regresivos y varios presidentes interinos. Ese desgastante período político, de acentuada inestabilidad, tendría dos consecuencias relevantes. En primer lugar, el debilitamiento de la autoridad legítima del Estado para establecer un orden político democrático. Y, en segundo lugar, el deterioro de las capacidades técnico-administrativas para ejecutar políticas de gobierno y para atender y resolver las necesidades de una población con demandas innumerables y expectativas crecidas.
Hay que decir que el relanzamiento del proceso de la Revolución Nacional -un punto central del programa político de la UDP y de la estrategia del Entronque Histórico, elaborada por el MIR y consentida por Siles-, implicaba fortalecer el papel conductor del Estado en la economía, al mismo tiempo de empoderar a las clases populares y sus organizaciones representativas, principalmente los sindicatos obreros y campesinos. Sin embargo, dadas las restricciones severas de aquel escenario, la idea del relanzamiento de la Revolución Nacional se revelaba, quizá indefectiblemente, como un proyecto dudosamente viable. Diría, incluso, un intento voluntarista de revivir un proyecto estatal que carecía de viabilidad histórica y que, por tanto, devenía incompatible con el contexto de una economía en caída libre y crisis social rampante. E incompatible también con el objetivo primordial de establecer una democracia representativa, pluralista y constitucional, en sustitución del autoritarismo militar.
En suma, los hechos daban cuenta que, si bien la teoría del entronque histórico con la Revolución Nacional se demostró un planteamiento creativo y válido para articular el “rechazo nacional a la dictadura”, ya no lo fue tanto como programa de gobierno.
El último caudillo
Un hecho paradójico del proceso político boliviano es que el presidente Siles Suazo, en su última etapa política, se convertiría en el último caudillo del proceso de la Revolución Nacional, proceso que, para entonces, había entrado en una fase avanzada de agotamiento y que difícilmente podría ser revitalizado y proyectado al futuro, como lo creían los partidos de la UDP. De hecho, la hiperinflación y la fallida experiencia de gobierno de la UDP aceleraron la decadencia del estatismo económico y del sistema corporativo de poder.
La ironía del destino ha sido que sea Víctor Paz Estenssoro (el otro gran caudillo movimientista, y principal rival de Siles), quien inicie el desmontaje del capitalismo de Estado y quien lleve la economía nacional a un modelo de economía de mercado, aplicando un plan antiinflacionario de shock (el célebre 21060). También fue su gobierno el que tuvo que confrontar duramente a Lechín y al sindicalismo cobista, a fin de restaurar el orden constitucional e imponer la autoridad del Estado. Estas controvertidas acciones, nos gusten o no, cimentaron el camino de la consolidación democrática. ¡Quién lo diría! Fue Paz, y no a Siles, el que dio el paso de transgredir las políticas populistas heredadas de la Revolución de Abril, y así crear el marco político para una democracia institucional, que, en el lenguaje de la política boliviana, conocimos como la “democracia pactada”.
El legado de Siles Suazo
Pero las vicisitudes de su segundo gobierno no empañan ni ensombrecen el mérito de Siles Suazo de haberse puesto del lado de la lucha democrática. Lo hizo sin ambages, jugándose la vida, en más de una ocasión. La figura de Siles fue clave para la articulación de la coalición de fuerzas políticas, sociales y territoriales (la primera de ese género en la historia boliviana) que haría posible la derrota de la dictadura y de los sucesivos intentos prorroguistas. Siles fue importante para la convergencia de dos generaciones políticas: la generación del Chaco y la Revolución del 52, por una parte, y la generación de la democracia, por otra; esta última tendría un importante papel en la política nacional de los siguientes años; con luces y sombras, con aciertos y errores.
En retrospectiva se puede ver más nítidamente que el triunfo democrático (40 años atrás), no era un resultado inexorable de la evolución política del país. Quiero decir, que tal vez había otros desenlaces posibles. Por ejemplo, una eventual reunificación del MNR, lo cual, quien sabe, habría supuesto una vuelta a la hegemonía de un partido poderoso y, consiguientemente, la postergación del pluralismo político con alternancia de poder; por cierto, el único sistema donde puede florecer la democracia. Evitar ese desemboque, qué duda cabe, fue un logro de la UDP y particularmente de la cuña que puso el MIR con el binomio Siles Suazo-Paz Zamora.
El fin del militarismo en el poder, también pudo haber conducido a una suerte de autocracia electa; esto es, un régimen autocrático legitimado de alguna manera por el voto popular; revestido de formas democráticas pero autoritario y antidemocrático en su esencia. ¿Acaso no era esa la estrategia continuista de Banzer en el ocaso de su régimen? Una estrategia que, afortunadamente para la causa de la libertad, fue resistida y derrotada tanto en las urnas como en las calles y el campo. Y Siles estuvo ahí, en la primera línea de combate. He aquí su legado democrático.
Recordar esto, cuando se cumplen 40 años de la gesta de octubre de 1982, es tanto más importante a la vista del extravío y la regresión autoritaria que Bolivia soporta desde mediados de la primera década de este siglo. Regresión autoritaria y antirrepublicana bajo la forma de un régimen autocrático, corporativo y clientelista, aunque legitimado democráticamente por el voto popular, que, empero, hace escarnio de las instituciones democráticas, del orden legal, la justicia independiente, el respeto a los derechos humanos. Es decir, el tipo de desenlace que Siles Suazo y, con él, otros actores de la lucha contra la dictadura trataron de evitar, y de hecho lo consiguieron.
Rescatar la democracia
Me gustaría subrayar que el libro de Archondo y Siles también sirve para recordarnos la importancia de rescatar la democracia y el Estado de derecho como el marco político indispensable para reconstituir un sentido de nación y de comunidad nacional. Ese espíritu de nación que se labró en el proceso de la Revolución del 52, que se actualizó y fortaleció en la lucha democrática, pero que luego, desgraciadamente, hemos ido perdiendo, con consecuencias funestas. No por casualidad la Bolivia de hoy es un país polarizado, desintegrado y confrontado; desprovisto de cohesión social y de una visión compartida de país y de futuro. Por lo mismo, sin poder hallar la manera de dar el salto a la modernidad y al desarrollo; y de ponerse a la altura de los retos del siglo XXI. Precisamente, esto es lo que hace imperativo recuperar el compromiso con los valores de la liberta y la Justicia.
No sé si Siles Suazo leyó a Adam Smith, pero quizá compartiría su concepto de justicia, que se basaba en proteger a la gente de los atropellos a sus personas, propiedades y derechos. Para Smith, actuar con justicia consistía en abstenerse de dañar a otros. Creía que la razón fundamental de la existencia de una sociedad era proporcionar este nivel de justicia. Argumentaba que cualquier sociedad que no cumpliera con este deber básico fracasaría ella misma. Tal vez los autores del libro estén de acuerdo en que Siles trató en gran medida de actuar según esta idea de justicia. Justamente, es la asignatura pendiente que tenemos hoy día los bolivianos.